Obituario
Adiós a Andrés Vázquez Castán, todo un «embajador» de ValladolidObituario
Adiós a Andrés Vázquez Castán, todo un «embajador» de ValladolidPepe Rojo ha perdido a uno de sus fieles. Andrés Vázquez Castán (Valladolid 1938) falleció el pasado 23 de septiembre a los 83 años. Un «chulapón de Valladolid», como le define su hijo, que siempre llevó su ciudad por bandera allí donde fuera. Enamorado de ... Valladolid, casi tanto como de su propia vida. Orgulloso de sus raíces y sus orígenes. Pues nunca se cansó de presumir de la calle Renedo. Su calle. Aquella que le vio nacer y formarse en todo lo que llegó a ser.
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«Vivir». Esta era la respuesta que daba en los bares cada vez que le preguntaban un «¿qué quieres Andrés?». Era, apunta su hijo Óscar, «un sabio que no necesitó ir a la Universidad. Hijo de un vividor, primo de artistas, actores y futbolistas. También padre de periodistas. Pero sobre todo maestro de la vida».
Una vida en la que fue un poco de todo: mancebo, pintor de brocha gorda, recluta en Villanubla, carretillero en Fasa, «baratero» en los corros de las chapas o camionero «de los buenos»... Hasta que el corazón le dio un primer aviso.
«Se bebió la noche vallisoletana mientras pudo», lo que le dejó un gigantesco reguero de amigos que le apreciaban y admiraban tal y como recalca su hijo. Una noche vallisoletana que ya vivió y conoció desde el otro lado de la barra cuando era hostelero. Cuando sirvió sus primeros «chatos» de clarete en la cantina familiar de Zaratán o cuando sirvió los típicos pinchos de lechazo en Traspinedo.
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Si Óscar tuviera que definir a su padre le dibujaría como un hombre con un eterno aire de dandi castellano junto a su gorra calada y su carisma. Aquella a la que se sumaba su ironía, su humor fino y su «refranero propio» con el que llenaba cualquier espacio que pisaba. Un sabio. Una sabiduría que «aprendió en las calles de la posguerra vallisoletana». La cual agrandaba con sus dotes de embajador, con su dote conversador y su forma de ser que se podía acercar, tal y como explica su hijo, a la de un personaje novelesco, que sin duda y sobre todo, sabía escuchar. «Un embaucador y un zalamero. Pero de los honestos, de los que no conocen la maldad».
Si el Chami era su vida y Pepe Rojo casi su casa, el José Zorrilla -tanto el viejo como el nuevo- era su segunda residencia. Abonado al frío y al sufrimiento. Que sin duda se nota menos (y casi hasta se 'disfruta') cuando se trata de animar y apoyar los colores blanquivioletas que forman parte de tu vida desde el año 81, cuando aún no existía el nuevo José Zorrilla.
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En su vida los deportes estaban muy presentes, pero la romería del Carmen era su fecha marcada en el calendario. El primer lunes de Pentecostés Andrés acudía a la campa del carmen donde bailaba a la virgen a los sones joteros y de la dulzaina. Una tradición que ya le valieron unas líneas en este diario. Fue en 2021 cuando en un reportaje sobre esta celebración, Andrés recordaba cómo «desde niño» acudía a esta fiesta. Incluso hasta cuando casi tenían que comer en Santovenia de la cantidad de fieles que se reunían.
Un plan en el que, tal y como dicta la tradición, los devotos acuden a misa y luego pasan el día comiendo y bebiendo. Allí estaba él, junto a su plancha caliente lista para asar sardinas en «memoria y homenaje a sus compañeros fallecidos en ese año».
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Si algo le faltó y «que le hubiera encantado», fue escribir una novela o dirigir una película. Su hijo Óscar tiene claro que se hubiera titulado 'La leyenda del santo vividor'. Porque como Óscar recalca, «nadie amaba tanto la vida como Andresín».
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