Se usa mucho esta expresión. Ahora bien, ¿qué queremos decir cuando proponemos disponer de una zona de confort? Cada uno tiene su propio parecer sobre el espacio vital donde encuentra serenidad y elude el sufrimiento. Sin embargo, la expresión no es neutral y nos invita ... a valorarla inicialmente como un proyecto de excesiva comodidad. La palabra confort tiene una connotación de lujo y desahogo que hace de su espacio un territorio de conformidad individual. Es lo primero que se nos ocurre cuando alguien, sin despeinarse, nos dice que ha encontrado o que busca su zona de confort. Pensamos en un individuo dispuesto a exprimir su suerte, a hacer de su capa un sayo y de su compromiso social una pérdida de tiempo contraproducente.
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Mucha gente, la mayoría, vive así. Con la boca llena. Siempre listas para coger el tren apropiado cuando pasa por delante de la puerta. Les han enseñado a estar atentos, y les han repetido que el tren no pasa muchas veces, que quizá solo lo haga una a lo largo de su existencia. Les conviene estar preparados, por lo tanto, para sacar tajada y aprovechar la oportunidad. A estas personas muchos les envidian, pero otros tantas les desprecian. Unos las consideran sabias y afortunadas y, otros, solo encuentran en ellas egoísmo y habilidad pero sin fondo, lo que les vuelve simples, superficiales, anodinas, sin espacio para el prójimo ni culto por los demás.
En el lado contrario están los inconformistas, los que nunca encuentran acomodo. Los pendencieros, los molestos, los inadaptados. Todas aquellos sujetos que llegan al mundo entre los huecos del dolor infantil y los malquereres de la infancia. Hijos de la ausencia, del abandono, del maltrato o de alguna anestesia precoz que no sabemos explicar. Son los condenados a repetir la experiencia negativa sin más destino que reincidir. Son los que dañan al resto con su amor, los que no se acercan al corazón de alguien sin raspar o herir. Son los inconfortables, los que dan calambre si se les acaricia y son difíciles de tratar, de querer o de integrar. No aman porque no fueron amados y hieren porque son damnificados.
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Pero hay un tercer grupo de sujetos que, como los anteriores, no encuentran, salvo casualidad, su zona de confort. Sin embargo, no pinchan ni raspan ni queman de forma directa. Más bien, son víctimas de una sociedad que apenas deja nicho para la gente como ellos. Son los parias, los condenados, los racializados, la mano de obra, los que habitan en las cunetas de la vida. Son los que rellenan las grietas del sistema, donde quedan cuajados, cimentados, convertidos en adoquines que todos pisoteamos. Son los hijos de las guerras, del poder y del capital. Son los desterrados, transterrados y atropellados.
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