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Salieron del aparcamiento de la Plaza Mayor con un poco de despiste, preguntando a una operaria de la Limpieza a qué hora pasarían por allí los cofrades. «En teoría empieza a las 19:30», les respondió. En teoría. Igual no sale. «¿Pero cómo?», preguntaron él ... y ella, argentinos, mientras señalaban al cielo, en ese momento despejado, brillante, azul salpicado de nubes algodonosas, poco amenazantes. Porque no vale con que haya una ventanita de unas pocas horas. El traslado de los pasos de un punto a otro, la recogida posterior y toda la infraestructura necesaria complican el desfile procesional más esperado, el del Viernes Santo. Eran más o menos las seis de la tarde y, de hecho, los presidentes de las juntas de cofradías aún debatían qué hacer, con los partes meteorológicos sobre la mesa.
«¡Qué bonito se compuso el clima!», espetó entonces ella. Y fue cierto.
Lo era en ese momento, porque la lluvia de la mañana había dejado una tarde de colores saturados, como si Valladolid se viera a través de la lente de un Xiaomi tramposuelo o un iPhone dopado. Era luz de turista. O para que los vallisoletanos, después de días de lluvia y viento incómodos, presumieran al fin de ciudad ante ellos. El Campo Grande volvía a ser paseable. Recoletos invitaba al vistazo a la artesanía y a los libros de viejo. Las terrazas de la Plaza Mayor, aún montadas, invitaban al cafelito sosegado. Y la ciudad se convertía en un paseo continuo, de iglesia en iglesia, sin que hiciera falta un rumbo fijo.
El día anterior, la hija de unos periodistas -los periodistas se reproducen solo entre sí, como dato al hilo- confiaba en salir en la procesión de La Piedad. «He rezado mucho para que salga», decía. La plegaria no fue atendida el Jueves Santo, pero el Viernes… Cuenta el actor Jim Carrey que cuando era pequeño un cura irlandés le dijo que él obtenía todo lo que quería de Dios. Solo tenía que ofrecerle algo a cambio. Así que Carrey pidió una bicicleta. Quizá más por probar que por fe. El caso es que dos semanas después apareció en el salón de su casa una bicicleta. Un amigo había puesto su nombre en una rifa. Pues a la hija de plumillas le ocurrió algo así. No fue el Jueves, pero el Viernes Santo, entre una granizada en Tordesillas, un diluvio en Tudela de Duero y cuatro gotas sueltas en Valladolid a eso de las siete y media de la tarde, se hizo el hueco necesario. Meteorológicamente hablando.
Acertaron los presidentes de las cofradías al posponer el desfile una hora. Sortearon así justo el momento en el que cayó una leve llovizna que pilló a los hermanos de Las Siete Palabras acababan de sacar el paso 'Madre, ahí tienes a tu hijo' para acabar de montarlo. Rápidamente volvieron a meterlo a la iglesia de Santiago. Se atisbaron algunos paraguas, pero la lluvia repentina y el retraso provocaron un efecto curioso. Como todo el mundo parecía estar concienciado de que la procesión era a las 19:30, para cuando se quiso retrasar y comenzaron a caer esas pequeñas gotas el centro de Valladolid ya bullía. Y muchos ciudadanos optaron por el paseo hasta las iglesias. Expectación en San Benito para contemplar el Santo Sepulcro. Lleno en la Veracruz hasta que cerraron las puertas, con una cola de casi cuarenta metros para intentar acceder. Abarrotada la entrada de San Joaquín y Santa Ana. Multitud de público observando en el Atrio de Santiago el montaje del paso 'En tus manos encomiendo mi espíritu'.
«Menudo curro», dice una mujer que observa estos preparativos. Y justo en ese momento al tipo de barbas y pelo largo que aprieta las fijaciones de una de las tres cruces -bendita llave de carraca- le empieza a grabar un amigo que pasaba por allí mientras ambos se ríen.
Hay gente por todas partes. Por todas. Una guía explica a un grupo de turistas la Catedral. Se le oye decir lo de que está inacabada y tal. Que quizá habría que darle una vuelta a eso. Como que no está acabada porque no hemos querido. Que cuando esté ya verán. Sin meterse en muchos barros. No se puede decir, por ejemplo, que no está acabada porque todo el dinero se va para la Sagrada Familia, que Puigdemont ens roba o algo así, porque nunca sabes a quién te diriges. En las Angustias, por ejemplo, ante una cola importante, una mujer sale y se dirige a sus acompañantes, que se han quedado fuera. «Estan amb el Crist, amb la capella…», les cuenta en catalán. Al lado, la hija de un matrimonio francés gira el mapa de la Oficina de Turismo y anda para acá, se para, gira, anda para allá, se para, vuelve a mirar el mapa. Al fin los tres lo miran y se ubican. Voilá. Suben Calderón arriba hacia Fuente Dorada.
Un poco más allá, un matrimonio con tres hijos pequeños aguarda, en la plaza de la Bajada de la Libertad, a que todo empiece. Han llegado con tiempo, con sillas plegables y bien pertrechados. Son de Valladolid, saben de qué va esto. Como Vicente y su esposa, que conocen bien la Semana Santa de Sevilla pero se ha venido entrenado, con buen anorak y después de haber estudiado a fondo los pasos, las tallas, las cofradías y todo lo que se debe saber.
A las ocho y media, la Procesión General salió a las calles de Valladolid. Y los fieles, los cofrades, los vallisoletanos y los turistas tuvieron la estampa de la Pasión que merecían después de días de frustraciones.
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