Despliega sobre la mesa de su antiguo despacho un gran plano con viales, parques, dotaciones y planes parciales marcados con diferentes colores. Son sus hijos profesionales y como cualquier padre que se precie asegura no tener preferencias, aunque con la reforma de las márgenes de ... la Esgueva como que se ilumina la mirada. Pablo Gigosos (Valencia de Don Juan, 1954) acaba de culminar su carrera como arquitecto municipal –se jubiló este pasado jueves– después de haber dibujado Valladolid con cuatro alcaldes. Nada menos que 39 años diseñando sobre el terreno una ciudad que siempre ha intentado cuidar. «Creo que en este tiempo se ha logrado crear un espacio público más habitable», subraya este profesional, que completó su formación en la Politécnica de Barcelona y que llegó a trabajar para el Consistorio de Sabadell.
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Fue en 1985 cuando regresó a casa. Recién estrenado el Plan General de Yncenga, Gigosos entraba en la nómina del Ayuntamiento e iniciaba una carrera profesional en una capital que estaba por hacerse. «Por primera vez, Valladolid tenía un planeamiento sensato después de una década de los 60 donde se tiraban edificios para hacer calles más anchas y meter coches; entonces, con la llegada de la FASA, llegó a haber puntas de construcción de viviendas de hasta 9.000 anuales», explica señalando los barrios de Rondilla, Delicias y Pajarillos. El socialista Tomás Rodríguez Bolaños iniciaba con ese documento la reordenación de un municipio que se había armado de forma algo caótica, a golpe de necesidad urgente para dar cobijo a los miles de trabajadores que llegaban a las diferentes cadenas de producción. «Se planteó un viario en condiciones, se paró la destrucción drástica del patrimonio y se comenzó a dotar de equipamientos a la ciudad», recuerda este profesional, que siempre tuvo claro que quería ejercer en el servicio público.
Había prisa. No se olvida Gigosos su estreno. «Vino Manolo González, el teniente de alcalde, a decirnos que había que plantear un parque en el barrio Parquesol, que Marcos Fernández lo hacía, pero que necesitaba los planos ¡ya!», rememora. Por las noches, en la Casa Consistorial y acompañado de su colega Luis Navarro, dieron forma a la zona verde del Mediodía, en una de las laderas del desarrollo residencial.
De ahí, también corriendo, surgió la urgencia para dar una solución a la instalación de los carruseles en las fiestas y se preparó el actual espacio del Real. Y así una, otra, la siguiente... hasta hoy. Decenas y decenas de proyectos completados. Por supuesto, siempre con su lapicera en la mano y sin teléfono móvil, lo que no le ha impedido mantener contacto estrecho con políticos, vecinos y compañeros 'de la Casa', especialmente del departamento de Movilidad, para ajustar los planos al tráfico o las necesidades de los colectivos ciudadanos.
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Este arquitecto, zurdo de pensamiento, de carácter templado, voz calma y fuerte determinación, se fajó en aquellos años ochenta, que han marcado lo que hoy es la ciudad. Y subraya que Valladolid ha tenido suerte. Primero, porque nadie ha podido parar la lógica inercia para hacerla más amable –peatonalizaciones, zonas verdes, nuevas dotaciones...– y porque también ha tenido alcaldes «sensatos y razonables», aunque cada uno «con su sesgo». «¿Alguien metería ahora coches por la calle Santiago o en Mantería?», se pregunta.
Fue con Javier León de la Riva, en las antípodas ideológicas de Gigosos, cuando este arquitecto comenzó a adquirir responsabilidades en los servicios de obras y urbanismo. «Tenía un carácter fuerte, pero nos entendíamos bien, confiaba en los técnicos, aunque a veces había discrepancias», reconoce. Una de ellas, cuando su servicio propuso reducir a un carril Duque de la Victoria. «Al principio no lo veía, pero teníamos que ensanchar aceras en una calle tan céntrica y de esa importancia, que, además, tenía poco tráfico; finalmente llegamos al acuerdo de mantener la sección de la calzada solo en el último tramo», explica.
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Antes de que el popular accediera al cargo, según recuerda Gigosos, «decía que estábamos haciendo un urbanismo chino, de alpargata», comenta con una sonrisa. Pero una vez en la Alcaldía se dio cuenta de que ese era el camino. «Llegó Alberto Gutiérrez un día y nos dijo: 'a ver, ese plan de Izquierda Unida hay que acabarlo' y siguió con las peatonalizaciones y los carriles bici previstos», recuerda. «Me han dejado trabajar en libertad y si no me la he tomado yo; los políticos y los alcaldes, que son una figura importate, necesitan resultados; si haces un trabajo que les da rentabilidad, te llevas el gato al agua», comenta. En su caso, ese objetivo siempre ha sido que Valladolid crezca sana.
Ser arquitecto municipal es un poco como ser artista. Uno está sometido al juicio de todos y a las presiones de algunos en una materia, el urbanismo, que mueve poderosos intereses económicos. «Sobre todo cuando se redacta un Plan General las presiones son muy fuertes, incluso de los compañeros arquitectos, porque al final los constructores son sus principales clientes», señala. Así que la integridad en esta tarea es fundamental. Por eso, prefiere «borrar» del recuerdo aquel capítulo negro de la manipulación del PGOU, ajena a él, pero que ensució la misión que debe tener la función pública, algo que siempre ha tenido presente durante su trayectoria.
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El desembarco en 2015 del PSOE y Toma la Palabra en la Alcaldía le puso de jefe a Pablo a su íntimo amigo Manuel Saravia. Todo rodado, porque la visión es unánime entre ambos. También en la polémica brecha ferroviaria, que Gigosos no ve y para la que él preparó el nuevo plan de pasos y pasarelas. «El efecto barrera es un cuento y entierras a los viajeros en un túnel enorme, con los riesgos que ello conlleva», sostiene, al tiempo que acota que la integración genera beneficios sobre la situación actual frente a un proyecto incierto y, en todo caso, a muy largo plazo. Gigosos se despide de su labor haciendo una firme defensa de lo municipal. «No digo que otras administraciones no lo sean, pero un Ayuntamiento es muy exigente por la proximidad al ciudadano, hay mucha presión y poco personal», lamenta.
¿Y ahora? Pues a descansar, a viajar más a Estrasburgo para ver a sus dos nietas y a ensayar con un chelo que le regalaron hace diez años y al que ya le va cogiendo el tono. Y, cómo no, a seguir dibujando, estudiando y aprendiendo de Arquitectura. Su verdadera pasión.
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