Secciones
Servicios
Destacamos
Don Emilio entra por la puerta del restaurante. Se trata de uno de esos establecimientos del centro que la gente suele decir que ha perdido mucho o que ha quedado desfasado porque no adorna el nombre de cada plato con perifollos superfluos. La decoración es ... la que uno pasa media infancia viendo cuando va con sus padres y abuelos a comer los domingos importantes: motivos náuticos, cámaras exponiendo un género de calidad innegable, colores pastel y un forrado de madera a media altura por doquier. Orden, piensa don Emilio cada vez que viene. Observa en derredor que hay más jaleo que de costumbre y cae en que se celebra el Día de la Madre. Aun así su liturgia es imperturbable desde hace demasiados años. Su mesa siempre es la misma, el personal lo conoce y le habla de usted. Don Emilio no lleva teléfono móvil, o al menos no lo deposita encima de la mesa como ha hecho el ochenta por ciento de la sala. Saluda atento a los comensales cercanos y toma asiento. Miguel le ofrece la carta aunque sabe que la rechazará con un ligero movimiento de mano dando lugar a que cante los platos recomendados. Don Emilio apoya sus decisiones con un ademán de cabeza y frunciendo los labios, como si ya saborease lo que en breve saldrá de la cocina. No sonríe pero lo disimula cuando cae en los espárragos de Tudela, que es como comer percebes en Cedeira o gamba roja en Isla Cristina. Y hace el mismo gesto cuando el maître le propone el arroz a banda. «No hay más que decir», termina Miguel y corresponde el ya anciano caballero dando comienzo al almuerzo como si inaugurase un nuevo curso universitario.
Lo cierto es que de protocolo don Emilio podría dar varias conferencias. Pero ya hace tiempo que no sale demasiado. En julio hará trece años que Cecilia, su mujer, murió. Él había dedicado su vida a un trabajo entregado, político, pero noble y sincero, y a un cariño aún más refinado si cabe hacia su compañera de baile. «Miguelito, aquí venimos a disfrutar de un número limitado de celebraciones. Hay que elegir bien la pareja con la que quieres bailar, porque las citas que pasan no vuelven. Y aunque es lícito querer estar bebiendo en un banco mientras el resto se mira a los ojos y se agarra por la cintura, es una elección que no me llena. Yo soy de bailar, Miguelito», le dijo un día al encargado. Y desde que no puede agarrar a Cecilia y moverse al son de alguna de Bobby Darin, don Emilio está solo en el banco. Bebiendo poco, dicho sea de paso. Una copita por comida. Pero solo.
Noticias relacionadas
Mientras ve acercarse los espárragos, el hombre tamborilea emocionado con los dedos en las tablas sobre las que casi reposa su silla. Las yemas lucen como los focos de los teatros a los que solía ir con su consorte. Hace años que no pasa por el Calderón y sospecha que a ella no le gustaría que esa ausencia se prolongase más, así que anota mentalmente que debe consultar la programación. Ese pensamiento triste no le quita un ápice de disfrute al entrante, y menos si va acompañado por esa mayonesa casera que le priva. Cuando está a punto de terminar, desde una de las mesas del fondo una joven le mira y se aproxima. Él, cortés, se limpia con la servilleta y se levanta antes de que llegue. «Don Emilio, no sé si me recuerda. Trabajé con usted durante unos meses y…». La edad no ha hecho mella en la memoria del hombre, que cuando la ve de cerca recuerda su nombre y apellido, valora el tiempo pasado trabajando juntos y le desea un feliz ágape. Se despiden y espera a que ella llegue de nuevo a su lugar para volver a sentarse. Cuando lo hace, por su cabeza, repleta de canas, pasa un recuerdo amargo: poco después de los meses de los que la joven hablaba, Cecilia lo dejó contra su deseo con el corazón vacío y un piso luminoso lleno de libros.
Miguel acude al quite con una ración contundente de arroz que don Emilio agradece para borrar de su mente ese halo de tristeza. Come, degusta y hace pausas para el vino reglamentario. Al fin y al cabo, es un hombre de costumbres. Lee, pasea, pone un disco mientras colabora en la limpieza que Ramona hace semanalmente de su casa, echa la siesta, mira algún programa de adivinar palabras y los miércoles alternos ve la Copa de Europa. Rechaza el postre, como siempre, y apura su café mientras observa cómo las familias agasajan a las mamás. Pide la cuenta, paga dejando propina y se despide de las mesas contiguas deseando una feliz tarde. Se coloca su gabán —porque mayo tiene días traicioneros— y, al salir, posa su mirada sobre una de las innumerables fotos junto a famosos que el dueño tiene colocadas a la entrada. En ella, un hombre de pelo canoso y una mujer de cara radiante posan sonrientes junto a Miguel. Se besa los dedos, los pone sobre el retrato y sale pensando que le vale con recordar los bailes con Cecilia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.