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Estrella pasea su mirada por los portales inmobiliarios con la impotencia de que nada de lo que allí se anuncia le servirá. Piso en Portillo de Balboa, tres dormitorios, 90 metros cuadrados, quinta planta con ascensor: 950 euros al mes. Piso en la calle Linares, ... dos habitaciones, 86 metros, 750. Piso en Mirabel, dos dormitorios, 75 metros, 650. «Es imposible, ya ni siquiera leo los anuncios», reconoce Estrella, que a nada de todo esto puede aspirar. Demasiado caro. Demasiados requisitos (fianzas, avales). Y más aún cuando, como en su caso, llegada hace unos meses desde Perú, carece de documentación que le allane el camino para alquilar.
La Rondilla es el barrio de Valladolid (junto a Pajarillos) en el que más esfuerzo tienen que hacer sus vecinos para pagar el alquiler. Lo desvelan los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), después de cruzar el precio medio del alquiler con la renta disponible en la zona. Son pisos demasiado caros para los ingresos de las familias que viven aquí. La renta neta media para una familia de La Rondilla (un barrio envejecido y con gran número de pensionistas) está en 17.400 euros anuales.
Es ligeramente superior a la de otras zonas de la ciudad como Pajarillos o Caamaño-Las Viudas. Sin embargo, aquí los pisos están más caros que en esos barrios. La media del alquiler es de 440,8 euros al mes (y esta cifra corresponde a 2022, el dato más reciente que maneja el INE). Desde entonces, el mercado del alquiler se ha encarecido. Mucho. Pero es que, además, en La Rondilla viven otro fenómeno añadido: el de los pisos alquilados por habitaciones para familias cada vez con menos recursos.
«El precio del alquiler ha subido mucho y los sueldos no lo han hecho de forma paralela», evidencia Concha Morán, presidenta de la asociación vecinal de La Rondilla, quien recuerda que la preocupación por el acceso a la vivienda se ha convertido en un asunto habitual en las reuniones del colectivo. El asunto fue abordado durante el concejo abierto que el pasado 4 de diciembre mantuvo en el barrio el alcalde, Jesús Julio Carnero, junto a los concejales de su equipo de Gobierno. Allí, Elena de la Fuente, de la Asociación de Mujeres de La Rondilla, cogió el micrófono y comenzó a hablar.
«Me gustaría hacer hincapié en un tema muy importante para el barrio. Hay muchas viviendas vacías, pero al mismo tiempo con precios muy caros las que salen en alquiler», explicó. Y, a continuación, incidió en una peculiaridad del barrio que hace que allí las cosas sean todavía más difíciles. La Rondilla es barrio de acogida, con la presencia de ciudadanos de 68 países. Hay 2.012 vecinos en la zona llegados desde el extranjero, según las cifras más recientes del padrón, a 1 de julio. De ellos, 353 proceden de Colombia, 274 de Venezuela, 171 de Marruecos, 145 de Perú. En total, suponen el 12,5% de los residentes en la zona (más de cuatro puntos por encima de la media de la ciudad, que está en el 8,07%).
«Quienes cuentan con permiso de residencia ya lo tienen complicado. Hablamos de familias con dos o tres hijos, un salario de mil euros y les soplan 500 por el alquiler», cuenta Carmen Quintero, de la Fundación Rondilla, quien subraya que la situación se complica cuando se carece de documentación. Al no poder acceder a un contrato de alquiler, subarriendan habitaciones, en muchas ocasiones para familias enteras que viven «hacinadas». «Y casos como estos hay más de los que pensamos», dice De la Fuente, quien, en la asociación de mujeres, trata a menudo con familias que se encuentran en esta situación.
Como la de Estrella, esa mujer que ya no entra en los portales inmobiliarios porque no encuentra ahí nada que le pueda servir. «La solución es el boca a boca. Los conocidos que te comentan que alquilan una habitación en tal piso. O también te acercas al locutorio para preguntar si saben de algún sitio para alquilar». Estrella llegó el pasado mes de mayo a Valladolid. Vive con su esposo y sus dos hijos (de seis y tres años) en una sola habitación que dentro de unos días tendrá que abandonar. Con sus pocas pertenencias bajo el brazo: unas maletas con ropa, un colchón de 90 que les donaron en La Milagrosa, dos bicicletas que les regalaron para los niños. Y poco más.
Llevan ya, en apenas estos ocho meses, cuatro mudanzas en Valladolid. Su primer techo estuvo en La Rondilla. Pagaban 250 euros más gastos de luz y agua por una habitación. En ella dormían Estrella y su hija. El marido y el niño, para aprovechar algo el espacio, pasaban la noche, sobre un colchón, en el suelo del salón. En la casa vivían seis personas más. Un amigo les cedió después una habitación gratis por un mes. Su tercer piso estuvo en Pajarillos. Allí tan solo estuvieron tres días. Era una casa sin muebles, sin cocina, sin baño, sin calefacción. Han vuelto ahora a La Rondilla.
La familia comparte piso (realquilado) con otra pareja. De nuevo los cuatro juntos en una sola habitación. 350 euros más gastos. Él ha conseguido un trabajo en la construcción. Ella hace horas en el servicio doméstico. Lo poco que consiguen se lo lleva el alquiler y poco más. «Me da vergüenza pedir ayuda porque nunca antes lo tuvimos que hacer en nuestro país. Sales de allí por seguridad, para que tus hijos no vivan en la violencia y porque tu objetivo final es que los niños sean felices», dice Estrella, quien sueña, en un futuro, con obtener los papeles que les permitan tener un trabajo reglado, un contrato estable, un piso (a ser posible solos) de alquiler.
