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La tarde se puso pragmática y dulzona. Los primeros turrones, reposando la paella, en esa portagayola de la Navidad que es el festivo de esa ... Constitución que nos quieren afanar a golpe de racismo de aldea. Se habló de Gregorio Fernández, que es un buen tema para la sobremesa, porque acallamos como pudimos que vivimos otra época.
Daban en el reloj las horas, un cuadro de Eugenio Lucas, patrimonio del anfitrión, se puso sobre la mesa. Y, sin saber cómo, o sabiéndolo, llegamos a recordar a Concha Velasco. Porque ya pasan los días, y ella sigue siendo eterna. Con la excusa de Concha, hablamos del tiempo que nos toca vivir; de que antes se era una dama, como Concha, y ahora el televisor era mejor no ponerlo.
El mundo sin Concha es otro, en la ciudad las luces y todo está como más triste. Ya anochecía, y la tertulia seguía encendida. Por animarnos, recordamos a Berlanga, 'La Escopeta Nacional', y a Sazatornil en esa eternidad que tiene nuestro cine. La conversación renovada iba de la belleza de Concha a eso, al salero y al talento y al esfuerzo. Que la pantalla brillaba aún más cuando ella salía. Nos acordamos también de Manolo Escobar, y de qué solos nos quedamos sin nuestros muertos.
Yo me mantuve callado. El anfitrión leyó a Cela, mientras el pintor y el historiador hablaban de los misterios de El Bosco, o de la Semana Santa, que ya está asomando. Fue una tarde, la primera, en que sí, caímos en que ya no está Concha y que sólo a media tarde, y sin elevar mucho la voz, podremos seguir siendo los mismos.
En la calle, un tullido, un subvencionado y una moza se daban las buenas noches.
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