Los vestigios de ADN y las huellas sitúan a los sicarios Anton Androv, Gabriel Emilov Kamenov y Gabriel Mladenov Krasimirov en la escena del crimen de la Circular. Los vestigios del primero, en la cinta adhesiva; los del segundo, mezclados en la sangre que ... había en la palma de la mano de María Aguña y en la caja de cartón con la que entraron en la vivienda; y en ella, las huella de los pulgares de Krasimirov.
Pero si algo desconcertó a la Sala en la jornada del juicio de este martes, en la sesión de la tarde, fueron las declaraciones de los dos técnicos de la Policía, que aseguraron que se encontraron en varios trozos de la cinta americana con la que amordazaron y maniataron a María los perfiles genéticos de otras dos personas «desconocidas» que no corresponden al resto de los cinco acusados cuyas muestras se cotejaron.
Cinco, de manera que se excluye en estos vestigios y, por tanto, no habrían estado en la vivienda, Emil Artinov Minayan ni Arso Atanasov Iliev. Pero, han señalado las peritos, no se cotejaron estos perfiles con el ADN de Rubén Alonso, el supuesto inspirador del robo frustrado que terminó con la muerte de María Aguña.
No estuvieron «ni veinte minutos» en el piso de María, pero para la propietaria de la vivienda asaltada por los tres sicarios búlgaros, ese tiempo supuso la diferencia entre la vida y la muerte.
El jefe de la brigada de Homicidios de la Policía Nacional que dirigió las pesquisas durante casi dos años para detener a los seis hombres que se sientan en el banquillo, relató que al día siguiente del crimen, el 18 de octubre de 2018, durante la inspección ocular del piso de la Circular donde encontraron el cadáver de María Aguña con signos de violencia, le llamó la atención, además de que todo estaba patas arriba fruto de «una búsqueda frenética», un escenario en concreto: la cocina. «Las zapatillas con la suela hacia arriba, la dirección de la alfombrilla y el desayuno, un café con dos tostadas, una de ellas con un mordisco. Parecía que a María la habían sorprendido en ese momento».
Ha señalado al tribunal del jurado el instructor de las diligencias que él y su equipo pasaron mucho tiempo, de los dos años que duró la investigación, tratando de determinar cómo entraron los tres sicarios búlgaros en la vivienda, cuando todos los testigos que interrogaron tenían un mismo «mantra»: que «María nunca abriría a desconocidos». Pero la tesis de que tenían una llave para entrar no ha podido ser demostrada y los tres sicarios han declarado que María les abrió la puerta con el señuelo de que traían un paquete para ella.
La almohada
El jefe de Homicidios ha insistido en que los asaltantes disponían de una información «muy precisa» sobre las costumbres de María, «una mujer echada para adelante», como la definió el inspector, quien tuvo oportunidad de conocerla, refirió, a raíz de otro intento de robo en 2014, cuando cuatro ladrones se hicieron pasar por policías y llegaron a entrar en el piso, pero ella mordió a uno y consiguió ahuyentarlos. Fue a raíz de ese asalto cuando 'blindó' el piso con cerrojos, rejas y alarmas, exterior y con sensores de movimiento en el interior. «Conectaba las alarmas a partir de las ocho de la noche y las desconectaba cuando se levantaba. La impresión es que vivía prácticamente enclaustrada».
Por eso, ha apostillado, el 'soplo' sobre sus costumbres tuvo que venir de personas muy allegadas a la víctima. «Tenemos claro que han tenido que tener una información muy precisa, sí o sí». No tanto porque hubiera mucho dinero en casa, algo que podía saber más gente porque era una familia de ganaderos, sino sus hábitos, «muy pautados», ha significado el inspector. Como que tenía costumbre de orear la ropa de cama, la almohada, en cuanto se levantaba. «Esa información es vital porque es el momento en que desconecta la alarma para poder abrir las ventanas, porque si no saltaría y además hay una cámara conectada que haría fotos de los intrusos«, ha subrayado el testigo-perito. Alguien tuvo que vigilar ese 17 de octubre de 2018 y avisar a los otros de que María ya había sacado la almohada por la ventana de su habitación, que no daba a la Circular, sino al túnel de San Isidro. Poco antes de la una de la tarde, Anton y los dos Gabrieles entraron en el portal y salieron poco antes de la una y veinte, según la pauta horaria de la Policía.
Las acusaciones particulares cogieron este hilo y quisieron ahondar todavía más en el papel que pudo jugar la exmujer del hijo de María en la 'filtración' que habría permitido al protésico dental acusado, Rubén Alonso, disponer de esta información tan precisa para organizar el asalto. La pareja estuvo viviendo durante un tiempo en el piso con la viuda. La relación con su exnuera era muy íntima y conocía todas las rutinas de la fallecida. Incluso dónde guardaba la llave de la caja fuerte y sabía la contraseña que permitió a los investigadores abrirla. Pero el jefe de Homicidios ha puntualizado que las investigaciones sobre la conexión entre el supuesto cerebro del robo y la exnuera de María les llevó a un punto muerto, aunque sí considera que esa relación iba más allá del tratamiento dental.
Más de dos horas de agonía
María estuvo al menos dos horas agonizando tirada en el pasillo de su piso de la Circular, después de que los tres asaltantes abandonaran su casa precipitadamente sin prestarle auxilio. Y pudo haberse salvado si hubiera llegado de inmediato asistencia médica, según han declarado este martes los dos médicos forenses que estuvieron en la escena del crimen y han realizado los informes de la autopsia y de las lesiones que sufrió la víctima del asalto a su vivienda, el 17 de octubre de 2018. La hora de la muerte la sitúan entre las tres de la tarde (los ladrones se fueron sobre la una y veinte) y las ocho. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente. A preguntas de la fiscal del caso, Carmen Muñoz, los peritos forenses han explicado que María Aguña presentaba la cabeza rodeada «por múltiples vueltas» de cinta americana y también cubierta la boca con ella, que le tapaba parte de las fosas nasales. «La cinta estaba muy apretada e indudablemente le dificultaba la respiración», ha señalado la forense.
La mayoría de las lesiones en cara y cabeza no fueron letales, subrayó su compañero, pero sí muy grave la hemorragia craneal sufrida como resultado de los golpes en la cara y el zarandeo violento. Esa hemorragia hubiera necesitado tratamiento hospitalario de varias semanas. María padecía una patología del corazón que no se trataba, hipertensión, lo que habría precipitado la muerte. «Tenía más papeletas que otra persona con el corazón sano. Pero lo que determina la muerte es la sofocación y el estrés físico y psíquico, ellos son los que precipitan la insuficiencia cardíaca aguda«. Su patología crónica no conllevaba riesgo de muerte súbita, concluyen los peritos.
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