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Manuela llena su relato de entusiasmo, de reconocimiento, de halagos hacia unos profesionales que «me han cambiado la vida». Cuando creía que ya todo estaba perdido y su existencia sería ya siempre amparada por calmantes y conviviendo con un dolor invalidante, llegó como caída del ... cielo esta nueva terapia. Seis años llevaba Manuela Pérez García (San Pedro de Latarce, 1946) arrastrando su problema de salud cuando llegó a la unidad. «Empecé con un herpes en el ojo izquierdo, luego tuve problemas en la boca, el dentista me hacía muchísimo daño porque tenía, me decía, la boca pequeña, ya ves.... Molestias en la mandíbula y terminó por dolerme todo, sobre todo las piernas y la parte baja de la espalda, donde los riñones. Sobre todo por la noche».
Entonces empezó el peregrinaje de Manuela por médicos y centros, neurólogos, internistas... «tomaba muchos fármacos, muchos y tratamientos que no me hacían nada. Fueron años muy malos. Luego me detectaron un tumor inflamatorio, me hicieron biopsia, en la médula, no era malo porque si no yo ya no existiría. Ya no creía que pudiera haber solución para mí», recuerda.
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«Todavía tengo que tomar medicamentos, pero estoy disminuyéndolos. La neurociencia me ha salvado. Ellos me dijeron que continuara con mis médicos y sus tratamientos, nunca me indicaron que dejara nada cuando comencé con las sesiones. Tenía tales dolores que dos veces me llevaron a Urgencias. La cabeza me dolía muchísimo. Me han infliltrado, pinchado con agujas... En Medicina Interna me trataron también de maravilla y vieron que tenía un tumor también en la cabeza inoperable porque, me lo explicaron así, era como intentar quitar un chicle pegado a lo largo de una sábana. Tiene forma de cola de caballo y también es benigno. Estuve siete horas y media en el quirófano delClínico para la biopsia».
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Fue el pasado mes de noviembre cuando Manuela entró en el programa y «pronto empezó a disminuir mucho el dolor. Me cambió la vida, de no moverme a andar cuatro kilómetros, dormir por fin sin dolores ni calmantes. Iba tres días a la semana y cada sesión duraba como una hora y media. Primero fueron varias para enseñarnos el concepto de la neurociencia, luego fueron ejercicios físicos. Ahora, en el pueblo, sigo haciendo los que puedo y sigo leyendo. Nunca pensé que pudiera mejorar tanto. He aprendido a entender lo que me pasa y a aceptarlo. Ya no me quedo sentada y en reposo; incluso aunque tenga dolores salgo a ver el cielo, los pájaros, los árboles, a distraerme del dolor. De verdad, son maravillosos».
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