![La espera](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/04/10/1475986691-ke0E-U2102063282853pO-1200x840@El%20Norte.jpg)
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De la espera se han dicho muchas cosas. Quien sabe esperar tiene la vida en sus manos. Eso se ha dicho. Lo que llamamos felicidad, y que nadie se atreve a definir, consistiría precisamente en dominar el arte de la espera, y el de la ... paciencia que la escolta.
Esta sencilla potestad nace de sus relaciones con el deseo, que es el único garante del placer y el bienestar. Si el deseo funciona, seguro que la espera está en el ajo. Porque todo deseo contiene una demora interna inevitable. Y, viceversa, la espera es la llama que mantiene vivo el deseo, unas veces incandescente y otras como un rescoldo prolongado.
Si el deseo se sirve de este apoyo es porque necesita crecer en torno a un núcleo insatisfecho. Las recompensas diarias del placer y el anhelo emanan de ese centro insaciable, de ese centro firme pero descontento. Los posibles resarcimientos cotidianos o las grandes aspiraciones a largo plazo funcionan gracias a que algo en nuestro interior persiste frustrado, como si esperara sentado. El deseo siempre se describe como un elemento finito y falto. Falto de algo que se ignora, pero que de continuo buscamos, y finito porque ni llega nunca a su objetivo ni deja de escapársenos entre las manos.
Por estas ecuaciones, resistentes a cualquier cálculo, decimos con el poeta que lo importante es el camino y no la meta final. El triunfo desconcierta, paraliza y ahoga el deseo. Saber perder no es solo dominar la ira, la soberbia y el resentimiento que nos despierta el vencedor, sino el arte de no llegar nunca a no se sabe qué lugar. Así, entendemos que se pueda maldecir a alguien pretendiendo que satisfaga todos sus deseos, pues de ese modo se quedará vacío y la tristeza quemará sus entrañas. En la economía del deseo el capital no le aportan los éxitos sino los fracasos. Uno es tanto más rico, en ambiciones, sueños y proyectos, cuantos más desencantos y desilusiones atesore.
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En este escenario vital y biográfico, los peligros surgen por los extremos. Ya sea porque el núcleo erupcione y el alma se llene de pasiones y se fragmente, o porque se apague y las escorias negras y frías de la melancolía sustituyan a los desencantos y las frustraciones. Las incontinencias son figuras de la impaciencia que violentan los trámites y encojen los tiempos. Impiden que la espera funcione como lo que es, nuestra mejor alcahueta, el correveidile que mientras aguarda picotea y enciende los deseos. Sin embargo, las pasiones también tienen su ventaja. Si no son desmedidas, mejoran nuestros recursos pues suponen una energía suplementaria que el misterioso hacedor interior de vez en cuando nos regala.
Pero no nos engañemos, si el deseo se nutre de esperas es porque le proporcionan lentitud, flema e ilusión, que son sus mejores armas.
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