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Iban a ser una sucesión de anécdotas cuando se le cruzó la enfermedad. Estaba representando 'Hécuba' y sus memorias bajaron varios peldaños más de lo previsto. En 2014, cuando las publicó RBA, Concha Velasco se preguntaba «¿me queda tiempo para ser feliz?». La muchachita ... de Valladolid cumplió su sueño de ser artista, ganó mucho dinero, atesoró admiradores, pero no tuvo mucha suerte en el amor. Ni su adorada madre ni su controvertido esposo, Paco Marsó, le permitieron un respiro. Tuvieron que llegar a adultos sus hijos para que el torbellino Velasco conociera el descanso cuando su cuerpo así lo demandaba. «Mis hijos han sido los únicos que me han permitido ponerme enferma», escribe en 'El éxito se paga'.
La niña que estudió para ser bailarina clásica encadenó seis décadas de presencia ininterrumpida en la televisión, el cine, la publicidad, aunque fue el teatro su lugar preferido. «Todo lo importante me ha ocurrido en el camerino salvo el nacimiento de mis hijos», sostiene. En los espejos de esos camerinos colocaba las fotos de sus recuerdos para anclarse a la realidad, la esperaban antes y después de transformarse en cientos de personajes.
Hija de padre militar y madre maestra republicana, vivió poco en Valladolid pero presidió siempre su geografía personal. Larache le abrió la puerta de África dejándole gratos recuerdos y en Madrid encontró su camino.
A la procedencia castellana y a la exigencia materna atribuye ciertos rasgos de su carácter. «He aprendido a ser disciplinada, trabajadora, esforzada, sacrificada y humilde, generosa». Comenzó a trabajar, con un carné falso que adelantaba su edad, en la Compañía de Manolo Caracol y en la Celia Gámez. La escuela de coristas de la revista le entrenó para ganar puestos en el escenario, hasta que, descubierto el dato de su edad, tuvo que abanonar la función en Barcelona. Los primeros admiradores de la joven Velasco le regalaban «muñecos y bombones» haciéndola más niña. Pero ya estaba advertida de los lobos y siempre llevaba un alfiler en el bolso «para luchar contra los acosadores en el viaje nocturno de vuelta a casa».
«Siempre fui enamoradiza», reconocía. Y pronto esta madridista vivió su gran amor «con un hombre casado», que era José Luis Sáenz de Heredia, director con el que estuvo 11 años, la década de los sesenta. «En aquella época él tenía un romance con todo lo que se movía y sé lo poquísimo que tardé en caer en sus redes», confiesa. Como la experiencia se repitió, la actriz buscó el consejo de su psicoanalista que le dio la freudiana explicación de que buscaba a su padre en sus amantes.
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Los setenta le brindaron otro gran amor, el del actor Juan Diego. «Me enseñó a rebelarme», dice recordando un episodio con Rosón, al frente de TVE, por incumplimiento de contrato. También con él peleó por un día descanso para los actores. Pero ninguno marcaría la vida de Concha como lo hizo Paco Marsó. A pesar de su amigo Adolfo Marsillach la pidió que no se casara con él, Concha pasó por el altar con el productor. Se habían encontrado dos veces y a la tercera, comenzó su historia. «Paco era una persona irresistible. Era un amante furibundo de ascensor, de coche, de donde pudiera ser». Aunque su conocida historia no acabó bien, Concha escribe que nunca dejó de pensar en él cada día.
Se reconocía fantasiosa y generosa, «he derrochado amor», asevera. En política se llevó bien con Carrillo, con Suárez y González, aunque a la hora de votar se consideraba «felipista». «Marsó, González y Sean Connery son los tres hombres que mejor se meten la mano en el bolsillo», extremo a tener en cuenta. Su película favorita era 'Marnie la ladrona' y disfrutaba con los versos de Nicolás Guillén.
«He hecho lo que he querido sin que nadie me obligara. No hay escándalos, no me han violado ni prostituido. Hasta las películas que he rodado que no eran buenas lo fueron para mí porque permitieron que mi familia viviera muy bien». Así se consideraba Concha Velasco, quien al final, con sus nietos, sus hijos y los aplausos a algunos de sus mejores papeles cuando ya tenía edad de retirada, se acercó a la felicidad.
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