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La capacidad de nuestra clase política para torturar cifras roza el sadismo más sofisticado, el que es capaz de infligir dolor intenso, profundo, en la raíz del nervio, sin dejar ni marca. No hay estadística capaz de mantenerse íntegra ante tamaño estrujamiento, ora porcentual, ora ... absoluto, ora con una comparación cuidadosamente elegida. Que no hablamos ahora de Tezanos, ese gurú demoscópico decidido a arruinar su reputación a mayor gloria de su designador a dedo. Hablamos de una nota de prensa de la Junta de Castilla y León, que ha sido virar al monocolor y empezar a brotar buenas noticias. «Un cambio de tendencia en despoblación», fue lo que anunció el presidente en minoría pero exultante Alfonso Fernández Mañueco. Porque Castilla y León... [aquí pausa dramática]... ¡ha aumentado un 6,5% los nacimientos!.
Es tan buena la noticia, y tan oportuna, que ni siquiera queremos mirar si son «nativos», como le gustan a Jorge Buxadé (Vox), que pedía 25 millones de 'españolitos' fetén, agitados, no mezclados.
La Junta ha escogido comparar la cifra acumulada de este año, 5.383, con la de 2023, que eran 5.054. Evita mencionar que el año pasado fue el peor del siglo: 12.592. El primero que bajaba de 13.000. Y 2020 fue el primero por debajo de 14.000. En 2010 aún eran más de 20.000 nacimientos al año.
Es una cuestión compleja. Influye un componente sociológico: a mayor desarrollo de una sociedad, menos hijos. Pero es curioso ver cómo gente con buen salario, como los campeones de la Eurocopa, convierten los festejos en el estadio en una guardería con césped, mientras a nuestro alrededor parejas en la treintenaypico ni se plantean tener hijos con un salario mínimo ridículo y un coste de la vida disparado.
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