En el Bronx viven un millón y medio de personas, un tercio de los cuales son de origen extranjero, fundamentalmente –aunque no exclusivamente– dominicanos, mexicanos y puertorriqueños. Su renta media es de unos 45.000 dólares al año, que puede parecer algo más que digno ... pero que es bastante menos que la media de la ciudad de Nueva York, en torno a los 70.000. El barrio ha tenido fama de ser uno de los distritos con mayor índice de delincuencia en la ciudad de Nueva York, especialmente en los setenta y los ochenta. Y, lamentablemente, en algunas zonas así sigue siendo, a pesar de que la situación haya mejorado significativamente gracias a diversas iniciativas de seguridad y revitalización económica y cultural.
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Una de ellas es el Centro Cultural Latino y Puertorriqueño del Bronx Library Center, dependiente de la Biblioteca Pública de Nueva York. Ese centro tiene como misión preservar las historias y experiencias de las comunidades de inmigrantes del Bronx. Y esto de 'inmigrantes' en Estados Unidos no deja de ser algo relativo, como me dijo alguien hace unos meses. «Aquí todos somos inmigrantes. La diferencia es que unos llegaron en el siglo XIX, otros en el XX y otros están llegando en el XXI». Se ve que, para algunos, el estigma del inmigrante no acaba nunca y es normal oír hablar de inmigrantes de segunda o tercera generación, es decir, de llamar inmigrantes a alguien que no solo ha nacido en Estados Unidos, sino que sus padres e incluso abuelos ya lo hicieron. Vamos, que son tan estadounidenses como Trump, cuyo abuelo era alemán. Es decir, inmigrante.
El Centro rinde homenaje a las comunidades latinas y celebra su patrimonio y su contribución a la ciudad a través de fondos editoriales, eventos y exposiciones mensuales de arte. Se trata de valorar lo hispano y de respetarlo no solo a nivel histórico –les enseñan su historia, es decir, la nuestra– sino también en lo más moderno: el Bronx no deja de ser el lugar de nacimiento del grafiti, del rap, del hip hop, del break dance y de los DJ. Que a usted y a mí nos puede gustar más o menos, pero que han sido eventos decisivos en la configuración de la Cultura –con mayúsculas– universal de los últimos cincuenta años y con una influencia imposible de cuantificar.
Además, en el propio barrio vi un Centro Cultural, con quince millones de dólares en fondos y basado casi exclusivamente en el teatro. «Creemos que el arte es un derecho», me dijeron. «Cuando no hay nada que hacer es cuando llegan los problemas. A mayor cultura, menor delincuencia, mayor integración, mayor riqueza». Como ven, la inyección de dinero en el Bronx es enorme y no solo para revitalizarlo económicamente sino también culturalmente y en lo referente a sus condiciones de dignidad como seres humanos –que es lo que queremos los cristianos–, lo que redunda en una mayor seguridad y comienza un círculo virtuoso de integración y riqueza –que es lo que queremos los capitalistas–.
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Posteriormente vi en la Sexta Avenida un desfile donde más de 400.000 dominicanos residentes en Nueva York festejaban su día nacional. El espectáculo se lo pueden imaginar, una inmensa caravana de carrozas extrañas, coches pretenciosos, personas bailando 'reggaeton' y canciones populares y mucho ruido. A mí no me gusta el ambiente, pero ellos estaban contentos, felices, la policía estaba garantizando que pudieran hacerlo y nadie decía nada ante el hecho de que sus propios vecinos –no extraños aborígenes con taparrabos y lanza, sino sus vecinos– festejaran la cultura de sus padres y abuelos.
Y todo ello me dio que pensar. ¿Qué pasaría si en agosto los dominicanos residentes en Valladolid pidieran permiso para hacer un desfile por el Paseo de Zorrilla? Me temo que los mismos que van a Nueva York a hacer fotos a ese crisol de culturas, se sentirían molestos. ¿Y si lo hacen los marroquíes? ¿Qué pasaría si nuestros vecinos marroquíes celebraran el día de Marruecos con eventos culturales, gastronómicos o actos que rememoren su origen y sus tradiciones? Ahí ya no me temo nada, no tengo duda de que los mismos que van a Londres a conocer Bricklane, Whitechapel, Hackney y abren la boca ante los kebabs e instagramean la comida bengalí, la cerrarían de golpe ante la afrenta a nuestra cultura que supondría esa estética en Las Delicias.
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No les digo ya si el Ayuntamiento de Valladolid se conciencia de una vez de que esto va en serio y comienza, como debe, una fuerte inversión en las zonas con más inmigrantes para, como han hecho en Bronx, revitalizarlas económica y culturalmente con centros, bibliotecas, teatros y lo que sea necesario. Y de modo continuado, no puntual. Más allá del populismo de la extrema derecha o del buenismo progre, no cabe duda de que el fenómeno migratorio es una de las claves del siglo XXI, así que abandonen toda esperanza de que revierta. El mundo ha cambiado y no vale de nada la nostalgia. Y, con independencia que desde las administraciones competentes se tomen las medidas que se haya de tomar para frenar la inmigración ilegal, desde las administraciones locales se han de garantizar los derechos de los inmigrantes legales y tratarlos con la dignidad que merecen. Y, por supuesto, como a vecinos de pleno derecho, que es lo que son. Y si, como yo, tienen la suerte de contar con alguno de ellos como amigo, pues mucho mejor, pero eso da igual. No hace falta que les traten como amigos, me conformo que les tratemos como a personas.
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José F. Peláez
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Las cosas se valoran en función de su alternativa. Y la alternativa a hacer esto es que los inmigrantes, que van a seguir llegando, no se integren, que sus hijos se sientan, como en Francia, extranjeros, que no trabajen, que no encuentren lugares en los que acceder a la cultura, que se generen guetos, que se incremente la delincuencia y, tras ella, la identificación de inmigración con violencia, que, a su vez, es el germen de nuevos problemas.
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Es urgente que el Ayuntamiento cambie el chip definitivamente y apueste de modo estructural por integrar a los vecinos inmigrantes dentro de sus políticas. Es posible que a su socio esto no le guste nada, aunque no entiendo por qué, yo creo que cristianos y capitalistas sí que son. Y su problema parece ser la inmigración ilegal, no la legal, o al menos eso les he oído decir, aunque, posiblemente, no se lo crean ni ellos. En cualquier caso, es buen momento para comprobarlo. A los que no les guste siempre pueden ir a Nueva York a disfrutar de la mezcla de culturas que niegan en su ciudad. O a Marsella a conocer los guetos, que es la alternativa a la que conduce seguir negando la evidencia.
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Sobre la firma
Valladolid, 1978. Escribe en El Norte de Castilla y ABC y es colaborador en Onda Cero.
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