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Miguel Delibes habló, diseccionó y reflexionó en varias entrevistas sobre su última novela, 'El hereje'. Lo hizo cuando se presentó, en septiembre de 1998. También un año después, tras recibir el Premio Nacional de Narrativa. Y de nuevo cuando, al cumplirse una década, se lanzó al mercado una nueva edición. A continuación, se ensamblan todas estas declaraciones en prensa, radio y televisión, en esta entrevista que nunca se realizó como tal, pero en la que todas y cada una de las palabras de Delibes fueron pronunciadas o defendidas por el escritor, ya que la mayoría de estas entrevistas fueron cuestionarios respondidos a mano.
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–¿Cómo surgió la idea de 'El hereje'?
–Ángel Torío, mi amigo penalista [catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Valladolid], me facilitó el encuentro. Me llevó a la tertulia que compartíamos [todos los sábados en el hotel Felipe IV] unas fotocopias de Menéndez Pelayo relativas a la secta luterana del doctor Cazalla y el consiguiente auto de fe. El tema me atrajo. Revivió en mí una historia y un personaje que entonces tenía adormecidos pero que me volvieron a brotar con toda su fuerza.
–Ese personaje es Cipriano Salcedo.
–Un hombre de buena fe, poco ambicioso, aunque a ratos parezca otra cosa, que gusta de hacer una fortuna para deshacerla luego, para renunciar a ella. Por otro lado, tampoco tiene ambición de poder. No sueña con ser el Lutero español, como algunos de sus compañeros, sino que es un hombre del montón, laborioso y servicial. Yo creo que es un hereje especial el protagonista de mi novela.
–¿En qué sentido?
–No es el símbolo de una época caracterizada por la persecución, sino una víctima de la intolerancia de todas las épocas. Se puede escribir una novela parecida en los cinco siglos anteriores. Es un rico hacendado, pero, de tejas abajo es un perdedor, lo que suele ser una constante en mis escritos. Es un perdedor, de mayor alcurnia, pero tan perdedor como cualquiera de no pocos personajes de mis novelas.
–¿Por qué ese interés por los perdedores?
–Dar voz al que no la tiene, o no la tuvo nunca, fue siempre una razón para que el narrador tome la palabra. La defensa de los humildes, de los desheredados. En mi literatura hay una toma de partido, la de los perdedores, mi inclinación hacia los humillados y ofendidos. Pero no es un empeño personal. Soy un hombre pesimista y entiendo que la mayor parte de los ciudadanos, de una manera o de otra, somos víctimas de la Historia. Frente a los logreros, los trepadores, los políticos, cuatro negociantes afortunados... en el mundo prevalecen los perdedores. No solo son más apasionantes, sino que son más.
–Este hombre, Cipriano, se adhiere a un grupo luterano en el Valladolid del siglo XVI. ¿Por qué, qué busca en esos círculos?
–En su iniciación, busca una hermandad, la fraternidad humana. Al final todo le falla menos su honrada disposición. Quiere creer en la verdad. Pero, ¿dónde está la verdad? En rigor, para su época, no era culto ni inculto, tropezó con una segunda proposición y honestamente se aferró a ella.
–Pero no se echó en manos del fanatismo.
–Cipriano no es de esos. Dudó hasta el fin. A lo que se negó fue a renegar por segunda vez por conveniencia circunstancial. Se mostró consecuente con su segunda religión.
–Para eso, se acerca a la influencia de Lutero en España.
–Yo conocía la historia de Lutero porque he sido siempre aficionado a la historia. Pero no tenía la concatenación de los dos hechos. Del hecho de Wittenberg y del hecho de Valladolid. Lo de Valladolid al lado de Europa era una broma. Aquí se habla de una secta protestante, pero apenas eran sesenta personas. Fue cogiendo cierto vuelo, pero fue zanjada por la Inquisición en una de sus actuaciones más violentas. La hoguera se llevó a veintitantos en un escarmiento terrible. Valladolid sufrió dos grandes y terribles autos de fe en el siglo XVI, aunque yo los haya resumido en uno por conveniencia novelesca.
–¿Qué le interesó de esa concatenación?
–Hay dos razones: el eco que se produce en Valladolid con la reforma de Lutero y que fue una época cuando se decidió si Valladolid estaba o no llamada a ser Corte de España.
–Sobre la primera de las razones, la presencia en Valladolid de esas ideas...
