Comenzó como una aventura, un a ver qué pasa que ha durado décadas. Ocurrió hace 36 años, cuando Clemente Vega, quien abrió el bar Las Villas en 1961, puso en venta el local. Fue entonces cuando su hija, Covadonga Vega, y su todavía novio, Rafael ... Rafael, decidieron comenzar una historia detrás de la barra. Un año después dieron otro paso, en el altar. La vida juntos les ha unido hasta la jubilación, que hoy les obliga a bajar la persiana de este negocio con 62 años de historia.
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«Mi mujer trabajaba en una tienda de ultramarinos de la plaza de España y lo dejó para estar en el bar. Iba para poco tiempo, pero al final mira, con sacrificio hemos llegado hasta aquí», explica Rafael en su último día de trabajo. Después de tantos años, atrás quedan innumerables anécdotas en ambos lados de la barra, tantas que hacen imposible al hostelero destacar una. «Los clientes siempre bromeaban y nos decían que si pusiéramos cámaras habría material de sobra para hacer una serie de comedia», asegura.
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Ahora, estos parroquianos se han quedado sin su visita obligada a Las Villas, cuyo local busca nuevo dueño una vez cierre el negocio. «Se van a quedar huérfanos», recalca Rafael. Y no solo eso, también se tendrán que despedir de algunos de los platos típicos que llenaban la barra del bar y que hacían las delicias de los clientes. Entre ellos las tortillas de patata, las mollejas de pollo y los champiñones que prepara Covadonga. «Eso sí que lo van a echar de menos», añade. «Es que la tortilla es la mejor de Valladolid», responde la mujer.
La zona de Parque Alameda donde se encuentra el establecimiento, en el entorno de la plaza de Las Villas, también va a notar la ausencia de Rafael y Covadonga. El cierre del bar viene acompañado de la clausura de un quiosco y una panadería que los dos regentaban y que son colindantes al local. Será un cierre que afecte tanto a mayores como a pequeños, que también eran asiduos del negocio para comprar chucherías. La panadería, además, también se llenaba de clientes a diario.
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«Son negocios para la gente de barrio y la verdad que lo van a notar. La zona se va a quedar un poco muerta», afirma Rafael. Del entorno donde se ubica Las Villas, él destaca que es un reducto de tranquilidad en la ciudad. «Es una zona que llama la atención porque parece un pueblo. Siempre digo que es como la aldea de Astérix. Un sitio donde hay silencio y puedes estar alejado del bullicio de la ciudad y eso es lo que más atrae a la gente», explica. El bar, ubicado en la calle Villafuerte, nació en un entorno de casas molineras todavía existentes que poco a poco se ha integrado entre Parque Alameda y Covaresa.
Ahora, será también esa tranquilidad la que los dos busquen después de la jubilación. Rafael comenta que lo más importante para ellos es pasar a no «preocuparse de nada». Y no solo eso, viajar y aprovechar el tiempo libre es otra de las ideas que los dos tienen en mente para los próximos meses. «Haremos muchas escapadas al norte, que nos encanta. Antes esperábamos y si podías marchabas una vez al año, pero ahora podemos hacerlo cuando queramos», matiza. Por ello, los dos cogen con ganas la jubilación, pero conscientes de que dicen adiós a una etapa muy importante de su vida.
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De estos años, donde los dos han mantenido el negocio abierto con «sacrificio», Rafael habla de cómo ha cambiado la situación del bar y de su entorno. Durante los primeros años de vida de Las Villas, el establecimiento se convirtió en un referente para los vecinos, que poco a poco fue ampliando su influencia al resto de la ciudad. «Al final teníamos gente de muchos barrios de Valladolid», asegura.
De momento, este local que adquirió hace 62 años Clemente Vega busca nuevo dueño, si bien Rafael afirma que por el momento no han recibido ninguna oferta de compra. «Por la situación que hay está siendo difícil, pero no estamos preocupados», asegura. Una vez echado el cierre, Las Villas se unirá a otros establecimientos con décadas de historia que han bajado la persiana en Valladolid durante los últimos meses. «Es una pena, ahora solo se ven franquicias y son locales sin alma. Ves uno y ves todos», finaliza Rafael. Establecimientos sin personalidad, a diferencia de este negocio familiar con 62 años de historia y donde los dos comenzaron como pareja y salen con 30 años de matrimonio.
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