Han pasado 83 días, un tiempo todavía escaso para pasar la página, aunque la cuarentena y el confinamiento lo eternicen. La trama ha sido demasiado dura como para olvidar de un plumazo una experiencia que conoce su final feliz, el alegre desenlace de haber superado el coronavirus; pero que ignora el origen. José Nobel fue el primer paciente que se cobró la pandemia en El Espinar.
Hay que retrotraerse a la primera semana de marzo cuando le asaltaron los primeros síntomas. «Tenía fiebre y me dolía la muela», recuerda. En esos momentos tampoco reparó en que pudiera estar contagiado. «Tengo 42 años, no fumo, no había ido a un concierto o a una manifestación, no había estado en aglomeraciones... así que no tengo ni idea de cómo lo pude coger», relata. Acudió el centro de salud de San Rafael y le diagnosticaron una infección de oído. Así que le prescribieron tratamiento farmacológico: desde antibiótico hasta analgésicos. Pero no le calmaron el malestar.
«No era normal, llevaba dos semanas con fiebre alta que no me remitía. Me dijeron que tratara de hacer vida normal, pero era imposible», añade. Con 38,5º como norma en el termómetro y tras varias visitas al consultorio, terminó un domingo en las urgencias de El Espinar y allí «todavía me decían que no tenía nada». Al final acudió al Hospital de Segovia. Casi de inmediato le hicieron una radiografía. «La persona que me atendió me dijo que tenía todos los síntomas del coronavirus y no se equivocó». Esa noche quedó ingresado en planta, donde estuvo ocho días.
«No le hicieron un test»
En ese tiempo no solo luchó contra la infección, sino también contra la lógica que se repetía en su cabeza. «Si yo lo tengo y he convivido con mi madre y mi madre tiene los mismos síntomas, será que también lo ha cogido», deduce.
Durante su convalecencia en el Hospital General hablaba con Flori, su madre, y en cada conversación telefónica se convencía más de que estaba contagiada. «Pero cuando fue al centro de salud le dijeron que si iba a saber ella más que un médico y no le quisieron enviar al Hospital ni le hicieron un test para descartarlo», revela molesto con el trato, aunque prefiere no ahondar porque el desenlace ha sido feliz para madre e hijo. José sí que elogia la atención «ejemplar» de médicos y enfermeras en el complejo hospitalario.
Este sufrido capítulo familiar en una trama coprotagonizada por estos vecinos espinariegos y el coronavirus experimenta un giro de guion el día en el que José recibe el alta y abandona el centro sanitario de referencia en la provincia de Segovia. Tras ocho días internado, justo cuando sale su madre es hospitalizada en planta para ser tratada de la covid-19. Como temía y había advertido el primogénito, también se había contagiado. Flori, de 64 años de edad, permaneció ingresada doce días.
Su hijo se recuperaba en casa y se ocupaba de seguir la evolución de la cabeza de la familia. José tuvo que guardar la preceptiva cuarentena de catorce días «encerrado en la habitación, solo salía para ir al baño, la comida me la dejaban en la puerta en platos y cubiertos de plástico para poder tirarlos y evitar más problemas», apunta. Cuanto el calendario deshojó las dos semanas de confinamiento obligado le avisaron de que podía reincorporarse al trabajo.
«Menos mal que soy autónomo y mi propio jefe», subraya con alivio, porque de no haber sido así está convencido de que no hubiera podido mantener un ritmo laboral. «Te deja muy cansado y débil, así que tenía que parar cada hora para coger fuerzas y continuar», recuerda cuando regresó a la actividad en su asesoría, una tarea que además «se ha multiplicado por cuatro con los ERTE».
«No vinieron ni un día»
En este tiempo de convalecencia activa «no vinieron a verme ningún día», se queja así del seguimiento epidemiológico que, a su juicio, tenía que haber tenido tras superar la hospitalización. Y aunque el protocolo establece una vigilancia vía telefónica, esta tampoco fue suficiente, lamenta José. «Nos iban a llamar cada día y al final solo lo hicieron dos o tres días». Cuando salió del Hospital, su madre también pasó por la reclusión. «Poco a poco a ido recuperando la vida normal, ya sale a dar algún paseo», cuenta su hijo.
Este lunes pasado, José estaba citado para hacerse una radiografía que confirmó que ya no tenía la neumonía. «Desde el 18 de marzo no me habían hecho una», critica. También se queja de que no les hicieron los test. «Pese a todo, somos unos afortunados por pasarlo», afirma.
Su hermano también tuvo suerte, porque «vino de viaje el día antes de que me ingresaran». Viendo la situación de contagio, no se quedó. Pero José «temía por mi abuela María, de 92 años, que estaba pasando unos días con nosotros». «Sabía que lo que nos estaba ocurriendo no era lógico», incide, por lo que «optamos por prevenir mejor que curar y se fue con su otro hijo». Desde el lunes, José puede presumir de haber dado negativo en la prueba.
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