![El disimulo](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/03/27/1476175158-kzQH-U2101946210283sQG-1200x840@El%20Norte.jpg)
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La idea de disimular nuestros defectos e intentar disfrazarlos es irrefutable. Al menos en cierta medida, sin forzar los procesos. Ocultar lo que menos nos agrada o lo que más nos avergüenza no despierta antipatía sino aprobación. Todo el mundo entiende que cierta dosis de ... amor propio, y de complaciente narcisismo de nuestro yo, interviene en legítima defensa. Además de lícito, amarse a sí mismo es necesario. Incluso cabe hacerlo por encima del amor al prójimo, aunque solo sea para rectificar los excesos del primer mandamiento de la ley de Dios, y dar así más realismo a los preceptos cristianos.
El disimulo siempre encuentra sus excusas. Al fin y al cabo, las exigencias éticas necesitan de las blanduras sensuales de la estética para hacerlas más humanas y menos dogmáticas. La belleza, el donaire y la elegancia se logran con pequeñas dosis de fingimiento y habilidad, que en vez de entorpecer la moral, la hermosean.
Ahora bien, si esta idea de camuflar los defectos recibe la aprobación fácil de los biempensantes, en cambio nos sorprendemos mucho si se nos pide disimular las virtudes y ocultar lo que más apreciamos de nosotros mismos. Esto parece ir contracorriente y oponerse al sentido común que, dicho sea de paso, no es tan recto como dicen sino vanidoso y algo estúpido. Sin embargo, tal es la consideración de un célebre humanista italiano, Torquato Acceto, quien nos dejó caer que «a menudo es virtud sobre virtud el disimular la virtud». Así se manifiesta el autor de 'La disimulación honesta' en la primera mitad del siglo XVII. Una época, calificada de barroca, que ensalza como nunca la prudencia, la discreción y el secreto.
Sin embargo, acepto de buen grado que la opinión de Accetto sea barroca, si así la califican los expertos, pero, por motivos muy próximos, también me parece romántica y estoica. Estoica porque es propia de quienes se sienten hacedores de sí mismos y convierten la tarea de vivir en un proyecto, en un diseño donde las apariencias son consideradas como una muestra de debilidad y escaso vigor moral. Vivir conforme a la razón y en feliz cumplimiento del deber, al modo de Cicerón, exige saber callar y ejercer las virtudes en silencio. El silencio, no lo olvidemos, es para cualquier estoico la mejor publicidad.
Pero, por otra parte, también me parece una sentencia romántica. Encaja muy bien en la definición que propuso Novalis: «En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo». Y, en efecto, elegir las mejores virtudes de uno y guardárselas en el bolsillo es elevar el sentido, dignificar el silencio y volvernos correctísimos.
Barroco, romántico, estoico: el mismo disimulo.
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