La idea le surgió mientras trabajaba. José Miguel Tirado Mediavilla, vecino de Baños de Cerrato, perteneciente al municipio palentino de Venta de Baños, «no aguantaba» la marca que le dejaban los cordones de sujeción de las mascarillas. Le «costaba horrores» incluso concentrarse, porque –reconoce– ... estaba «todo el rato pendiente de que no me hiciera daño y moviéndolo». Entonces, recuerda, se «plantó» a buscar una solución para tratar de revertir aquella situación. «No aguantaba, cada vez menos, y dije: 'Esto es horroroso, hay que ver lo incómodo que es ¿por qué no le quito los cordones?' Y empecé a buscar métodos y pensar en soluciones diferentes para que no me molestara», comenta Tirado, arquitecto de la Junta de Castilla y León en la provincia.
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Lo primero que hizo fue hacerse con una impresora 3D. Comenzó a hacer pruebas hasta que dio con una fórmula que, a priori, era «buena». «Se me ocurrió ponerle un adhesivo por las dos caras, en las cuatro esquinas, pero al principio hacían daño, se quitaban de la mascarilla... Era ir probando hasta dar con la solución definitiva».
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Una vez tenía la idea base, decidió registrarla en la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). «Está publicada, pero tengo una oposición, así que aunque podría comercializarlo, prefiero esperar porque nunca se sabe lo que puede pasar», sostiene Tirado, al tiempo que avanza que sí lo ha repartido entre familiares y amigos. «Tengo un compañero al que se lo he dejado y le resulta muy cómodo. Mis amigos y familiares están también contentos, aunque también les digo que si algo no les gusta o encuentran fallos, me lo digan para poder mejorarlo», continúa este palentino.
Pero José Miguel Tirado Mediavilla no es el único castellano y leonés que ha despertado su imaginación durante estos meses de pandemia. Y es que la cuarentena ha provocado que el igenio llegara para Luis Miguel Martínez Silván, un vallisoletano que ha encontrado la solución definitiva al empañamiento de las gafas cuando hay que llevar mascarilla. O en Segovia, Fernando Fuentenebro García, con su cabina para higienizar la compra. Estos son solo dos ejemplos más de ideas aportadas en la comunidad en unos meses en el que el registro de patentes ha aumentado sus registros un 50%.
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La «mayor cualidad» de su creación, dice, es que «puedes quitarte y ponerte la mascarilla las veces que quieras»; el adhesivo no pierde propiedades. «Son cuatro puntitos en las esquinas, seis a lo sumo, y no resulta corrosivo para la piel. Tampoco se quita de la mascarilla, puede tener una vida útil de dos o tres días», comenta Tirado, mientras recalca que no puede desprenderse de un protector para pegarlo en otro porque «se pierde y no hace efecto».
Asimismo, estima que puede llegar a imprimir unos 180 adhesivos en cerca de tres horas. Aunque todo está supeditado «al ritmo que le cojas y a la maña que le vayas dando». «Es como todo, cuanta más práctica tengas, con mayor rapidez lo haces porque le has cogido el truco, pero por lo general es un proceso sencillo. No sé los adhesivos que habré comprado», relata. También desvela que, desde que comenzó a «probar y trastear» hasta que decidió dar el paso de registrarlo transcurrieron «un par de meses fácilmente». Sin embargo, no era un procedimiento nuevo para él. Patentó su primer invento hace diez años –ahora tiene 49 años–, y en aquella ocasión se trató de «un colector bidireccional». Ahora está inmerso en pleno proceso de inscribir «esas pegatinas» que utiliza para renunciar a los cordones de las mascarillas.
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