Abrir la boca u demostrarlo

El escritor francés André Maurois consideraba que «ser sincero no es decir lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa». Imposible definirlo mejor. Un castellano viejo afirmaría que son los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Y en la jerga coloquial, ser un bocachancla. Lo bueno de ese tipo de gente es que son lo que ves. No como todos esos mandatarios que llevan años sin mirar hacia el pueblo venezolano para no ver cómo era arrastrado hacia la miseria. Los mismos que daban palmadas en la espalda al bolivariano entre risotadas y ahora parecen rasgarse las vestiduras ante lo que todos parecíamos saber, menos ellos.

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Antagonismo a la sinceridad y reflejo del fariseísmo. Como esos otros que se ofenden ante cada nueva cesión a los de siempre –los independentistas– y se llevan las manos a la cabeza, como el teatrillo que hace el mercader ante el regateo, pero continúan bien acomodados en su silla. Si es que, al final, lo mejor es hacer como Pedro Sánchez y callar, que no otorgar. Que siempre hay alguien dispuesto a decir eso de que abrir la boca es demostrarlo.