«Un libro para lectores inteligentes que no contagia el coronavirus ni el fanatismo ni la estupidez. Acaso sí puede contagiar el sentido común. Una historia difícil de olvidar». Con esta tarjeta de presentación es fácil caer en la tentación. Si a ello se suma ... el dato de que la obra se titula 'Agnus diaboli' y de que su autor es José Antonio Abella, cualquier intento de resistirse parece baladí. Por si fuera poco en la entraña de esta ficción afloran muchas cuestiones de cielo e infierno, todas pertenecientes más a la tierra y a lo humano, que de alguna manera confluyen en el autor.
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La última novela de Abella, cuya cubierta está presidida por el 'Angelo de la Resurrezione', escultura de Giulio Monteverde del Cementerio monumental de Staglieno, en Génova, está en las librerías desde hace menos de un mes. Con 42 capítulos más una «advertencia a los lectores incautos» y un apéndice de «latinajos, abrojos y otras hierbas», el volumen alcanza 600 páginas fruto de la habitual maestría del médico, escultor y novelista burgalés afincado en Segovia. En ellas traza la historia de «un escultora punto de suicidarse; un oscuro personaje (¿el diablo acaso?) con todo el poder del dinero; una niña con los ojos de Liz Taylor, rescatada de un inframundo de prostitución y pobreza; un joven profesor portugués, experto en Religión y Matemáticas; una inacabada obra literaria del italiano Papini; y el diablo que cada mujer y cada hombre lleva dentro».
Abella, en esta novela llena de humor y reflexiones cuya trama sitúa en una ciudad y un país imaginarios, se acerca con más piedad que temor a la figura del maligno, «el ser más desdichado que habita la Tierra», y nos hace ver que el mal, para desgracia nuestra, «no reside en esculturas ni en demonios de ficción, sino en el corazón pequeño y seco de algunos humanos».
Sobre esta frontera entre realidad y ficción, que enmarca inevitablemente la historia de Abella, cabe recordar que en enero de 2019, y tras una gran polémica, se inauguró en la calle de San Juan de Segovia la imagen de un diablillo gordete que, sentado, se hacía un selfi con el Acueducto de fondo. Se trataba de evocar la leyenda según la cual dicho Acueducto había sido edificado por el diablo, con la pretensión de que constituyera un atractivo al que acudieran los visitantes para hacerse fotos y potenciar una zona menos transitada por los turistas. Fue entonces cuando grupos ultracatólicos denunciaron la escultura ante los tribunales, afirmando que convertiría la ciudad en foco de turismo satánico. Dos años después, el Tribunal Superior de Justicia sentenció a favor de la escultura.
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De este acontecimiento trata la novela, aunque su autor, en su advertencia, echa mano de la ironía cuando habla de sus pretensiones. «A menudo se confunden realidad y ficción en las obras literarias, y no me gustaría que algo así pudiera suceder con este libro. Es muy probable que ciertos o inciertos lectores, los que conozcan mi 'Diablillo del Acueducto', tiendan a identificar los argumentos de esta novela de ficción con sucesos y personas de la vida real, lo que sería un completo y terrible disparate».
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