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«Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus ... cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo:
–¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores ni sobresaltan encantamentos! Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento [doble sentido: 'dar pienso' y 'pensar en'], que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia».
La reflexión de Don Quijote al amanecer en el Capítulo XX de la Segunda parte (RAE, 2015) pone de manifiesto sus muchas preocupaciones como caballero andante y como amo. Es cierto que las propias de los andantes caballeros Sancho Panza no las tenía ni de lejos, pero respecto de otras el amo se equivoca por completo. Cada cual tiene sus propios deseos, ambiciones y preocupaciones. Don Quijote no piensa que los criados padecen también muchas congojas, desvelos, cargas, vigilias y aflicciones. Que tienen muchos problemas que los señores no padecen, ni con frecuencia conocen o quieren conocer. Unas cargas que no vienen impuestas por la naturaleza, sino por la costumbre. Por el modo de organizarse la sociedad de humanos, con mayor o menor igualdad. Por el dinero y el poder que cada uno tiene o no tiene. De haber oído Sancho Panza la reflexión de Don Quijote en vez de estar roncando, seguro que le hubiese contestado para explicarle todo en detalle. Muy en particular, las estrecheces que de manera más directa pudiesen afectar a su «pequeña y angustiada familia». Esto sí, con su habitual pícara socarronería. Pero en esta ocasión el autor moro de tan gran historia, el señor Cide Hamete Benengeli, no da oportunidad al criado de contestar al amo.
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Dormir como un lirón bien pudiera deberse al benigno efecto hipnótico del 'estado mental' que Don Quijote atribuye a Sancho: «Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento». Pero lo cierto es que los límites de los deseos de Sancho Panza sí se extienden a más. A bastante más. En concreto, a conseguir todos los escudos posibles (como los cien que encontraron en Sierra Morena), a que su amo le diese alguna que otra pollina, y finalmente, a hacer condesa a Sanchica, una vez conseguido el gobierno de una ínsula para mandar sobre hombres y haciendas. ¡Que no es poco! Sancho Panza tiene mucha ambición. Quiere, declara y busca sin disimulo alguno ascendencia, rango social, pompa y dinero. Su ambición material y de poder es clara (aunque no sepamos si parecida o no a la de otros lugareños de la Mancha de aquel tiempo, porque de esto tampoco informa el historiador). Lo que sucede es que la lleva de una manera distinta por completo a la de Don Quijote. El caballero andante busca alcanzar pronto sus deseos de fama y de gloria, es muy impetuoso, mientras que el criado camina pausado, no tiene prisas. No se inquieta ni fatiga. A diferencia de su amo, un idealista hiperactivo que necesita el logro inmediato de sus elevadas metas, Sancho Panza es un estoico, un hombre tranquilo que prueba suerte. En este sentido, la actitud del escudero / criado es más madura que la del caballero / amo.
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