Valladolid
El celador del Hospital Clínico que ha conocido a más de mil médicos cuelga la bataValladolid
El celador del Hospital Clínico que ha conocido a más de mil médicos cuelga la bataHabla con tanta pasión de su trabajo que contagia, que parece que se refiere a ese primer día en el que uno empieza con la mochila cargada de ilusión, actitud y ganas cuando en realidad el pasado martes puso punto y final a una trayectoria ... profesional de las que quedan pocas. El celador vallisoletano Carmelo Monje se despide de una vida entre plantas, salas y pasillos de hospital, esos que ha recorrido durante cincuenta años.
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Peculiares inicios en los que la profesión de celador se topó en su camino sin él pretenderlo. Con 15 años trabajaba como camarero en la cafetería de la Facultad de Medicina pero al poco tiempo a toda la plantilla les hicieron celadores del hospital provincial antes de trasladarlos al Hospital Clínico de Valladolid. «El 2 de enero de 1978 entraba por la puerta el primer paciente y hasta ahora», recuerda Monje con una memoria que asombra.
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Han sido en total cincuenta años entre instrumental de quirófano, uniforme blanco y zuecos, charlas con compañeros, entrega a los pacientes y conversaciones entre camillas y pasillos en los que no ha perdido el humor en ningún momento. «El secreto para estar a gusto es irse a casa con la cabeza alta todos los días por el trabajo que has hecho, el sentir que haces un servicio a los demás y no negarte a nada para mantener la actitud y las ganas simplemente porque amas lo que haces», asegura.
Carmelo es una institución en el Hospital Clínico y presume de que le conocen los 4.000 profesionales que trabajan en el complejo sanitario. «He conocido a más de mil médicos a lo largo de todo este tiempo que entraron en primero de medicina y que ya están jubilados, aquí he forjado verdaderas amistades», explica el celador que vive a 200 metros del hospital. «Esta también es mi casa», dice y así lo siente realmente porque cuando era joven y volvía de trabajar como camarero -estuvo años compaginando ambos oficios- los enfermos le esperaban para echar la partida a las cartas o simplemente para hablar un rato en el vestíbulo y dar un pequeño paseo entre cuatro paredes para matar el tiempo de ingreso.
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Si algo hacía Carmelo era lograr que la estancia de los enfermos fuera lo más agradable posible y lo hacía a base de humor, sonrisa tatuada en la cara y chistes. «La de chistes que les habré contado, sé que me van a echar tanto de menos como yo a ellos. De hecho, me he jubilado un año más tarde y me hubiera quedado más», dice con la energía que le caracteriza, aunque a la vez sentía que era el momento de cambiar de etapa. Era momento de dejar de estar pendiente del busca, dejar de empujar los carros con material y las camillas y dedicarse tiempo libre, ese que ha escaseado desde que tiene uso de razón.
Esta rara avis del trabajo pasó los dos primeros años en la planta de Maternidad y Pediatría. «De bien joven asistí a muchos partos, antes no era como ahora nacían muchos más niños y había que estar muy pendiente de lo que necesitaran las matronas o los médicos en esos momentos», señala. Tras un parón para hacer la mili en Córdoba, Carmelo volvió al servicio de Urgencias donde estuvo un año, después trabajó en Medicina Interna durante tres décadas y posteriormente en la Unidad de Esterilización del hospital, donde ha permanecido los últimos 12 años repartiendo con su carro de instrumental los materiales necesarios en cada lugar desde la planta 11 hasta la planta baja.
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Hace años que perdió la cuenta de los kilómetros que puede haber hecho dentro del amplio edificio de ladrillo rojos donde se atienden cada año miles de consultas, urgencias e intervenciones. «Calcula una media de unos 20 al día», aproxima Carmelo, quien saca tiempo y energía para escaparse siempre que puede con su bici y hacer 80 kilómetros sobre dos ruedas. Es su gran pasión una vez que se quita su uniforme de celador y espera seguir montando en bicicleta durante mucho tiempo. «Ser tan deportista me ha ayudado mucho a organizarme y gestionarme en el día a día», aclara.
Sabe que al hospital vallisoletano le debe mucho, no solo ha sido su casa, también el lugar donde conoció a su mitad, a su mujer Lucía cuando ella tenía 18 años y estaba haciendo las prácticas de enfermería. Eso fue hace 36 años, después ampliaron la familia con Alberto y Ángel, que son su orgullo.
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Carmelo ha trasladado por el hospital a miles de pacientes brindándoles siempre unas palabras cariñosas o de alivio en los momentos más difíciles. «Creo sinceramente que el alcohol de romero hace milagros», bromea al recordar las friegas que hacía a muchos de los pacientes durante la noche para que se sintieran y pudieran descansar mejor. «A veces la gente me ha visto por la calle y me ha parado para darme las gracias por cuidar de sus familiares cuando estaban ingresados, lo recuerdan con cariño y a mí el hacer sentir mejor a los demás me sale solo», puntualiza.
Si algo ha vivido durante medio siglo es un cambio a todos los niveles. «La figura de celador ha cambiado muchísimo desde aquellos años, ahora cada uno va más a lo suyo todo es mucho más individual entre compañeros aunque la figura de celador también se ha profesionalizado mucho más y el trato con los pacientes es más cercano que antes», comenta.
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Y si algo le ha enseñado su trayectoria es a ser mucho más humano. «No es que de joven no lo fuera pero he visto y vivido tanto ahí dentro que eso me ha cambiado para bien». Además de los evidentes cambios tecnológicos y las mejoras en las instalaciones, Carmelo ha percibido a lo largo de este tiempo una mayor exigencia por parte de los pacientes. «También tienen sus razones para serlo porque muchos llevan toda la vida pagando sus impuestos para que luego el sistema responda».
Son piezas fundamentales de un engranaje que debe funcionar a la perfección, quizá no sean demasiado conocidos pero son los responsables de que todo esté dónde y cuando se necesita.
Lejos de grandes despedidas, Carmelo ha colgado su uniforme para siempre de forma discreta. «Me he ido sin grandes pretensiones, no quería nada especial, así es más fácil», dice.
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En su primer día oficial fuera del hospital después de medio siglo le ha embargado un sentimiento en cierto modo contradictorio. «Por un lado ha sido raro, algo extraño pero también ha sido confortable». Ahora dedicará su tiempo a la bicicleta a su familia y a descansar después de tantos años sin hacerlo. «Son cincuenta años cotizados más los que no figuran de forma oficial, porque con seis años ayudaba a mi madre a limpiar las escuelas y con nueve repartía dulces y bombones en el cine Coca. Ahora eso es incomprensible pero eran otros tiempos y había que hacer lo que más me gustaba, ayudar», finaliza Monje.
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