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Definitivamente hay gente 'pa tó'. Algunos dedican su vida a la ingeniería de caminos, canales y puertos, otros al estudio de las avutardas en Villafáfila y los de más allá sellan hojas en la oficina del registro de Duque de la Victoria. Pero jamás habría supuesto que entre nosotros hubiera personas que se dedicaran a estudiar las expresiones que se utilizan en las diferentes provincias españolas para llamarse unas personas a otras. Pero así es. Y la cosa es que esos estudiosos del vocativo han concluido que en Valladolid nos llamamos entre nosotros 'macho'. Y es posible que sea cierto, reconozco que yo soy muy de 'macho'. Y también de 'tío', los alterno con naturalidad, soy bilingüe del colegueo.
Pero creo que no son sinónimos: 'macho' tiene un punto de enfado del que carece 'tío'. Macho lleva incluido un pequeño reproche, una llamada de atención mientras que 'tío' es polivalente. «¿Qué pasa, tío?» lo mismo sirve para saludar a un amigo que para acordarte de la santa madre del conductor que te acaba de pitar en Isabel la Católica. Sin embargo «oye, macho», tiene connotaciones de reprobación, como de estar metiendo prisa a alguien o llamando la atención a un amigo que está en la parra.
La manera en la que te dirijas al otro dice mucho de ti. En Madrid se dice mucho 'tronco' o directamente 'tron'. Esa expresión tiene un punto castizo, quizá tenga su origen en 'Cuatroca' en los ochenta. Y aquí también se oye, pero mucho menos que 'chaval'. 'Chaval' implica sorpresa y se dice con la boca abierta y los ojos como platos: «Buah, chaval, qué pedazo de carro te has comprado. Vaya triunfada, chaval». Lo de 'chacho', sin embargo, te sitúa en los arrabales, en ciertos barrios donde se tapea bien. 'Chacho' era antes una expresión particularmente escuchada en Pajarillos, Pilarica, Delicias y los barrios del oeste, como Vadillos, Batallas, etc.
Quizá por eso si dices 'chacho' tu interlocutor te sitúe fácilmente jugando al fútbol en los campos de Pegaso los sábados a las nueve de la mañana mientras caen heladas como presagios y chupas banquillo como un campeón. Por cierto, 'campeón' también se oye mucho en Valladolid, es uno de esos apelativos que llevan dentro un poco de sorna. «Que sí, campeón, que muy bien, que lo que tú digas». Dentro de esa familia semántica, soy muy fan de 'artista', la verdad es que es genial llamar a alguien 'artista' para ridiculizarle, como cuando a Guardiola le insultaban llamándole filósofo. «Mira, por ahí va el artista…». O mejor aún: «Tú lo que pasa es que estás hecho un artista» cuando alguien hace el ridículo.
En mi pueblo dicen 'salao'. «¿Qué pasa, 'salao'? ¿Qué tal tus padres, 'salao'?». Yo lo uso mucho cuando me encuentro con un amigo y quiero hacer un poco el tonto. Aunque, ahora que recuerdo, en el pueblo también decían 'galán' y 'galana'. Lo que no se decía es 'mozo', que es algo que estaba circunscrito a los niños pequeños: «Estás hecho un mozo».
Aunque ahora es cierto que se usa en ciertos ambientes de chavales jóvenes, quizá por la influencia manchega de 'La Hora Chanante'. Los jóvenes ahora dicen mucho 'bro'. Y además es algo generalizado. Mi hija me llama 'bro'. Y yo le digo: «A ver, tía, no te pases. Que no soy tu 'bro'». Y ella me dice que, por esa regla de tres, ella tampoco es mi tía. Y tiene toda la razón, la galana. La podría llamar 'hija', pero en Pucela lo de 'hijo' está reservado a cualquiera. Menos a tu hijo, evidentemente.
De cualquier forma, soy particularmente amante de los vocativos imaginativos: valiente, pataliebre, tigre, maestro y, sobre todo, monstruo, pero pronunciado 'moustro'. Me parece fantástico que lo coloquial llegue a cambiar el orden de las letras y sitúen la 'u' antes de la 't', en vez de después. Y que nos de exactamente igual. Es fantástico. Y luego están los barbarismos: «No puedo ir, my friend» o, en un acto de apertura plurinacional: «Lo siento, amic».
Y es ahí cuando al pucelano ya se le va la olla: señor, caballero, ídolo, fiera, máquina, titán, genio, crack, champion, elemento, animal, trueno, bestiaparda, gigante, fenómeno, furia, figura, capo, hacha, fitipaldi, coloso, putoamo, pichabrava, maestro, paisano, malabestia, burtlancaster y, en realidad, lo que te dé la gana. Yo creo que en esta ciudad ya puedes decir lo que quieras, que digas lo que digas, te van a mirar cuatro: chulazo, piel, prenda, golfo, 'number one', torero, loco, socio, semental, superhéroe, guerrero, 'pinkfloyd', maikelyacson, chumacho. Deberíamos empezar a llamarnos cosas absurdas para despistar a los del estudio, qué sé yo, celtíbero, brontosaurio, hidra, willyfog. O directamente insultos: sinvergüenza, cabronazo, capullo, vividor, canalla.
El vocativo es un mundo amplísimo sin normas, un mundo surrealista y lleno de matices. Por ejemplo: jefe. Llamar jefe al jefe es un poco raro, tiene un punto de peloteo que no es del gusto del pucelano. Aquí jefe solo se le llama al camarero. Y, en realidad, lo hacemos porque el camarero es el verdadero jefe y con él se extrema el cuidado para que no le siente mal y te destroce con una de esas miradas tan amables de la hostelería vallisoletana. Al final la cosa suena algo así: «Oye, jefe, cuándo puedas, si puedes, me puedes poner dos cañas y un clarete, cuando puedas, gracias, por favor, solo si puedes, gracias y disculpas de antemano». Que solo te falta pedirle perdón, decirle 'te quiero' y sacrificar ahí mismo un cordero en señal de respeto y sumisión, como en la Pascua judía.
Por no hablar de las mujeres, que a veces vas a la pescadería y entre boquerón y pescadilla va la señora y te llama cariño. O bonito mío. O corazón, o rey, que yo ya a veces me ruborizo y me entran ganas de darle un abrazo ahí mismo y fugarnos entre el anisakis y el congrio. Me dan mucho más afecto en el mercado que en casa, esa es la verdad. Yo a veces voy al súper solo para que la carnicera me llame 'amor'. Yo creo que debemos pasar de pantalla y mañana le voy a pedir unos mejillones llamándole yo a ella 'quimera', 'dulzura', 'esfinge'.
En esta ciudad te llaman de mil maneras, excepto por tu nombre, que está mal visto. Y es lógico, con ese despliegue de vocativos, de matices y de subtexto llamarnos por nuestro nombre resulta un recurso vulgar. Que a los Valladolid podrán echarnos en cara muchas cosas, pero al menos no nos llamamos 'tete', 'picha' ni 'nen'. La verdad es que a esa gente tan rara no hay quien la entienda, macho.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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