Marta García Monjas se quedó con la condición de su padre, empresario, no con el negocio, su restaurante. «He visto ese liderazgo, ser el jefe, organizar tú todo, siempre me ha gustado», afirma esta joven segoviana de 24 años. «Desde pequeña tenía claro que quería ... ser mi propia jefa, no quería trabajar para nadie, reitera su premisa. Lo que no esperaba es que abriría su empresa en un pueblo de unos 150 habitantes como Casla. «Hace tres años me dices esto… Yo de pueblo, solo en verano. Y ahora, no me metas en una ciudad», comenta esta emprendedora.
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Cuanto terminó Bachiller, no tenía «ni idea» de qué estudiar, así que empezó un grado superior de Asesoría de Imagen. Allí encontró una asignatura de organización de eventos que le marcó el camino. Tras cuatro años de formación superior, abrió su empresa con sus iniciales (MGM) y lleva un año con ella. A ello se añaden cursos especializados en decoración de globos o en una 'candy bar', una mesa dulce con chuches personalizadas.
Vivir en un pueblo
Es un sector en auge con eventos nuevos como la revelación del sexo del bebé, que se suman a los cumpleaños o comuniones más tradicionales. El evento que recuerda con más cariño fue un 60 cumpleaños en el que le pidieron una fiesta temática de los años 80. «Hice una pared de globos con colores llamativos, guitarras o micrófonos», explica. Casla es su centro de operaciones y se desplaza para los acontecimientos que organiza.
Vivía en Madrid, pero se trasladó a este pequeño pueblo segoviano para ahorrarse el alquiler en plena pandemia del coronavirus. «Era volver con mis padres después de cuatro años o quedarme sola en Madrid. Entonces vi que esto me gustaba, pero esto no entraba en mis planes, ni de lejos», admite Marta. «Vivir en un pueblo es una de las mejores cosas que hay, salir a la calle y ver naturaleza, campo, sierra, estar tranquila... La calidad de vida es mucho mejor aquí que en una ciudad grande, no hay contaminación ni ruido; solo oyes al panadero», desgrana las ventajas de la vida rural.
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La joven dibuja un pueblo en el que conoce a todo el mundo. «Me levanto, trabajo, cosas de casa y hay que poner chimenea porque aquí te congelas aunque haya calefacción». También cuenta sus «paseos por el monte, y los fines de semana sí que viene gente y te juntas en el bar». Con todo, que ella esté allí es gracias a la tecnología. Las redes sociales son el escaparate de su trabajo y la fibra óptica es indispensable. Se sorprende al no echar nada de menos de su antigua vida. «He cambiado mucho y me gusto más ahora que antes», reconoce la empresaria. La definición que hace de sí misma es un paradigma de la integración de la mujer en el mundo rural. «Soy una chica independiente que no necesita nada de los demás ni me importa lo que piensen o digan».
Su caso es una anomalía demográfica en un pueblo con otras tradiciones. «La gente se sorprende de que yo viva en un pueblo con 24 años, parece que si vives en un pueblo tienes que trabajar en la agricultura o ser ganadera, pero hay más cosas, como estar trabajando desde casa», matiza. «Si quieres una vida tranquila, da igual a lo que te dediques», apostilla Marta. Por otro lado, asume las contrapartidas, los viajes en coche de más.
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La lucha contra la despoblación es tratar de que su caso no sea aislado. «Algunos pueblos tienen que incentivar que la gente quiera venir. Aquí pusieron fibra y a la gente que ha teletrabajado este verano le ha venido bien; pero hay que hacer más cosillas para que también se queden en invierno», concluye la joven.
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