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María tiene varias cicatrices. La primera en el vientre, otra en el pecho derecho y cientos en el corazón, una por cada día de desánimo. Se cansó de que le dijeran la mala suerte que había tenido, se hartó de ver el lamento en los ... que la miraban. Podría decirse que se puso el mundo por montera, pero como es un topicazo lo que hizo fue ir a ver a Belén, que es una psicóloga que llama a las cosas por su nombre y no por diminutivos chorras. Con ella lleva desde que comenzó su tratamiento, se operó y pasó por mil perrerías. Sigue en ello, aunque se va viendo mejor. Ya tiene pelo, el brazo le duele menos. Lleva una vida casi normal. Lo único que se le hace raro es la constante en la gente que se encuentra para decirle que ya vendrán días mejores. Le rechina enormemente, porque ella ha aprendido a base de paseos al Clínico que los días que pasan no vuelven, que las navidades que se van no regresan y que los eneros que se dilapidan metidos en casa porque hace frío, cae la niebla y no hay quien esté por la calle, se pierden como las lágrimas en la lluvia de aquella película de los ochenta.
María, por mucha esperanza desesperanzada que hayan regado a su alrededor los que la quieren, sabe que ha estado en un tris de perderlo todo y se opone a despilfarrar minutos como el que deja un grifo abierto. Por eso se ha calzado su abrigo más tupido y ha recorrido caminando el trayecto desde su casa hasta la carnicería de Nina. En primer lugar, porque una vez escuchó que Cary Grant iba andando a todos los sitios y tenía una salud envidiable. En segundo, porque ese establecimiento tiene un guanciale con el que quiere preparar a su querido una pasta carbonara de cigarrito poscoital. El asunto lo ha coronado con un cafetazo en el Gareus y unas alcachofas en la Plaza España. Una mañana bien aprovechada. La pena es que en todos esos sitios se ha encontrado a personas conocidas, cada una de ellas la ha saludado con abrazos temerosos y, tras preguntarle por las fechas festivas recién superadas, le ha repetido lo de que vendrán fechas más venturosas. Y María se coge un cabreo que ríase usted del de Maduro cada vez que ve aproximarse algo que huele a democracia. Ella ha entendido que jugarse lo que a uno le quede en este mundo a un azaroso «vendrán días mejores» es como hacer malabares con cuchillos de cocina más afilados que la verborrea matinal de Rubén Amón.
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Por eso María tiene ciertas manías, y la más importante es no dejar que las semanas pasen en balde. Porque cada cierto tiempo pasa por el taller y, aunque le dicen que el motor le funciona de lujo, quién sabe si en algún momento su mecánica particular, que es una oncóloga más rica que un trozo de tarta Aniversario, le tiene que advertir sobre un cambio de aceite urgente. Lo de desaprovechar momentos señalados por no estar a tope es como contar todos los días los ahorros y no invertir unos billetes en comer con los amigos. Una gilipollez de necios. Y María no es una necia. María se ha prometido que, con mesura, en breve va a salir a correr por la ribera del Pisuerga y va a volver a casa con un cucurucho de churros. Ese es uno de los caprichos excepcionales que se concederá, porque una cosa es vivir a destajo y otra pasarse el colesterol por donde Ronaldo se pasa a esta ciudad.
Hace meses sus hijos enjugaban su lloro en el pasillo para que no les viera. Pero les oía. Escuchaba conversaciones llenas de dudas e incógnitas. Pero, mira tú por dónde, los interrogantes han encontrado respuesta y los rompecabezas se han metamorfoseado en evidencias halagüeñas. Y María es consciente de que no todos disfrutan de su fortuna. Así que tiene clara la réplica al soniquete de aquellos a los que les da yuyu decir en voz alta el nombre de su enfermedad y recaen en que vendrán días mejores: «o peores. Así que, de estos, no dejo que se escape ni uno». Y se va pensando en la carbonara. O en el cigarrito. O en lo que pasará entre una cosa y la otra.
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