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María ha venido también de Sudamérica junto a otros tres miembros de su familia. Los cuatro duermen en una habitación (una cama grande, otra más chiquita) por la que pagan 270 euros al mes. Eso sí, de entrada tuvo que pagar tres mensualidades, lo que se comió buena parte de los ahorros con los que vino desde su país. Esta tendencia del pago del trimestre por adelantado o de dobles y hasta triples fianzas es cada vez más habitual. Sobre todo, entre personas que están más desvalidas por su situación reglamentaria en España. «Hay quien se aprovecha de esto», denuncia Elena de la Fuente, quien lanzó a las administraciones una idea para atajar este problema en el barrio.
«Se nos ocurrió después de que las vecinos de un pueblo nos contaran su caso en uno de los talleres que desde la asociación de mujeres hacemos en el medio rural». Allí, dos mujeres, ya mayores, les explicaron que cada una hacía su vida en su casa de siempre pero que por las noches, para estar más protegidas y no sentirse solas, dormían bajo el mismo techo. Una iba a la casa de la otra («a veces después de cenar y con la tele ya vista») para dormir. A partir de esta experiencia, De la Fuente lanzó a Carnero una propuesta para aplicarla en La Rondilla de forma experimental.
Elena de la Fuente
Asociación de mujeres de La Rondilla
«En el barrio hay muchas personas mayores, sobre todo mujeres, que viven solas. Una manera de evitar esa soledad, e incluso que terminen en una residencia, sería que cedieran o alquilaran por un bajo precio, las habitaciones vacías del piso a una familia llegada de otros países». La dueña del piso podría recibir ayuda y cuidados. Los inquilinos, un hogar a bajo precio. Carnero, en el concejo abierto, escuchó la idea y tomó nota.
«Busco vivienda en La Rondilla para mí. Económico», escribe Ana en un portal de anuncios por Internet. Ha puesto, como techo de su presupuesto, 500 euros al mes. De ese precio, en Internet, apenas hay nada para alquilar. ¿Y habitaciones en pisos compartidos? De eso están cada vez más llenos los portales inmobiliarios. 280 euros por un cuarto en la calle Moradas. 320 por una habitación en Cardenal Torquemada. 250 por un dormitorio en Místicos. El mismo precio por otro en Lope de Vega. Estos son los que se anuncian a cara descubierta. Pero los hay que operan directamente en la economía sumergida. Con todos los problemas que eso conlleva para los inquilinos.
Marcela es una boliviana de 28 años que tuvo que abandonar el primer piso en el que vivió en Valladolid. Pagaba 300 euros (gastos incluidos) por un cuarto que compartía en La Rondilla con una familiar. En la habitación de al lado vivían una pareja con sus tres hijos. El otro dormitorio estaba ocupado por la persona que les realquilaba la habitación. «Cuando entras a vivir en un piso, buscas tranquilidad. Pero si compartes, no sabes cómo serán las otras personas que viven contigo», cuenta Marcela, quien recuerda los malos momentos que vivió en aquel piso al que llegó gracias a un anuncio en facebook.
La persona que les alquiló la habitación le pidió un mes de fianza, que luego se negó a devolver cuando Marcela quiso dejar el cuarto. «Nos dijo que era una persona seria, pero nos encontramos con que muchas noches llevaba a la casa a gente desconocida, hacían fiestas, bebían, montaban mucho ruido y jaleo. Así no se podía descansar. Y no te sentías segura». Ahora, después de perder y no poder reclamar esos 300 euros de fianza, vive en otra habitación por la que paga lo mismo, con la esperanza de que esta vez tenga más suerte con sus compañeros de casa.
Carmen Quintero
Fundación Rondilla
«La convivencia es muy difícil. Somos muchas personas en un mismo piso. A veces de diferentes culturas, de distintos países. Gente a la que no conoces de nada y con la que compartes cocina o baño», cuenta Rosa, 48 años, natural de Perú. Vive en un cuarto pequeño, «muy chiquito», donde apenas cabe una mesa, un armario pequeño, una silla. En su piso son otras seis personas más a las que no conocía de nada antes de empezar a convivir. Llegó a esta casa después de recorrer negocios y locutorios del barrio. «Cuando salía de uno de ellos, una señora se me acercó y me dijo que ella sabía de un sitio donde me podía quedar». Paga 260 euros. Gastos incluidos.
«El problema es que se lucran de las necesidades de las personas y no creo que haya una ley que lo prohíba. Debería haber más control, más medidas para que no haya quien se aproveche de las necesidades de los demás». Saben que, en muchos casos, los inquilinos no se pueden quejar. Muchos de los testimonios de este reportaje son de mujeres que han preferido ofrecer un nombre ficticio. Temen represalias de sus caseros. «El problema que tenemos casi todos es la falta de papeles. Pero hasta las personas que hemos cotizado tenemos muchas trabas», asegura Rosa.
«Es un problema muy grave que habría que afrontar de una vez», dicen desde la Asociación de Mujeres de La Rondilla. «Alquilar está muy complicado en el barrio, pero las personas migrantes sin documentación lo tienen todavía mucho peor», evidencian desde la Fundación Rondilla.
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