El metomentodo
Míster Cipriano ·
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Míster Cipriano ·
«El caballerete o señoritinga que nos ocupa suele tener unas características muy definidas»Bienvenidos todos al nuevo año. Supongo que tendrán atiborrada su mesilla de protectores gástricos, antiácidos, bicarbonato y sal de frutas a porrillo. Es la consecuencia lógica de comer durante diez días como si llegara un periodo de hibernación digno del oso grizzly de Alaska. ... Usted lo sabe, su cinturón también y el espejo no miente. Una vez terminados los juegos del hambre, y si hacemos balance de este par de semanas, verán que lo peor del periodo, con mucho, no ha sido ponerse como la Moñoños, que era esa señora que tenía menos fin que una serie turca. Lo insano ha sido aguantar a alguna persona de esas que te encuentras en las reuniones y que no puedes evitar porque es amiga de, primo de, marido de o que simplemente aparece y se convierte en tu peor pesadilla durante tres horas. Hay modernetes que los llaman despectivamente cuñados. Yo no lo haré porque los dos que tengo son más majos que un reintegro en el Sorteo del Niño, así que lo calificaremos, durante las próximas cuatrocientas palabras de metomentodo.
El caballerete o señoritinga que nos ocupa suele tener unas características muy definidas: su sabiduría general es absoluta, acapara las conversaciones, tiene una respuesta colosal para cada materia que se trate en la mesa, un agudo chascarrillo que aportar en el momento justo para que todo el mundo ría y una presencia omnipotente. De forma habitual, completa su actitud entrometida con una copita de vino asida con flacidez, y aprovecha el remate estético para hacer saber a todo el mundo que el caldo no está mal, pero que dispone en su bodega particular de varios ejemplares de una añada previa que es la buena. Un coñazo de tío, hablando claro.
Como Murphy les tiene manía hasta límites insospechados, el fulano suele encontrar sitio a su lado. Y si no, se lo busca. Yo creo que la aversión que a muchos les produce la Navidad viene dada por tener presente la tabarra reciente de algún pelma de estos. Se te agarra como una lapa, a veces te abraza y se ríe a carcajadas en tu oreja. Y tú solo quieres que llegue el postre aunque estéis todavía por un entrante en forma de croquetas, esas que tu compi de silla ha catalogado de normaluchas al lado de las suyas y su receta milenaria para lograr una roux de estrella Michelin. Y sí, es el mismo plasta que, justo después, te explica que no es lo mismo que bechamel mientras mentalmente anhelas que sea febrero y falten diez meses para volver a ver al interfecto.
El metomentodo también surge en las comidas familiares y, siento decirles, si no lo tienen identificado, como diría La Vecina Rubia, es que son ustedes. En casa, este personaje es el que mete la mano en la cazuela para probar con su avezado paladar lo que está por llegar a la mesa, el que pone música con su móvil para que no haya silencios durante la cena, el que da lecciones de cómo hay que descorchar el champán y el que le explica a mi hermana, que hace la mejor tarta árabe de Valladolid junto a la de El Bar, cómo le quedarían mejor las obleas. Además, él siempre ha ganado más de lo gastado en la lotería aunque llevase dos míseras participaciones de Pescadería Merche y un bar de Villamoronta. Es agotador, oigan. A veces hay suerte y es de los primeros en abandonar el restaurante o el salón. El respiro para el resto es tal que la gente esponja, se abraza, choca sus copas sin miedo a que el mequetrefe les diga que lo fino es no hacerlo, ven las uvas con Broncano aunque sean más de la Pedroche o comen polvorones –El Toro, por supuesto– a pesar de estar fuera de fechas según el criterio del pelele sabiondo.
A pesar de todo, no canten victoria. Faltan unas fechas para la cabalgata y pueden recibir un mensaje tontuelo preguntando si quedan para verla juntos. Elijan entre no contestar o sufrir en silencio una disertación sobre el cuarto rey mago que obvia la tradición o escuchar que él, en su tiempo, era el niño que más caramelos recogía, amén de que Melchor le guiñó un ojo en una ocasión. Huyan, insensatos.
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