![Las consultas de riñón crecen en Segovia un 63% en cinco años](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/02/25/repor-renal-dialisis-elnorte2-kSrB-U2101636766628QV-1200x840@El%20Norte.jpg)
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La enfermedad renal crónica es un caballo de batalla para los nefrólogos y para la sanidad en su conjunto. «Tenemos que dar a nuestros pacientes las mejores opciones», resume Leonardo Calle, especialista del riñón encargado de trasplantes del Hospital General de Segovia. El envejecimiento de ... la población y el incremento de factores de riesgo como la diabetes o las dolencias cardiacas han multiplicado la población susceptible de acabar en sus consultas. Todo un reto porque los primeros síntomas de fallo renal son indoloros, así que el ojo clínico del sistema es crucial para un diagnóstico temprano y evitar problemas.
La consecuencia es que el número de pacientes asistidos en el servicio de Nefrología ha aumentado en un espacio de cinco años, desde 2018. Hace un lustro eran en torno a 550 los que pasaban por la consulta al cabo del ejercicio y en la actualidad rondan los 900. Esto quiere decir que la demanda de atención especializada por problemas renales ha crecido un 63% en el complejo asistencial de referencia en la provincia. Este dato también ejemplifica el interés de la sanidad pública por detectar antes los casos y da fe de la extensión de los problemas renales a una población cada vez más amplia.
El filtrado glomerular ilustra cómo los riñones eliminan los desechos de la sangre a través de una fórmula matemática que distingue cinco estadíos en la evolución de una enfermedad renal. El valor que salta en los análisis es la creatinina. Unos niveles inadecuados hacen que el médico de cabecera solicite cita con el especialista.
Leonardo Calle
Nefrólogo del Hospital General de Segovia
Lo habitual está entre 0,7 y 1; a partir de un 1,5, el procedimiento lógico y normal apunta a la petición de más pruebas, principalmente los análisis de orina en busca de proteínas o glóbulos rojos. «Eso nos tiene que hacer pensar que hay una enfermedad por detrás», subraya el nefrólogo del Hospital General de Segovia. Aunque no haya síntomas. «Habitualmente en estos límites, el paciente no siente nada», matiza Leonardo Calle.
El especialista habla de la diabetes, la primera causa de enfermedad renal, como un «gran caballo de batalla». La sospecha de padecer esta patología es suficiente para una consulta en Nefrología; también acuden pacientes hipertensos, con el ácido úrico elevado o con riesgo cardiovascular. «El aumento de la prevalencia de determinadas enfermedades es algo que notamos en las consultas. El perfil es el de un paciente más mayor, con infartos previos, insuficiencia cardiaca, tabaquismo u obesidad. Todo eso hace que el número de pacientes vaya aumentando».
Como el filtro de la Atención Primaria es crucial, parte del crecimiento de esas consultas viene por las que realizan de forma telemática los nefrólogos con este servicio cuando hay anomalías. Las citas virtuales para agilizar el procedimiento representan en torno a un cuarto de ese total de unos 900 pacientes anuales. «Eso nos ha ayudado mucho a establecer una corriente de comunicación, que el manejo del paciente sea más fácil y no lleguemos a esos estadíos finales», explica el nefrólogo. «Si vemos algo raro, le citamos directamente nosotros», apostilla. Calle se refiere a unas consultas específicas bautizadas con las siglas ERCA (Enfermedad Renal Crónica Avanzada). Esta práctica clínica surgió en la pandemia y se ha mantenido.
El fallo renal severo aparece cuando el filtrado glomerular está por debajo de 10. Ahí afloran los síntomas: cansancio producido por la anemia, calambres provocados por las alteraciones del potasio o el calcio, inapetencia a alimentos como las proteínas porque la sangre no es capaz de eliminarlas, el aliento o el color amarillento amarronado de la piel. «No solo fallan los riñones, sino todo el cuerpo», hace hincapié el especialista. En este punto es cuando se plantean las opciones para sustituir el riñón.
Aunque hay casos de trasplante inmediato, lo habitual es ganar tiempo a través de la diálisis. La hospitalaria es la hemodiálisis, un recambio de la sangre que se realiza a través de un catéter –normalmente en la yugular derecha, pero también a través de una fístula, es decir, coser una arteria a una vena para que pase un caudal suficiente– y de una máquina.
Por su parte, la diálisis peritoneal se hace en casa y sin sangre de por medio. Consiste en colocar un catéter en la barriga e infundir un líquido que la vacía y cumple la función de diálisis en unas cuatro horas. Se trata de un llenado y vaciado que se repite tres o cuatro veces al día que permite conservar la poca orina que tienen, que suele eliminarse por el formato sanguíneo. «El propio órgano que ya estaba fallando deja de funcionar. Como ese trabajo me lo hacen desde fuera, ya no necesito hacerlo», explica Calle el funcionamiento. La elección de una u otra depende de la independencia del paciente.
En su consulta monográfica, el especialista del Hospital General de Segovia hizo el año pasado doce trasplantes –una cifra que incluye los realizados de donantes en vida y los extraídos a un cadáver–. Cinco de ellos se hicieron con apenas cinco meses de espera entre la diálisis y la intervención. Esa docena de trasplantes es la media anual durante el último decenio, dejando a un lado la pandemia. Un nuevo riñón al mes.
Frente a otros tratamientos hospitalarios, los pacientes de hemodiálisis tienen una sola enfermera de referencia. Con todo, es un soporte, no una cura para un riñón que está ya en fase terminal y necesitará un trasplante. La opción ideal, incluso sin pasar por diálisis, es el trasplante de vivo, una cesión altruista que debe ser corroborada por un juez y que se gestiona a través del funcionamiento ordinario de la consulta.
El Hospital de Salamanca es el que centraliza en Castilla y León este tipo de donaciones. El nefrólogo encargado de trasplantes en el complejo asistencial de Segovia, Leonardo Calle, subraya «la supervivencia que tienen los riñones de vivo» y destaca las muestras de generosidad de la sociedad. Esta modalidad permite ganar tiempo, pues la espera media en la región de los pacientes que aguardan un trasplante de riñón de un cadáver está en los dos años. El de vivo, al ser un donante compatible genéticamente, se programa sin apenas espera.
Por eso Calle pide donaciones. «Pierde un riñón, pero no pierdes calidad de vida; podemos vivir perfectamente con un riñón», esgrime. De hecho, «tenemos pacientes que solo tienen un riñón y tienen una función normal. Si hubiera problemas, no existiría tanto programa donante vivo», apostilla el experto.
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