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Porque es domingo. Porque estamos aquí. Porque aunque nos digan que todo va al desagüe nos quedan sobrinos, nietos, monte y llano. El mundo hay ... que temerlo los días laborables. Poco podemos hacer nosotros con lo que no nos es dado. Comparto contigo, lector, esa desazón del futuro. Pero hay que darle un margen a la esperanza. En mis ya años carteándome contigo, el mundo en general ha cimbreado varias veces, pero aquí estamos y aquí seguimos.
Hay que hacerle un homenaje al domingo, a la mañana de domingo, al café que se hiela junto al periódico. En ese instante reside la eternidad. Ahí es territorio vetado para un Trump, para un Putin, para un Sánchez o para un economista de caras agrias. Hay que coleccionar domingos en estos tiempos de incertidumbre, y celebrar el papel aunque haya que llorar lo que es ley de vida. Con la edad, he aprendido a ralentizar un domingo en tiempos convulsos, y que la negra llegue, si quiere, el lunes a la mañana. Los domingos son los nuevos sábados, y hay que ser un vividor de estos días que no retornan.
Vuelvo a Putin y a Trump, y pienso qué generación no ha crecido con un follón geopolítico sobrevolando las testas. El consejo está en saber mucho, pero relativizarlo. Confiar, sé que es difícil, en el ser humano. No quiero que esta epístola, que viene a alegrarles el domingo les ponga una mueca de disgusto: están floreciendo las avecillas de primavera. Quédese con eso. Verá cómo el mundo es más habitable desde hoy domingo, que es domingo. Lancemos una flecha de esperanza para atraernos, como podamos, la primavera.
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