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Disfraces que abultan más que ellos, pero que portan con gracejo y credibilidad. Y es que cuando el niño expande su creatividad crea un universo ilimitado en el que los colores se desbordan de la paleta del maestro que pinta sonrisas; las orugas glotonas se alzan y caminan sobre dos patas; el sol asoma y enciende unas placas solares que no les hace falta ni enfocar al cielo para caldear el ambiente; las abejas revolotean y zumban a los apicultores que recogen su miel; un néctar dulce como los donuts gigantes que desfilan junto a apetecibles triángulos de pizza y despampanantes golosinas. En ese mundo sin fronteras que imaginan los niños, la música enseña el camino de la Calle Real hacia la Plaza Mayor de Segovia a una fila felizmente caótica de personajes ideados en las mentes de los escolares.
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Partituras y sombreros más grandes que los pequeños xilófonos, acordeones y teclados andantes abren la marcha. A la orquesta la sigue el mundo, sí, porque el planeta se acomoda sobre el ensamblaje de las múltiples culturas que lo forman -chinos, indios nativos americanos, hindúes, mexicanos, españoles...- Todos unidos por los derechos de la infancia.
Pero la Tierra está demasiado cerca para la imaginación de un niño que se aventura a explorar el cosmos. Los marcianos también conviven en el jaleo desmedido de los escolares que, por un día, el del Lunes de Carnaval, encarnan a sus héroes y heroínas y se transforman en ellos con la complicidad de sus padres y profesores. Si hay que disfrazarse, se disfrazan.
Y así han ido desfilando por el centro de Segovia, arropados por los actores secundarios de los adultos en una película inagotable de máscaras, pelucas, diademas, vestidos, trajes y toda una suerte de complementos para obrar la conversión. Un espectáculo de cine, sin palomitas, pero con vaqueros, piratas, romanos y otros protagonistas, unos detrás de otros, como fichas de un dominó que sigue erguido la inercia carnavalera tocada por la varita mágica del colegio Hogwarts en el que se graduó Harry Potter. El blanco y negro de las fichas punteadas contrastaba con el desbordante colorido de los papagayos encaramados a unas palmeras cocoteras.
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Quique Yuste
Un mundo inabordable se ha citado este lunes por la tarde en el Azoguejo. Cientos de participantes han habitado por unas horas esos universos infantiles con disfraces confeccionados por los propios modelos. Los colegios Elena Fortún, Diego de Colmenares, San José, Villalpando, Nueva Segovia, Santa Eulalia, Domingo de Soto, Martín Chico, Cooperativa Alcázar, así como la escuela La Senda y las comparsas infantiles de Zamarramala y del centro Marqués del Arco de San Cristóbal de Segovia, han coloreado y rejuvenecido el jolgorio, al que también se han apuntado formaciones oficiales como La Semifusa o los Vacceos. Las tonadas al son de la dulzaina y tamboril y de las charangas han amenizado el desfile hasta la Plaza Mayor, donde la Asociación de Cocineros esperaba con un reconfortante chocolate.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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