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Hoy, como en la canción que compuso David Summers, hace un año. No recuerdo si las calles amanecieron lo frías que la letra sugiere. Sólo tengo retazos de una mañana en la que se disipó la oscuridad a partir de un velo de café y ... una emoción digna de la noche de Reyes. Hoy hace un año de una carrera solitaria al kiosco más cercano, de un «buenos días» demasiado sonoro para la hora, temprana, y de muchos mensajes acumulados en el teléfono. Así que, efectivamente, desde que ustedes y yo nos vimos las caras por primera vez han pasado cincuenta y pico semanas, varias elecciones, alguna reflexión, disgustos, alegrías, tragedias, logros, vino a raudales y alguna sonrisilla pícara.
Esta palestra es un honor, pero uno bastante puñetero. Depositar cada jueves un texto en esta página y que interese lo suficiente como para llegar al final no es moco de pavo. Uno escribe por afición, por placer o por necesidad. Exponerse cada semana al escrutinio público es un baremo que hay que aprender a sobrellevar, porque hoy eres un artista y tu verbo se adorna con ingenio y en un mes no pasas de pelamanillas desinformado con aire pretencioso. Así es esto de llamar semanalmente a la puerta de la gente y recordarles que tienes algo supuestamente sustancioso que decir. Para añadir presión a la labor, hay días que el teclado parece hervir y me creo un impostor, un farsante, una careta. Huelga decir que uno ya está curtido en ciertas batallas y autoanálisis, pero el canguelo es libre. Me gustaría espiar a mis compañeros de cabecera para ver si tienen tardes de flaqueza como yo. Leo a Encinas, a Teresa, a Sansón y al resto y, chico, no hay dudas. Yo soy un mar de ellas cada vez que me pongo a la tarea. Hay momentos (quiero creer) en que las ideas brotan y tejen un manto vistoso, pero, en mi caso, lo normal es sufrir.
Miren, yo hace años escribía canciones. Por dos veces, conseguí (conseguimos, acompañado) que diez pasaran la criba y entrasen en un disco. No sé si eran buenas, ñoñas, pegadizas o regulares, pero sí que la concurrencia las cantaba en los conciertos. Y así me pasé varios años, tocando una y otra vez esos diez o doce estribillos con el aplauso asegurado. En cambio, aquí se trata de una columna que dé en el clavo… cada semana. Cuenta algo jugoso, vístelo de color romántico (que cantaban Mocedades) y logra que tu pequeña reseña sea leída en toda su extensión. Y, ojo, no puedes repetir temática ni chiste punzante ni apoyarte en los mismos trucos, si es que existen: el jueves siguiente, todo debe ser nuevo. Y en eso estoy. Porque hoy hace un año desde que les hablo de usos y costumbres, de nostalgia y novedad, de lo que se fue y lo que nos espera. Un año de contarles historias para coser un escenario a lo que trato de transmitir, un año en el que me han visto padecer el verano o regocijarme al llegar el frío, un año de volver a casa desde Zorrilla con demasiadas sensaciones que envolver en palabras y pocas uñas.
Dicen en 'Yellowstone', una serie que vemos cuando las tardes apuran sus postreras luces, que una rueda de carro rota no tiene arreglo, pero con los trozos puedes construir una nueva. Eso también me ocurre en ocasiones con estos artículos. Alguno no termina de hacerme tilín y otros pierden su vez por aquello de esperar al jueves, pero ambos pueden contener un esbozo o pensamiento del que tirar. Y, como si fuera un puzle, voy uniendo anécdotas. Y ustedes toman el primer o segundo cortado con ellas. No sé si esto que voy descubriendo será lo que llamaban aprender el oficio, pero ahí voy. Así que: gracias. Gracias, incluso, a los que no están de acuerdo conmigo, porque esa es la norma básica en este tablero: disentir pero escuchar. Les aseguro que me pongo en su lugar antes de cada frase que no les agrada, pero Ángel Ortiz me deja este espacio para contar lo que pienso y no para que ustedes o mi madre digan que soy muy alto, muy atractivo y que tengo los ojos muy azules (solo es cierto lo primero).
Creo firmemente que hoy, hace un año, empecé a espabilar, a escribir mejor. Y cada semana retuerzo neuronas, escudriño aquello que me llama la atención y observo la vida en formato de columna, como dice un buen amigo. Desde entonces, me levanto los jueves y recorro las calles frías de las que habla la canción en busca del periódico. Paso las páginas, encuentro mi lugar, mi foto y mis palabras y pienso: «tienes que hacerlo mejor, muchacho». Quizá en la de la semana que viene. Lo prometo.
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