José Luis Lera. EFE/Nacho Gallego

Palabra de Lera

«Su periodismo de sentencia era chispeante y castizo, ingenioso e irónico para subrayar lo esencial, sin descuidar el centro del relato pero con una mirada periférica que lo absorbía todo»

R. Jiménez

Domingo, 14 de enero 2024, 13:25

Hablaba sin guión, cargado de sencillez, desprovisto de afectación y sin pujos de solemnidad, con la misma naturalidad de las faenas que encendían su entusiasmo en crónicas rebosantes de humanidad y costumbrismo. Su palabra, hablada o escrita, lo ennoblecía todo. Ha muerto José Luis Lera ... , crítico de El Norte de Castilla (1977-2006) y de la Agencia EFE (1984-2017), uno de los pocos cronistas al que escuchabas su voz mientras leías su prosa certera, sin arrequives ni adornos superfluos: la verdad sin cuento, desnuda de posee y excesos beligerantes. Era su forma de ser y estar en la redacción, en casa y en la calle, a la antigua usanza, con el debido respeto y carente de solemnidades fatuas.

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Su periodismo de sentencia era chispeante y castizo, ingenioso e irónico para subrayar lo esencial, sin descuidar el centro del relato pero con una mirada periférica que lo absorbía todo. De cualquier detalle o gesto levantaba un monumento en letra impresa sin darse cuenta o importancia, que en cierto modo viene a ser lo mismo.

Todas esas cualidades le comunicaban con la vieja escuela del periodismo, de memoria y conversación, de tertulias en las mesas de redacción al hilván de un teletipo, un suceso o acontecimiento puntual.

Con José Luis Lera, su generosidad y entusiasmo sin tasa se disuelve una generación de viejos maestros, en su caso una forma de entender la vida y la crónica. Ese es el legado que deja quien, más allá de sus textos ha sido un profesional ágrafo: no ha dejado relatos, apuntes o memorias escritas que podrían reconstruir todos aquellos con quienes trató.

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Tampoco empleó pseudónimo como sí hicieron desde mediados del siglo XIX los revisteros encargados de aquellas reseñas apresuradas a pie de plaza que vendían en hojas volanderas casi a la salida de los toros. Fue otra de las raras excepciones en José Luis Lera, cuyo primer apellido transmutó en nombre de guerra, el sobrenombre que nunca utilizo como cofrade prestigioso de ese microcosmos periodístico que es la crítica taurina.

Pasear con Lera por Valladolid era aventurarse en una infinita vuelta al ruedo. Se sabía cuándo se salía pero se ignoraba cómo y cuándo finalizaría el vendaval de ovaciones, parabienes y buenos deseos que recogía en ocasiones sin conocer a su interlocutor.

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Maestro sin tarima, catedrático sin sitial, santo sin peana, desdeñó siempre los títulos sin sello oficial que le consideraban un maestro. Con su proverbial retranca, como así se denomina a la ironía en estos secarrales, siempre decía que la condición de decano con que solía emparejarse su nombre no tenía más mérito que el de ser viejo.

A los 92 años ha muerto prácticamente en pleno vigor intelectual, activo, lector y asiduo hasta los 90 años de las innumerables tertulias que abonó con su solicitada presencia en los bares Corinto, Sol, Belle Époque y principalmente el Suizo, su otra oficina desde hace décadas, donde recibía a todos sus amigos y aficionados sin distinción.

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Hizo suya la máxima belmontina (Se torea como se es) porque escribió y celebró la amistad con la misma naturalidad con que ha hecho mutis por el foro y escuchado los tres avisos para entrar desmonterado (nuevo en esta plaza) en el firmamento de las personas buenas, de los aficionados cabales. Ya te estamos echando de menos, querido amigo.

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