Chencho Alonso
Valladolid
Lunes, 5 de junio 2023, 00:17
Otra vez al pozo. El Real Valladolid regresa al infierno de la Segunda División solo un año después de lograr el ascenso. Lo hace tras completar una temporada en la que si por algo ha destacado es por mostrar una tremenda irregularidad en su ... rendimiento. La apuesta de Pacheta se quedó corta en muchos momentos. El estilo osado y alegre que permitió el ascenso no daba suficiente resultado en la máxima categoría. Ni con balón, donde los goles brillaban por su ausencia, ni sin él. El Pucela era un equipo con mandíbula de cristal al que cualquier acoso del rival terminaba por dejarle ko. El efecto Pezzolano duró tres jornadas. La rebeldía, intensidad y voluntad de resistencia del equipo mostrada en los tres primeros choques dirigidos por el técnico uruguayo hizo 'click' tras aquel error de Jordi Masip en Mestalla. Tras aquello, a falta de siete jornadas para el final del campeonato, el Real Valladolid tenía en su mano el objetivo. A partir de entonces, solo una victoria, la lograda frente al FC Barcelona y un carrusel de oportunidades desaprovechadas que no han hecho del Real Valladolid merecedor de un hueco en la élite del fútbol español el próximo curso.
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La temporada del Real Valladolid ha estado plagada de altibajos. Han sido muchos los partidos en el que el equipo blanquivioleta ha mostrado un rendimiento muy por debajo de las expectativas e, incluso en algún partido, por debajo del nivel que exige un equipo de la máxima categoría del fútbol español. En otras ocasiones, ha ofrecido momentos de buen juego y contundencia defensiva que le han permitido sacar resultados positivos y, a veces, hasta sorprendentes como las victorias en San Sebastián o Villarreal. Un curso, el recién terminado, que debe ser un aviso para navegantes y una forma de entender que el equipo necesita más a todos los niveles.
El arranque del curso resultó complicado. Hasta la cuarta jornada no llegaría la primera alegría en forma de victoria con el asterisco del complicadísimo inicio ante Villarreal, Sevilla y FC Barcelona. Poco a poco el equipo se asentaba en primera e iba sacando a la luz esa esencia que le otorgó el ascenso, pero tenía serios problemas lejos del José Zorrilla. Como casi todo el año, en realidad, más allá de algún encuentro aislado. Todo lo que mostraba jugando como local se esfumaba a domicilio. Han sido dos caras muy diferentes que han penalizado en exceso la puntuación final del Real Valladolid. Tampoco encontraba Pacheta un once titular que la afición pudiera cantar de carrerilla. Cada partido eran varios los cambios de nombre, sistema o modelo. Un sábado se ganaba al Elche y el siguiente martes la alineación presentaba nueve cambios en San Mamés justo antes del parón por el Mundial de Qatar. Esta gestión de la plantilla que realizó Pacheta en la primera vuelta tampoco ayudó a encontrar la regularidad necesaria. Con todo esto, por entonces el Pucela vivía cómodamente en la duodécima posición con 17 puntos tras 14 jornadas disputadas.
La llegada de Machís, Amallah, Hongla y, sobre todo, Cyle Larin reforzó al equipo en un momento en el que, tras la vuelta a la competición, vivía una situación delicada. Cinco derrotas consecutivas en LaLiga y cinco jornadas sin ver portería hasta que aparecieron Machís y Larin para dar un agónico triunfo ante el Valencia. Subidón de moral y mejoría de rendimiento que duró lo que las lesiones y el acierto de Larin fueron permitiendo. El venezolano se perdió partidos importantes y su rendimiento se vio lastrado por diferentes dolencias hasta la recta final donde volvió a aparecer. Amallah comenzaba a ver florecer su versión más imponente cuando se destrozó el hombro en Mestalla tras una entrada que pasó inadvertida para los árbitros. La figura de Hongla ha sido clave en la mejora colectiva del equipo en la fase defensiva y el gol ha llevado (casi) siempre el nombre de un Cyle Larin que acaba la campaña con números históricos para un fichaje de invierno. Lo del canadiense ha sido un rendimiento sobresaliente que tiene poca comparativa y que lo ha apuntado en rojo en las agendas de muchísimas direcciones deportivas.
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El crédito de Pacheta acabó para Ronaldo, si no lo había hecho antes, tras la goleada recibida en el Santiago Bernabéu. Atravesaba el equipo un momento en el que parecía demasiado frágil, incapaz de reponerse a cualquier primer golpe y había decepcionado en partidos ante Elche, Celta o Athletic Club. Aterrizó Pezzolano para intentar dar un cambio al equipo y lo consiguió durante sus tres primeros partidos ante RCD Mallorca, Villarreal y Girona.
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Siete puntos que daba aire a un equipo que se quedaba a dos victorias del objetivo a falta de ocho jornadas. Pintaba muy bien, viendo además que el calendario destapaba choques ante rivales muy directos, pero el equipo se descompuso. La derrota en Valencia supuso un golpe durísimo a la moral del equipo que acumuló hasta cinco derrotas consecutivas y mostró señales muy preocupantes en cuanto a lo físico. El uruguayo apostó por un once muy repetido que exigía aire fresco que no llegaba. No se encontró un término medio entre las rotaciones masivas de Pacheta y la confianza ciega del uruguayo en sus once soldados. El champán perdió las burbujas tan pronto como llegó la primera piedra en el camino de Pezzolano.
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Es de obligada reflexión la manera en la que al Real Valladolid le han penalizado los errores propios y los ajenos. Hay que hacer autocrítica sobre el nivel de competitividad colectivo que exige una obligada mejoría, pero los errores individuales nadie nos los ha perdonado. En el ojo del huracán quedan los de ambos guardametas, Masip y Asenjo, por ser mucho más decisivos en el resultado, pero han existido errores muy graves en todas las líneas e incluso en el banquillo. Por supuesto, queda una temporada en la que el Real Valladolid se ha visto perjudicado en materia arbitral con penaltis que se han ido al limbo, lesiones a futbolistas importantes que han quedado impunes durante los partidos y hasta goles no concedidos por una milésima de segundo. Lo nunca visto se contempló en Zorrilla.
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