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Al fondo de la calle Platerías, como un imán, la puerta abierta de la Veracruz atraía gente que acababa de empezar a desplegar los paraguas. Un despliegue con dificultades, porque las rachas de viento a esas horas, pasadas las cinco de la tarde, superaban los ... 55 kilómetros por hora en Valladolid. La cofradía asistía a los oficios de Jueves Santo, «la misa Coena Domini, celebración de la rememoración de la última cena de Cristo y el lavatorio de los pies», explica Luis Amo. Los curiosos y turistas se asoman, entran discretamente y ocupan un lugar desde el que se pueden contemplar las tallas, impresionantes, alineadas a ambos lados, y llega el aroma del incienso y el sonido melódico, sosegado, del rito.
Aún no se había suspendido ninguna de las procesiones de la tarde, pero ya pintaba mal. Una adolescente acompañada por sus padres y su hermano, en la misma calle, emitía con pesar su mal presentimiento:«Va ser un año sin ver ni una procesión». No falló el augurio, quizá basado en la ciencia pesimista de la Agencia Estatal de Meteorología, que anunciaba viento, lluvia y un parón para este Viernes Santo que quizá, esperan todos, sea suficiente para que al menos se salve la Procesión General.
El primer desfile vespertino previsto era el de la Preciosa Sangre, desde La Antigua. Con las primeras gotas, el público que esperaba se resguardaba bajo las cornisas del edificio más cercano o hacía cola con el paraguas abierto. Otros grupos de turistas aprovecharon la desapacible jornada para seguir una visita guiada. Allí, mientras unos se hacían fotos con el monumento a los cofrades, un guía explicaba los pormenores de LaAntigua y la Catedral micrófono en ristre.
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Pero entonces empezó a llover de verdad. Menos viento, más agua, igual resultado que con el Cristo de la Luz por la mañana. No hay procesión. Uno de los cofrades sale para informar a la enorme cola que aún espera para entrar a la iglesia. «No va a haber procesión, la iglesia está llena y se va a celebrar un acto dentro. Solo se podrá entrar a medida que vaya saliendo la gente que está dentro», explica. Resignación. Unos se quedan. Otros optan por emprender camino a alguna de las siguientes citas. Que son muchas. A las seis y media le tocaba a La Piedad. Allí, en el entorno de SanMartín, ya se adivinaba el desenlace. Las manolas caminan por la calle Angustias con el paraguas en la mano y muchos cofrades se resguardan con los que portan los familiares y amigos que se han acercado. Llueve. Llueve mucho. Y eso desencadena una serie de suspensiones consecutivas que llegan a los móviles de los periodistas. SIn embargo, la iglesia se llena, como antes La Antigua.
Y ocurre lo mismo con otras iglesias en las que las procesiones se convierten en actos más íntimos. La de las Angustias, abierta, deslumbra con la imagen expuesta en el centro, capaz de atraer todas las miradas, de llenar el ojo del visitante o del paseante casual, que incluso con el mal tiempo los había por toda la ciudad. Rastreadores de Semana Santa, de fe o de arte, tanto da, animados a exprimir lo poco o mucho que la climatología permita. La Veracruz, Santiago. Todas las sedes de las cofradías reciben, en un día de pesar por los preparativos echados a perder, el arropamiento de los vallisoletanos y de los turistas. Esos que unas horas antes, mientras hacían tiempo, se fotografiaban junto a Delibes o ante las letras de Valladolid en la Plaza Zorrilla, y que después decidieron que la Semana Santa hay que vivirla siempre. Diga el cielo lo que diga.
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