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La abulense que sobrevivió al infierno
La Superviviente

La abulense que sobrevivió al infierno

Felicienne Bierge, nacida Feliciana Pintos Navas, natural de El Barraco, fue una de las 230 mujeres que los nazis enviaron a Auschwitz en enero de 1943

Sábado, 25 de enero 2020, 08:10

«Los vagones se abrieron. Gritos, aullidos, órdenes incompresibles, perros, metralletas, golpes con las armas. Al borde de la vía, sin estación. El frío nos atravesaba ¿Dónde estábamos? Sólo lo supimos dos meses más tarde. Ciento cincuenta murieron sin saber que estaban en Auschwitz». Con este estremecedor párrafo, perteneciente al libro autobiográfico 'Le Convoi du 24 janvier', de Charlotte Delbo, ambienta Juan M. Calvo Gascón la llegada de la abulense Feliciana Pintos Navas a ese temible campo de concentración. Era enero de 1943. Hasta el momento, es la única víctima procedente de Castilla y León cuya estancia en Auschwitz ha podido ser documentada, pues la mayor parte de los españoles fueron enviados a los campos de Gusen y Mauthausen.

Si hoy sabemos que aquella Felicienne Bierge era en realidad Feliciana Pintos Navas y que había nacido el 9 de junio de 1914 en el pueblo abulense de El Barraco es, en gran medida, gracias a Calvo Gascón, quien popularizó su biografía en el blog aragonesesexilioydeportacion.blogspot.com.

El apellido Bierge procedía de su primer marido, de nombre Joseph, con quien contrajo matrimonio en Francia. Allí se había trasladado con su familia siendo una niña y, con tan solo 13 años, había comenzado a trabajar en una fábrica. Con Joseph compartió inquietudes sociales y activismo político, militó en el Partido Comunista Francés, recabó ayuda para la República española asediada y plantó cara a la ocupación nazi alimentando una red clandestina de propaganda. Hasta aquel infausto mes de julio de 1942 en que un compañero los traicionó. Una vez apresados, tuvieron que dejar a su único hijo, el pequeño Henry, con una vecina.

A Joseph lo fusilaron en el campamento de Sougue el 21 de septiembre, después de un insoportable cautiverio a base de torturas y vejaciones. Feliciana, encarcelada en Romainville, fue una de las 230 mujeres trasladadas a Auschwitz en la madrugada del 24 de enero de 1943. Las condiciones fueron tan brutales, que en poco tiempo solo quedarían vivas 57 de ellas. Auschwitz era el campo más terrorífico de todos, por los malos tratos a los prisioneros y, más aún, por el resultado de su misión exterminadora: más de un millón y medio de personas asesinadas.

Violeta Friedman, superviviente del infierno nazi en Polonia, dejó escrito cómo solían recibirlas: «Mi hermana y yo junto con todo el grupo fuimos conducidas hacia un lugar donde nos ordenaron desnudarnos y dejar nuestras cosas. Nos cortaron el pelo y nos afeitaron el vello de todo el cuerpo, nos hicieron pasar a una habitación con duchas de desinfección y después, mojadas y temblorosas, nos tiraron unos harapos y unos zuecos. Así nos hicieron salir al frío nocturno. Sin pelo, cubiertas de harapos, despojadas bruscamente de nuestra personalidad e identidad».

Para su suerte, el 4 de agosto de 1944 Feliciana era deportada a Ravensbrück, en el norte de Alemania, campo que, a su vez, sería evacuado en marzo de 1945, nada más tener constancia los nazis del imparable avance soviético. Entre los 2.500 prisioneros enviados entonces a Mauthausen, en territorio austriaco, estaba la de El Barraco. Su pesadilla terminó el 22 de abril de 1945, cuando las autoridades la entregaron, dentro de un amplio grupo de deportados de origen francés, a la Cruz Roja Internacional, que se encargó de su repatriación a Francia a través de Suiza. La abulense, una de las 49 supervivientes de aquellas 230 mujeres que habían sido enviadas a Auschwitz en la madrugada del 24 de enero de 1943, pudo rehacer su vida en Burdeos y casarse de nuevo. Falleció el 11 de enero de 1996, a los 81 años.

Precisamente de Auschwitz procedía Siegfried Meir, un niño judío de 10 años que en enero de 1945 fue trasladado a Mauthausen junto con su madre. No podía imaginar que acabaría convertido en un burgalés de adopción y que, superviviente del horror, llegaría a ser una estrella de la canción y de la hostelería en Ibiza, antes de encarrilar su vida hacia la escultura.

El pequeño Siegfreid Meir, ya convertido en Navazo, muestra una imagen con Saturnino, su padre burgalés, que le adopto en los campos de concentración. Reuters

Él mismo lo ha contado en 'Mi resiliencia' y el periodista Carlos Hernández de Miguel popularizó su historia en el modélico ensayo 'Los últimos españoles de Mauthausen' (2015). Todo se desencadenó en este último campo, donde, después de pasar dos meses escondido para evitar que mataran a su madre, ésta murió de tifus. Ser rubio y con ojos azules jugó a su favor. Las autoridades nazis se apiadaron de él y, ya en el campo masculino, donde había muerto su padre, lo llevaron a la barraca de los españoles. Allí conoció a un burgalés de Hinojosa del Rey, Saturnino Navazo, muy estimado por sus dotes como futbolista, a quien los nazis encargaron su custodia: «Nos miramos y en la mirada de Navazo vi una de las cosas más maravillosas de mi vida (…). La forma en que me envolvió, cogió mi espalda y me llevó con él (…) me dieron mucha confianza». La imagen, recreada por Hernández de Miguel, terminó bien. Siegfried le pidió que fuera su padre de verdad y Navazo aceptó; una vez liberados, éste le puso por nombre Luis Navazo y se lo llevó a vivir con él al sur de Francia.

A la izquierda, el pequeño Siegfreid Meir, superviviente del Holocausto, con un grupo de presos españoles. Reuters

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