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Acabábamos de perder por uno. 7 a 6 o algo así, porque tampoco es que yo lleve la cuenta. Bastante tengo con conservar un nivel medianamente digo de oxígeno en mi organismo durante el partido. Que es de una hora, pero que ya nos encargamos ... nosotros de que sean como mucho 50 minutos. Que si llegamos sin un minuto de sobra, que si hacemos como que calentamos, que si… Y yo que cada día le cojo más cariño a la portería, no sé. Ya duchados y vestidos como niños buenos, quedaba decidir a qué bar ir a tomar unas patatas y unas cañas. Bares hay muchos, sí, pero a las 23,30 de un jueves, abiertos no hay muchos.
Algo cabizbajo, noté que uno de mis compañeros de equipo del pasado jueves (los formamos mediante una operación matemática que combina capacidades con el balón y edades, o algo así…) se dirigía hacia los coches. Pues sí que se ha tomado mal la derrota –digna por otra parte–, pensé. Pero no.
Me comentó, algo apesadumbrado, que le habían notificado que iba a ser miembro de un Tribunal del Jurado. Pues vaya putada. Bueno, yo le dije que no era para tanto, que había cosas peores… Aunque, jurídicamente hablando, no muchas. El jurado es una de esas ficciones que crean los sistemas políticos para amortiguar algunas insurrecciones derivadas de un estado de alteración del sentido común (o de los criterios humanos del razonamiento, por usar una expresión más procesal), debido a ingestas de sustancias o de ideologías. Este último supuesto, siempre de peor pronóstico.
El pueblo juzga. Ya… El pueblo, tomado como tal, legislaría en caliente cada vez que sucede un crimen de esos que, por añadidura, contienen elementos emocionales de alto voltaje. Legislaría o se tomaría la justicia por su mano. Y al final no habría personas sin antecedentes para formar tanto jurado en trámite.
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A los políticos los elige 'el pueblo'. Pero no los juzga (aunque sí se puede dar el supuesto, pero no por hechos propios de su función o cargo). Entendido, señor legislador, a sus órdenes.
Antes de despedir a mi amigo, con gesto compungido, quizá algo exagerado, le expuse lo siguiente: cada cual debería dedicarse a lo suyo, los jueces a juzgar (no me atreví con la expresión 'Zapatero a tus zapatos', porque sería petrolear el asunto…) y los ciudadanos a sus quehaceres. Aunque, igual tienes suerte, le insinué, y alguien muy cercano te ha convencido, ya de modo previo al juicio, que el acusado es culpable. O inocente. Una opinión que no piensas cambiar. Y entonces deberían decirte (art. 12.7 de la Ley del Tribunal del Jurado), que muchas gracias por intentarlo y que buenos días. Por ficciones que no quede.
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