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Poner música en Nochevieja puede parecer sencillo, pero es todo lo contrario. Hay que encontrar el fino hilo entre lo elegante y la verbena, lo divertido y lo chusco, lo antiguo que se clasificaría en lo clásico (y se puede poner) y lo que aún ... no ha pasado por el tamiz de los años y al sonar genera unas decenas de caras mirando en tu dirección con desagrado. Es curioso, asimismo, que siempre hay alguien que pela la edad que sea y acude a la persona que está decidiendo lo que suena con la solución perfecta para el momento. Da igual que lleves haciendo ese trabajo décadas, que ellos tienen la canción adecuada para sonar a continuación sin ningún género de dudas.
También puede darse que lo que pongas propague una ola de indignación y disgusto intrínseco tal que se manifieste, incluso, con agresividad. Si no me creen, atrévanse a cuadrar —cuándo mejor que en estas fechas— «Un año más», de Mecano. Y prepárense para la ola de reacciones. Sólo tienen que dejar que la canción empiece y es posible que les pase algo como esto:
En la puerta del sol como el año que fue…
Al momento, una joven se aproxima al estaribel que hace las veces de cabina musical: «¿No hay otro sitio del que hablar que de Sol, mancillando el legado de aquel insigne movimiento popular? Pero ya sabemos que lo que pretendéis es humillar todo lo que no entendéis u os molesta».
Tú, que únicamente has dado al botón de play, enarcas las cejas con incomprensión y sigues al lío, que continúa con la siguiente línea:
Otra vez el champagne y las uvas y el alquitrán de alfombra están…
Uno con el morro fino y los coloretes mejilleros en plena ebullición se acerca también: «¿Champagne? ¿En Castilla? Propagando la entrada de producto extranjero en detrimento del patrio, del espumoso de la tierra. No eres sensible a la cantidad de familias que viven del vino castellano».
Te dan ganas de responder con algo cercano a que sólo has puesto una canción mítica y que parte de tu familia trabaja en el sector, pero según despegas los labios el caballero insiste mientras apura su cubata de ron (que también debe ser nacional): «No me vengas con excusas que ha sido a propósito. He venido dos veces a pedirte Karol G, cosa que no has puesto, y he visto que tenías la cancioncita de marras preparada». De nuevo, tu cabeza apunta a preguntarle si esa cantante tiene su origen en Tierra de Campos, pero el tío se obstina: «Pues nada, si no tienes argumentos y no quieres contestar a lo que pregunto, hazte tertuliano televisivo y deja los discos. Te irá mejor».
El caso es que llevas cincuenta segundos de canción y ya has tenido dos follones. Y ojo con lo que está por venir:
Los petardos que borran sonidos de ayer…
Una especie de Medusa arrebatada te agarra el brazo: «Cómo te atreves a hacer esta propaganda. Los pobres animales que se fastidien, claro». De nuevo, y con más paciencia que el juez que cita a Koldo, tratas de exponer que la letra es así y que no la has escrito tú, pero no hay espacio para la réplica: «No, no. O acabamos con esta plaga pirotécnica o mal vamos».
Y acaloran el ánimo para aceptar que ya, pasó uno más…
«Ya siento decirte esto, chaval, pero oigo lo de «uno más», como si fuera uno insulso. Y no. Parece que lo pones para pasar de puntillas sobre todas las desgracias que han ocurrido en estos meses. Y bajo ningún concepto: hay que exigir explicaciones y acciones inmediatas».
Crees que la cosa no puede empeorar, pero Ana Torroja sigue a lo suyo:
Hacemos el balance de lo bueno y malo…
«¡Acabáramos! Pero, ¿ha ocurrido algo bueno? Con estos mangantes a los mandos habrá que ahondar en lo segundo. Lo contrario es ser un equidistante de manual». Y, desde ahí, notas la catástrofe aproximándose en cada verso, como el apocalipsis cayendo en tu cabeza a ritmo de pop. Oyes lo de «marineros, soldados» y lees en los rostros de enfrente que la causa del ejército les pilla lejos. Con lo de «solteros, casados», escuchas susurros hablando de si esas son las dos únicas opciones y si las parejas de hecho no ocupan el mismo espacio. Llega un «te está quedando ligeramente pollavieja la pinchada de hoy, majete». Un minuto y medio. Paciencia.
Entre gritos y pitos, lo españolitos…
No tarda. «Eso será los que os sentís así. No dejáis pasar la oportunidad de atacar a los que no lo somos. Y luego que no hay opresión centralista».
Y decimos adiós y pedimos a Dios que en el año que viene…
«Vaya, el capillita rancio. Claro, al lado de la Catedral y pidiendo a Dios. Siempre pidiendo. Gentuza».
A ver si en vez de un millón, pueden ser dos…
Aquí decides parar la canción. En primer lugar, porque el millón del que hablaban Mecano ahora no levanta más de seis mil euros, que no por ser un buen pellizco te sacan de ningún apuro duradero. Y en segundo, porque veo que alguien me saca el tema de Nacho Cano y llegamos a las manos, no por él, sino por la chapa infernal. Con lo que cambio de tercio con algo blanco y que gusta a todo el mundo. Tiro por «Mi gran noche», de Raphael. Y, mientras suenan los primeros acordes, un fenómeno viene corriendo desde el fondo para señalarme: «cómo osas, con la enfermedad que está pasando el de Linares». Ay.
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