El del medio de Los Chichos. El del centro. Ni el de la izquierda ni el de la derecha. Jero, que nació en Valladolid, al que, como suele suceder, a toro pasado, en este caso, como homenaje póstumo, se le quiere dedicar una calle ... o una plaza en su ciudad natal. Murió de modo prematuro; esos peajes de la fama, la gloria y sus periferias contaminadas. Que también deberían tenerse en cuenta en las nominaciones para el callejero. No solo, pero también. Una música que caló en amplias capas de la sociedad, con los universales vectores del amor y la libertad.
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En todo caso, y considerando los actuales y muy novísimos parámetros con los que se inquiere al personal y se indaga sobre su propensión a las reverencias en torno a la corrección –siempre sujeta al cambio de opinión del patriarca monclovita y sus sicarios de muy extrema e inclinada ideología- política, hago mi aportación para el debate. Así, leo que en la canción de Los Chichos 'Amor de compra y venta', puede leerse, y escucharse, lo siguiente: «Tengo un amor en la calle que pone precio a su cuerpo».
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E. E.
Entiendo que el precio sería monetario, y el cuerpo, su disfrute, la contraprestación. Dada la delicada y fina piel que recubre normativas y apologías, a quien corresponda podría insinuársele la posibilidad de oficiar a Igualdad, la ministerial por supuesto, para que tras un cribado de las letras del grupo, y el correspondiente trasiego de exposiciones de motivos, preceptos diversos y disposiciones derogatorias (agítese bien la mezcla, y no se acerque al cóctel hasta pasado un prudencial tiempo), declaren la compatibilidad de conceptos y prejuicios con algunas de las corrientes (más alternas que continuas) del feminismo de pancarta. En caso de duda, que pregunten a Errejón.
Cómo no evocar algunos de los hits de Los Chichos, cómo no emocionarse con sus canciones, de métrica rotunda y expresión directa. Existe un sentir social amplio que permitirá el acuerdo, entre unos y otros, para que Jero tenga su placa dando nombre a un espacio público. No tanto por ser el del medio, equidistante de quienes lo escoltaban a derecha e izquierda, sino por su carácter popular. También por la inclusión étnica.
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Y, así, por esos mismos caminos del arte, quizá sería el momento de promover que se dedicara una calle a, por ejemplo, Santiago Castro 'Luguillano' o Roberto Domínguez. Matadores de toros, sin eufemismos. Merecedores ambos del tributo. Aunque, eso sí, existe la pega de que están vivos. Va siendo hora de que estos honores no los disfruten solo los herederos.
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