![«La relación con Dios es como con cualquier ser humano, hay altos y bajos»](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/06/28/cura-oscarcosta-k0lB-U220571868285Q1B-1200x840@El%20Norte.jpg)
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La razón de que Alberto Janusz Kasprzykowski (24 de abril de 1996) se convierta hoy en el segundo sacerdote ordenado en Segovia en los últimos 14 años es su abuelo Pepe. En sus últimos cuatro meses de vida, víctima de un cáncer de páncreas, recibía ... todos los días la visita a casa de un sacerdote para darle la eucaristía. Y marcó la vida de su nieto de entonces 13 años. «Una cosa tan pequeña le cambiaba la cara, le generaba una fortaleza, otra forma de vivir la enfermedad. A mí eso me marcó mucho, pensar cómo ese aparente trocito de pan le hacía tanto bien. Yo quiero llevar esa misma vida a alguien que esté sufriendo como él». Su camino empieza a partir de las 12:00 horas en la Catedral en un día de fiesta para la diócesis.
Alberto –así le llaman en casa, sus amigos optan más por Janusz– nació en Segovia porque su padre, polaco, emigró a España en 1992. En principio, como un tránsito de dos años para poder viajar a Canadá, pero descubrió el amor en Segovia y se quedó. Aquel economista trabajó como albañil y conoció en una noche de discoteca a una administrativa del Hospital General. Una familia «de misa dominical y poco más, un creyente más cultural, no era una parte fundamental en su vida». Sus raíces son tan hispanas que cuando su padre le habla en polaco, él responde en español.
Pero su abuelo materno, un hombre de «fe bastante fuerte», lo cambió todo. Hasta entonces simplemente iba a catequesis como sus hermanos, pero no tardó en apuntarse al Seminario Menor en Familia, unos encuentros quincenales que le sugirieron sus padres, en parte porque el rector era uno de los sacerdotes de la parroquia de San Millán, su barrio, donde oficiará mañana su primera misa. «La relación que tenía con Dios al principio era de simple rutina, de oración, y pasó a formar parte de mi vida». Mientras, estudiaba en el Mariano Quinatanilla. A los 18 años llegó la decisión: entrar en el Seminario Mayor o elegir una carrera. «No me sentía lo suficientemente maduro para dar una respuesta así de fe». En el otro lado de la balanza, una chica y su pasión por la física, así que se fue a estudiarla a Salamanca.
Cuatro años universitarios en los que continuó su acción pastoral, su catequesis en Carbajosa de la Sagrada. «Siento que hay en mí como una sed de caridad. Estar con Dios y hablar de Dios. Me seguía pidiendo algo, había cuentas pendientes». En julio terminó la carrera y en septiembre empezaba como seminarista segoviano, también en Salamanca, por organización diocesana. Así cambió las prioridades y dejó a sus compañeros de piso para vivir en una comunidad reglada. Aunque no escondía su fe, admite que la decisión sorprendió a más de un colega de fiesta y novatadas. «Algunos piensan que la fe es algo antiguo cuando es algo vivo».
Preguntas cómo: «Pero a ti te gustaban mucho las chicas, ¿cómo vas a entrar al seminario?» Pues tuvo vida sentimental durante la carrera. «Lo normal de un estudiante cualquiera». Su respuesta fue: «Y me siguen gustando. Lo único que yo veo que mi vida no es para formar una familia y tener una pareja estable, sino que va a ser dar ese amor a todas las personas. Mi entrega diaria va a ser con cada uno de los feligreses». Y lo dice sin corregir su pasado amoroso. «Cuando he estado con chicas, lo que hacía con ellas salía de mi propio corazón. Cuando tienes una relación íntima, tienes contacto. Pero cuando te das cuenta de que tu camino es otro, ya no tienes esa intimidad y no llega a ese punto».
Cuando piensa en lo que renuncia no piensa tanto en el «deseo» como en «lo otro que conlleva» una relación. «Una persona con la que tengas esa intimidad, que está pendiente de ti, o simplemente el ser padre. Eso me genera un poco de inquietud». Pero no lo considera un sacrificio por «todo lo que da» el sacerdocio a cambio. Cinco años de seminario y uno en Roma –volverá después del verano para completar la formación a la espera de ser llamado a Segovia de forma permanente–, pandemia mediante, un tiempo en el que el seminario dejó salir a sus huéspedes. Un periodo con dudas. «Dejarlo, no, pero sí momentos de soledad, de desierto. La relación con Dios es como con cualquier ser humano, hay altos y bajos. Momentos en los que a lo mejor no sientes su presencia». Preguntas como si Segovia era el lugar para alguien con alma de viajero. La respuesta es sí. «Hay bastante necesidad».
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Admite que la escasez de vocaciones eleva la responsabilidad de su ordenación. «El ambiente genera esas expectativas. Sé que se me va a pedir porque el nuevo tiene que ir con ese empuje; luego ya se chocará con la realidad, pero espero no perder nunca esa ilusión». Y le preguntan qué va a añadir a la diócesis. «Escucha a los sacerdotes más mayores y a la gente del pueblo. Van a encontrar en mí un trabajador y un testigo del amor de Dios». Es alguien que ha escrito sobre el envejecimiento de los sacerdotes segovianos y que plantea la fórmula del «trabajo en equipo» para paliarlo. «Unificación de parroquias, a lo mejor no tiene que haber una celebración dominical en cada pueblo, tenemos 30 con menos de 28 habitantes. Hay otras formas de estar con ellos, no solo yendo deprisa y corriendo a celebrar una eucaristía».
La liturgia de la ordenación no se ensaya, así que ayer hizo los preparativos en la Catedral con los monaguillos para simular las acciones del obispo. La casulla la trae su familia polaca –tíos, un primo y una abuela de 86 años que tiene el billete de avión, pero es duda de última hora–, que se unirá a sus hermanos y sus padres, que le vieron nacer precisamente el día de su aniversario de boda. La primera señal. ¿El día más importante de su vida? «Hay muchos, pero podría ser uno de ellos. No es un acto concreto, yo estoy intentando decir sí todos los días».
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