
25 años de la publicación de 'El Hereje'
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25 años de la publicación de 'El Hereje'
Viejos recuerdos de la gestación de la obraGermán Delibes
Sábado, 4 de noviembre 2023, 00:07
En más de una ocasión declaró mi padre que 'Viejas historias de Castilla la Vieja', pese a su sencillez y escaso bulto, era, seguramente, la que más le complacía de sus obras. Sin embargo, bastantes años después también confesó que la satisfacción de escribir 'El hereje', su última obra de ficción, había sido especial por el hecho de haberse sentido capaz de afrontar, con casi 80 años, una novela de tantos personajes, temáticamente tan compleja y con la dificultad añadida de su ambientación en el siglo XVI.
La aparición en otoño de 1998 de esta novela histórica de Delibes, protagonizada por Cipriano Salcedo, un asistente al conventículo protestante que conducía en Valladolid el Doctor Cazalla, produjo un considerable revuelo. El propio autor pudo comprobar con asombro cómo se sucedían las ediciones del libro. Algunos críticos se mostraban desconcertados por el aparente cambio de rumbo de la narrativa delibeana y no faltó quien, incluso, quiso ver tras 'El hereje' la mano de un 'negro'. ¿Por qué tanta incredulidad, nos preguntábamos quienes habíamos vivido de cerca los tres largos años que duró la gestación del libro? ¿No se repetían en él muchos de los paisajes habituales y de los personajes típicos de las novelas de Delibes? ¿No eran los escrúpulos y el espíritu tolerante de Salcedo similares a los del marido de Menchu Sotillos en 'Cinco horas con Mario'? Y, al fin y al cabo, ¿no volvía a darse la circunstancia de que el protagonista, Cipriano, era un perdedor, en cierto modo un antihéroe, como los de tantas novelas de Miguel Delibes?
Lo que realmente produjo desconcierto es que la acción transcurriera en el Siglo de Oro. Los más allegados, sin embargo, sabíamos de la debilidad que sentía Delibes por la Historia, no en vano había sido durante cuarenta años profesor de esa materia en la Escuela de Comercio de Valladolid. Recuerdo cómo, al iniciar yo los estudios de Filosofía y Letras, me hablaba embelesado de la Liga Hanseática, de las Ferias de Medina del Campo, del Colbertismo o de 'La riqueza de las naciones', de Adam Smith. Y por esa misma razón tampoco me sorprendieron sus reflexiones en 'Un año de mi vida', diario que escribió hace medio siglo a petición de su editor José Vergés, sobre la improductiva y perniciosa mentalidad hidalga desarrollada en la España de la Edad Moderna a raíz de la llegada de las remesas de oro y plata americanas.
Que Miguel Delibes no fuera historiador no significaba que no fuera consciente de la dificultad del trabajo que tenía por delante, de ahí el esfuerzo que hubo de realizar para saber cómo eran, cómo vestían, qué comían, cómo se relacionaban, qué educación recibían, qué medios utilizaban para desplazarse, etc. los ciudadanos y la gente del campo castellano del siglo XVI. Un trabajo al que contribuí humildemente consiguiéndole, mediante préstamo en la biblioteca de mi facultad, los libros de Bartolomé Bennassar, Carmen Bernis, Isidoro González Gallegos, Santos Madrazo, Anastasio Rojo, Federico Wattenberg y un largo etcétera que informaban de estos y parecidos asuntos.
Pero lo que, por encima de todo, preocupaba a Delibes era documentarse sobre el fondo de la novela, esto es, sobre la situación religiosa en la Europa del siglo XVI, para lo que tuvo el privilegio de contar con el asesoramiento del catedrático de Historia Moderna Teófanes Egido. Siempre, desde que fui su alumno, he sido gran admirador suyo y tengo además la enorme suerte de ser su amigo, de ahí que no me resultara difícil trasladarle el S.O.S. de mi padre solicitando información sobre cuestiones teológicas y eclesiásticas fundamentales en la historia de Salcedo.
Teófanes ha recordado en un hermoso artículo cómo en la carta de mi padre que le llevé en mano a comienzos de 1996 figuraba una catarata abrumadora de preguntas sobre el luteranismo en Alemania, el funcionamiento de los conventículos españoles, los temas que se trataban en ellos, la forma en que se extendían las ideas del reformador Lutero, la manera de actuar de la Inquisición, etc. Y yo tampoco he olvidado algunas de las lecturas que, como respuesta, le fueron recomendadas a Delibes por el discreto sabio carmelita: por supuesto, el 'Erasmo y España' de Bataillon, para comprender el reformismo 'blando' del de Rotterdam; también la obra de Ignacio Tellechea 'Tiempos recios. Inquisición y heterodoxias'; 'El luteranismo en Castilla en el siglo XVI', de Jesús Alonso Burgos, más un par de libros del propio Teófanes que acababan de publicarse: 'Las reformas protestantes' y 'Las claves de la Reforma y la Contrarreforma'.
A partir de entonces y aproximadamente una vez al mes, mi padre nos convocaba a un almuerzo a tres en el que el profesor Egido y él se enfrascaban en una conversación cada vez más técnica a la que yo asistía, más que como interlocutor, como mero espectador. Aquello duró varios meses y era evidente que Delibes cada día se mostraba más participativo y documentado hasta que llegó el momento en que Teófanes, en pleno almuerzo y con su retranca habitual, me miró con ojos traviesos y me dijo: «¿Tú qué piensas, Germán? Yo creo que tu padre se encuentra de sobra preparado para empezar a escribir». El novelista nunca dejó de reconocer que sin la ayuda del profesor Egido el alumbramiento de 'El hereje' habría resultado imposible.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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