

Secciones
Servicios
Destacamos
Dejó de funcionar un día que lo necesitaba con urgencia. Quizá el único. Afuera llovía como cuando las tragedias cotidianas tornan a maldita opereta. Y ... dejó de funcionar mientras el perro de porcelana de la casa miraba hacia el infinito como hace siempre. Mandé la crónica o el certificado digital o lo que fuese desde el móvil pero este portátil, lánguido, feo, se ha ido al despeñadero de las cosas inútiles. En este portátil no había nada. Ni poemas de amor, ni facturas de gas. Nada. Hace tiempo que lo sustituí por el teléfono en una ganancia de libertad e inmediatez. Los portátiles quitan la magia a la literatura, y, muerta la olivetti, la estampa de un romántico juntaletras en un café moderno, con su ordenadorcito, no me llama nada. La detesto. El portátil había conseguido su respectiva capa de miasma y abandono. Nunca le hice caso. Siempre usé el del periódico y creo que se vengó. Por él, por no pasar, ni pasa mi nuevo libro, que es algo que ya tiene el editor y que se ha parido entre largos viajes en tren y en el teléfono.
Noticias relacionadas
Un ordenador fundido a negro tiene su aquel de metáfora, pero es el electrodoméstico que más odio. Umbral hablaba del sagrado Egipto de las cosas. Yo hablo de la maldita obsolescencia programada. Un muy mejor amigo me está buscando un ordenador sustituto. En el fondo, ya estoy aprendiendo a dejar de lado lo superfluo. Si se escribe, se escribe en sangre y celulosa. En negro sobre blanco. Con el alma y sin cristal líquido. Así llevo ya cuarenta años recién cumplidos y no creo que vaya a cambiar. Es lo que tienen las fobias tecnológicas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.