Lo que sé de la nobleza del periodismo me lo enseñó José Luis Lera. «Esto es un titular»; «esto es un sumario», «esto es un ladillo y esto es un pie de foto». Yo salía de la facultad de Filología Hispánica a las siete o ... las ocho de la tarde e iba directamente a El Norte de Castilla, en la calle Duque de la Victoria. Al final de una redacción que olía a tabaco y ensordecía con el teclado de las máquinas de escribir estaba Lera: espigado y de porte serio, de caballero eterno; con sus gafas y su mirada lista. Vozarrón grave. Me sentaba a su lado y empezaba la lección.
Él recibía los teletipos de la sección de nacional. Centenares de noticias y de artículos de opinión de EFE, Europa Press y Colpisa que tenía que seleccionar. Me costó mucho trabajo distinguir entre lo que era y no era noticia. Él me lo enseñaba, pacientemente.
Decidido qué teletipo pasaba la criba, corregía las erratas, ponía ladillos, quitaba párrafos y, a mano él, a máquina yo (porque nunca nadie entendió mi letra) en una cuartilla escribíamos el titular y, en su caso, también el sumario. Y lo dábamos al redactor jefe, Antón, para que lo maquetara en la página.
La primera vez que vi en el periódico una noticia corregida y titulada por mí, salí a la calle con la sensación de que todo el mundo sabía que había sido yo el que había hecho tal proeza. Pero, realmente, había sido Lera, que trabajaba con el mismo anonimato de los redactores de los teletipos.
Solo en la crítica taurina y de teatro firmaba Lera. Un día no pudo ir a una corrida y me mandó a mí, 17 años, que nunca había pisado una plaza de toros. Le presenté la crónica de un folio y me dijo, «escribes bien para no tener ni idea. Sigue escribiendo». Y me lancé a escribir artículos.
Entonces, yo tenía un grupo de teatro, 'Selene', y Lera publicó un suelto que decía que el trabajo que hacíamos era «encomiable». Por Dios, qué palabra; qué podía significar eso. Desde entonces, uso mucho la palabra «encomiable» y siempre me acuerdo de él.
Fernando Altés, el director del periódico, me recibió en su despacho cuando Lera le dijo que me veía maneras, como dirían los taurinos. Y Altés me dijo: cuando entres en el periódico, dejas tu carné de identidad en la puerta; lo que pienses o dejes de pensar, son cosas tuyas: aquí, si vas a ser periodista, tienes que abrir tu cabeza a todo el mundo. Y Lera fue marcando mi camino corrigiendo y corrigiendo, pasando muchas horas a su lado, hasta que la máquina de escribir empezó a rellenar textos que ya no eran solo titulares, sino artículos de opinión, y noticias, y reportajes… Hasta que el resto de la Redacción con Germán Losada, Luis Miguel De Dios, Jesús Díez Lobo, Ángel María de Pablos, Miguel Ángel Pastor, Emilio Salcedo, Fernando De La Torre, y el subdirector José Jiménez Lozano, con los correctores y linotipistas, se sumaron al coro de profesores.
Cuando escribí mi primera novela, «Marta», se la entregué a Miguel Delibes. Días después me dijo, «sigue escribiendo: pero si quieres ser escritor, preséntate a un premio y gánalo». Nunca me he presentado a un premio, y no soy ni escritor, ni político, ni empresario… O he ido siendo una mezcla de todo. Y eso ha sido porque Lera me sentó a su lado y me dio la mano en mis primeros pasos.
Hoy José Luis Lera ya no está, pero siempre le recordaremos.
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