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Historias de Valladolid, por José F. Peláez: Anatomía de El Colmao

Anatomía de El Colmao

Vallisoletanías ·

Necesitamos recordar que tal día como ayer, hace 20 años, abrimos un telón y que seguimos bailando en el escenario y de espaldas a la vida

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 12 de marzo 2023, 00:09

La mañana del 11 de marzo de 2004 estallaban en Atocha unos trenes que nos destrozaron por dentro y por fuera. El resto de la historia ya se la saben y es tan triste que no quiero volver a contarla. Aún así, eso no fue lo único que pasó aquel día. Por la tarde venía al mundo El Colmao de San Andrés. Y lo hacía vestido de verde botella y noche. Era entonces un bar de puerto con un punto de tasca de marineros perdidos, otro de calor pegajoso, como de 'speakeasy' cubano en 'El Padrino II' y otro de cantina de club pijo la noche antes de cerrar sus puertas para siempre. Nació como una despedida, como si cada noche fuera la bocina de un barco y nosotros nos hubiéramos convertido en literatura. Eso es, El Colmao no es un bar. El Colmao es un escenario literario. Pero no de una de esas distopías llenas de aventuras, zombies y metaversos. El Colmao es ficción finisecular, pero de hace dos siglos, a finales del XIX, muertos Dostoievski y Tolstoi, muertos Flaubert y Balzac y, en España, muertas las colonias y la fe. La literatura, así, es un lamento de no ficción. Y El Colmao, un coro de piratas decadentes. Y la decadencia fue tal que tocamos suelo muy pronto. Solo nos quedaba lo más fácil: crecer desde cero. Como dice Neruda, recogimos la sombra suficiente y lo hicimos desde el palco del teatro, desde un agujero negro y elegante que olía a humedad, desde una bodega escarbada en la memoria que más tarde se convirtió en un salón de té y que cambió de gruta sin Bernarditas a 'cottage' donde cantan en francés unas chicas monísimas que, quizá, aún piensan que Atocha es solo una estación que mira al sur.

Juan Bautista había nacido mucho antes, pero renació entonces como Juan el de El Colmao, que es lo que nos importa, un personaje con nombre de bandolero, de torero francés y de profeta que clama en el desierto demográfico, algo a medio camino entre Huckleberry Finn, Michi Panero y Jaime de Mora y Aragón. Y se transfiguró el 11 de marzo de 2004. Ese día dejó atrás a la persona y renació como personaje, lo que significa que es la vigésima vez que abre la puerta un 12 de marzo y que hoy empieza el año veinte después de El Colmao. Y yo lo empiezo a celebrar, doy por comenzados los fastos colmantinos y no pienso parar hasta la primavera de 2024.

Juan renació con la mística que acompaña a los mitos desde la cuna. Ya tenía pinta de leyenda y se le intuía la obra en el rostro, como si pudiéramos leer en sus ojos las líneas de las manos. Algunos niños nacen con cara de funcionarios y otros, como Juan, nacen con cara de ministros de la restauración. Pero Juan el de El Colmao nació con pinta de artista sin obra, que son aquellos cuya obra merece la pena. Y junto a Maite montan cada mañana en la puerta esa escena de John Grant, 'American Gothic', cambiando rastrillo por negroni. Porque su obra es un dueto que consiste en darnos vida al resto, servir como escenario en el que transfigurarnos junto a ellos en una puerta interdimensional que te aleja a fuerza de acercarte. Yo entré hace veinte años con cara de calcular el retorno sobre la inversión de no sé qué y mucha pinta de comerme el mundo. Y al final lo único que me comí fue un marrón, así que salí de allí cambiando curvas por columnas, sin brillos en la cara y sin ese olor a nuevo tan desagradable. Solo hay que dejarse llevar y entender que Juan te trata como el caballero que ya eras y aún no sabías. Como el ideal de ti mismo. Y, qué narices, de tanto insistir en lo freudiano, te lo acabas creyendo. Y no te queda otra que escribir bien para ponerte al nivel de sus sueños.

Un día Juan me dijo que se confiesa en francés porque que así toma distancia. Es cierto que te pone cerveza con gaseosa si se las pides, pero creo que también las pone en francés. También para tomar distancia. Luego el tipo veranea en Francia y vuelve como si viviera en una de esas películas de Truffaut, así que, para no cortar el rollo, yo entro hablando francés y pidiendo cosas raras, para estar a la altura de sus expectativas. Un día me regaló un libro en gabacho y le confesé que no tenía ni idea. Aún recuerdo su cara de decepción, una cara como si aquello se hubiera convertido de repente en el bar de una gasolinera y yo fuera un cantante de reggeaton con el cuello tatuado. Pero debería entenderme, Juan es el primero que cuenta la verdad solo cuando la verdad le viene bien a la escena. Si no tiene ninguna verdad a mano, se la inventa sobre la marcha. Por eso, a veces se hace un lío, cuenta una anécdota acerca de cómo debe beberse la ginebra de Plymouth y los que nos oyen se dan cuenta de que hasta ese momento lo habían estado haciendo mal. Y llegan a casa y se ponen a llorar por no llegar al nivel, como yo cuando me enteré que era 'la flor y nata' y no 'la flor innata'. Y él se ríe desde su sacristía canalla. Y si estoy cerca, me uno a la risa y nos reímos juntos, a veces como dos jesuitas misericordiosos y desvergonzados, a veces como dos traficantes de armas que han vencido al olvido.

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Juan huele lo salado del aire cuando viene del Atlántico, dice que así toma distancia. Yo creo que para él el aire normal huele soso, como la vida cuando dejas de respetarte. La sal del aire la pone la clase, que es hacer lo contrario de lo que te apetece, es luchar contra el instinto primario, contra la satisfacción evidente, contra la cerveza con gaseosa y los fines de semana de agosto. Yo me vengo de la vulgaridad de mi tiempo desde la neurosis del que no lo soporta. Juan se venga desde la psicosis del que no la acepta y, por eso, se encierra en su cáscara y se convierte en ostra. Lo que el resto no sabemos es hacer magia y transformar aislamiento en belleza así que convertimos el odio en sonrisa, la vida en verso y la arena en perlas, como el otro Juan Bautista en el Jordán, pero este con Perrier.

Desde la reforma de El Colmao el mundo ya no es verde absenta sino azul cielo, ya no hay noche oscura sino agradables veladas. Hemos cambiado Joy Division por Pareja Obregón, somos todos buenos chicos que toman tostas de ventresca, negroni 'sbagliatto' y se van exactamente cuando hay que irse. Vestimos con camisa y americana, nos indignamos con la manera de hablar de la juventud, nos gustan las alcachofas más allá del 'Cynar', distinguimos el color coral y en el bar hay té, niños y perros buenos. Todo está mejor. Pero de vez en cuando necesitamos recordar que tal día como ayer, hace veinte años abrimos un telón y que seguimos bailando en el escenario y de espaldas a la vida. Y digo que creo que hemos crecido juntos. Juan me oye, calla y seca un vaso de rocas. Dice que así toma distancia.

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