![Carta al amigo Enrique Valdivieso](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/06/1491933864-kZTF-U230781827904XtD-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Jesús Urrea
Jueves, 6 de febrero 2025, 19:36
Esperaré, inútilmente, tu llamada telefónica dominical a las 10:30 de la mañana. No podremos ponernos al día de las cosas de nuestra ciudad por las que tú tan insistentemente me preguntabas. Los proyectos quedarán interrumpidos y ese libro que teníamos empezado ya no saldrá. ... Tampoco te llevarás más disgustos con el Real Valladolid y no conocerás el incierto destino de nuestra querida catedral, ese templo en el que ambos velamos armas como historiadores del arte ante el asombro de don Juan José.
Pasaré junto a tu inolvidable Portugalete y recordaré tus aventuras de muchacho adolescente que me contabas y los capones que te daba don Remigio el cura de las Angustias, donde te bautizaron por encontrarse entonces cerrado por obras el templo de tu querida Antigua. Tampoco te esperarán tus compañeros de La Salle todos los años por septiembre y no cenaremos con Carlos en el «Ángela» después de saborear las gambas rebozadas y la cerveza del Suizo que tanto te gustaban.
Tendré que acostumbrarme, tendremos porque somos muchos aquí y allí, en tu Valladolid natal y en tu Sevilla de adopción, a no disfrutar de tu alegría, de tu apasionada conversación, de tu regusto por los recuerdos - ¿te acuerdas de lo que había aquí?, nos preguntábamos a cada paso por Valladolid- , de tus afiladas críticas al comprobar que las destrucciones en la ciudad, arruinaban tu memoria, de tu risa siempre infantil y alborotada –ay! las marionetas de Lolín, Ojopocho y compañía que tan bien manejaste en el Campo Grande -.
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El viejo Seminario de Arte y Arqueología, en el palacio de Santa Cruz, fue donde continuamos desarrollando una amistad iniciada años antes. Allí te vi concluir tu «tesina» sobre La pintura vallisoletana del siglo XVII y, después, tu tesis sobre La pintura holandesa en España, en la que trataste un tema absolutamente inédito en la bibliografía. Pronto empezaron nuestros primeros viajes a la «caza» de pinturas que estudiar, o catalogando el patrimonio de los partidos judiciales que se nos asignó.
También recuerdo tu bloc o carpeta, de tapas negras plastificadas, en el que anotabas los esquemas de tus clases, que enriquecías año tras año con nuevos apuntes; pero fue en el nuevo Departamento de Historia del Arte, en el edificio de la Facultad de Letras, donde las visitas de alumnos empezaron a multiplicarse buscando tu consejo, y la orientación del profesor que por la sencillez, claridad y expresividad les hacía más atractiva su asignatura.
El «bolsín», nuestro particular bolsín, lo cerramos hace muchos años, pero tu afición por los cromos nunca desapareció, lo cambiaste por las diapositivas y las fotografías, y así continuamos manteniendo el mismo interés por el intercambio de información, de colaboración y de trabajo en equipo inseparable como nuestros respectivos maestros nos enseñaron.
Quisiste volver y ya no pudiste; se hizo realidad aquel refrán «Quien se fue a Sevilla perdió su silla», y esa espina -lo sé muy bien- la tuviste siempre clavada. Después de una fugaz estancia en la Universidad de La Laguna, recalaste en Sevilla y allí te has quedado para siempre. Tu familia creció y los lazos con aquella ciudad se estrecharon de tal forma que tu encaje allí fue perfecto, Zurbarán, Murillo, Valdés Leal y tantos otros pintores sevillanos y andaluces, lo pueden corroborar, aunque tu añoranza por Castilla –la vieja- nunca desapareció. Sin presentirlo, al final de tu vida, tus últimos trabajos han estado dedicados a Valladolid –Pintura barroca vallisoletana, Rescatar el pasado: retablos perdidos, alterados, o desaparecidos- que volvimos a elaborar a medias.
La dura noticia de tu muerte, y la de nuestra querida Mª Carmen, me sorprendió saliendo de la catedral de Granada ¡qué paradoja! Pero déjame que te diga que estoy contento, porque ahora estarás con Juan Miguel, tu discípulo, y amigo común, comprobando si los ángeles de vuestros cuadros eran de Juan de Sevilla, de Herrera, o de ese discípulo de Zurbarán que tanto os preocupaba. Yo, por ahora, sigo aquí con nuestro querido Diego Valentín. Enrique, amigo y compañero ¡descansa en paz, que te la has merecido!
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