![Delicias dice adiós a los aceituneros que llegaron de Serranillos](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/06/29/faustino-hernandez-1-kiWD-U220581616800awC-1200x840@El%20Norte.jpg)
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«Me ha dado una pena subir la persiana esta mañana… La última vez». Mari Luz Hernández lo dice con tristeza, apoyada en el mostrador, mientras mira las aceitunas de la vitrina, las conservas perfectamente ordenadas en los anaqueles, el hueco que ha dejado el bacalao, los sacos de legumbres. Todo lo que ha sido su vida y la de su familia durante el último medio siglo largo. Casi 55 años de recuerdos que se agolpan, juntos y emocionantes, en el momento del adiós. «Esto se acaba», remata su hermano Jesús Vicente. Falta el mellizo de éste, José Luis, que está terminando de repartir los pedidos.
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Les asalta la nostalgia porque Hijos de Faustino Hernández, el negocio al que se han dedicado desde siempre, ya es historia. Ha cerrado este sábado por jubilación, dejando huérfanos de sus sabrosos productos no solo a sus vecinos de Delicias, sino también a los muchos bares, restaurantes, quioscos, fruterías y otros establecimientos de la provincia de Valladolid e incluso la de Segovia, como Cuéllar, a los que surtía de encurtidos, frutos secos, escabeches y otros manjares. Pueblos en los que sus clientes les han despedido «llorando mucho, porque ha sido toda la vida sirviéndoles», explica Mari Luz con la satisfacción que da el trabajo bien hecho.
El mismo orgullo que transmite al hablar de su padre Faustino. Un comerciante «de Serranillos, provincia de Ávila», que en los años 50 decidió instalarse en Valladolid. Conocía bien la ciudad, porque durante años la había recorrido con su progenitor vendiendo pimentón de la Vera y aceitunas con ayuda de «una mula». Se hospedó en la pensión del señor Sixto y la señora Luci, una posada próxima a Arco de Ladrillo, pero en cuanto pudo compró «una casa vieja» en la calle Sevilla, 30 para traerse a su esposa, María Gómez, y a sus tres niños entonces de muy corta edad. Era 1960.
Pasó el tiempo sin mayor sobresalto hasta que «como no quisimos estudiar ninguno, nos pusieron a trabajar. O nos pusimos nosotros solos», continúa Mari Luz. En su caso con 14 años, junto a su madre, en la tienda que abrieron en 1969 en el local del número 27, justo enfrente de la que había sido su casa. Poco después les tocó el turno a sus hermanos, que al igual que el padre repartían los pedidos. «Como no tenían carné de conducir –porque aún no habían cumplido los 18–, cogimos dos chóferes e iban con ellos», relata. En aquel momento lo que más se demandaba era la «aceituna barranqueña», apostilla Jesús, que «ahora no se estila tanto» y se caracteriza porque conserva su amargor.
Con el tiempo y los matrimonios se fueron añadiendo manos a la tarea de servir al público, relacionarse con los proveedores y distribuir la mercancía: primero el marido de la mayor de la saga, Julián Hernández, y después las mujeres de los dos pequeños, Mari Carmen Gómez y María José Montero, respectivamente. Todos oriundos de Serranillos –279 habitantes censados en 2023, según el INE– excepto esta última, que es del municipio zamorano de Pinilla de Toro.
Juntos los seis, codo con codo en el día a día, han tenido momentos buenos y malos, que «de todo ha habido». «Hemos trabajado mucho, donde más en el almacén», que tuvieron que trasladar a la calle Turquesa «porque nos prohibieron meter camiones hasta aquí y no nos quedó más remedio», apunta María José. Pero lo han hecho «muy a gusto», porque «hemos tenido una clientela muy buena y muy fiel», agradece Mari Luz, que guarda un recuerdo especial para los habitantes del barrio que no están: «Se nos ha muerto mucha gente», lamenta en presencia de su tío Catalino, que se dedicó a la misma actividad que sus sobrinos hasta que le llegó la edad del retiro.
Ahora es el turno de los descendientes de Faustino Hernández y sus cónyuges, para los que no hay relevo salvo que alguien coja el traspaso porque los seis hijos que suman entre todos «están colocados» y no van a continuar con el comercio. Eso sí, se van con una gran recompensa. «Creo que dejamos una buena huella», expresa Mari Luz. Y así es. Para comprobarlo basta con escuchar a las personas que pasan por su tienda, que les dicen adiós con cariño y con el deseo de «seguir viéndonos por aquí».
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