–Valladolid tiene la faceta interesante del Doctor Cazalla, que fue luterano. No se sabe si por despecho de que el emperador no le dio ninguna encomienda, ningún título, o simplemente porque lo sintió así. Me atrajo la reacción de un pequeño grupo luterano en Valladolid tras las proposiciones de Martín Lutero en Alemania en 1517. La reforma protestante me inquietó siempre. Y para novelar su eco en Valladolid, inventé un tipo, Cipriano Salcedo, a través del cual siguiéramos los incidentes de todo tipo que aquel tiempo planteaba. Salió una novela de Valladolid. Mejor dicho, de un vallisoletano del siglo XVI.
–Decía que ese momento en la ciudad fue una segunda razón para escribir esta novela.
–En ese momento depende de la caída de la báscula el que Valladolid fuera capital de España para siempre o dejara de serlo. Yo creo que en el que dejara de serlo influyó el terrible auto de fe de 1559. Fue una oportunidad interesante de nuestra villa, aunque naturalmente no la aprovechamos. El momento es interesante. Valladolid y Burgos comercian con lanas con los flamencos. Segovia es una ciudad industrial. En agricultura somos fuertes en pan y vino. Pero queda en nada. Los Austrias no fueron favorables para nosotros, aunque Felipe II naciera aquí y se le dediquen homenajes de rey prudente.
–¿Cómo era el Valladolid de entonces?
–Era una ciudad de pocos habitantes (28.000), pero sucia, con pestes periódicas, aficionada al vino (esto y pan es lo que produce), con horror a la sífilis. Nada de esto quita para que asomen grupos heterodoxos y el grupo cerril, conservador e inmovilista que predomina en las ciudades de Castilla. El hecho de trabajar sobre Valladolid, de estar pintando una ciudad, la mía, de casi quinientos años atrás, aumentaba mi ilusión por esta historia.
–Le dedica el libro a la ciudad.
–Es la primera vez que escribo sobre Valladolid citando la ciudad. Escribí siempre, o casi siempre, sobre Valladolid y Castilla, pero nunca lo dije explícitamente. Valladolid era la ciudad media que no mencionaba con su nombre. Ahora la palabra Valladolid figura ya en la entradilla del libro para que no haya dudas.
–¿Por qué?
–He querido rendir un homenaje a la ciudad que me vio nacer y a la que he sido fiel a lo largo de toda mi vida. En Valladolid nací, correteé por sus calles, conviví con muchos vallisoletanos de diversas generaciones. De esta convivencia nació una manera de hablar y de escribir que ahora he utilizado. El castellano de Valladolid es bueno y yo me he aprovechado de él. Ahora es lógico que Valladolid ciudad y provincia sean beneficiarias de un libro. Yo se lo debía.
–¿Qué conserva el Valladolid actual de la ciudad que recrea en su libro?
–Arquitectónicamente, varios monumentos: San Pablo, San Gregorio, la Antigua, San Benito, Santa Cruz. Rincones urbanos, ninguno. Su pequeña economía.
–¿Cómo ha recreado entonces la ciudad del siglo XVI?
–Tuve que leer muchos libros y muchas cosas para conectar con la realidad del siglo XVI. No considero que en una novela, en la que lo importante es la ficción, sea necesaria una completa exactitud y abrumar al lector con una serie de datos. Pero procuré meterme completamente en la época y no incluir falsedades. He leído por lo menos cuatro o cinco veces el tamaño de mi novela en otras obras de los historiadores. He hojeado historias universales y de España, muchos diccionarios, enciclopedias, historias de caza y de las armas de fuego, hasta tratados de gastronomía. Todo aquello que de alguna manera afectara a la trama. Todo lo que se puedan imaginar y un poco más.
–¿Con qué objetivo?
–Si un historiador leyese con el lápiz rojo de la mano, podría ser atroz. No por el tema central en sí, sino por los anacronismos, que son la amenaza de este tipo de novela. Los quería evitar. ¿Se tomaba café en el siglo XVI? ¿Se fumaba? Lo que hablaban los protagonistas, lo que bebían, lo que vestían me creaba constantes problemas. Uno no ha vivido hace cuatro siglos y cada movimiento me ha costado una duda.
–¿Es esta una novela histórica?
–Todas mis novelas son históricas. Quiero decir con esto que se desarrollan en el pasado, no hay ciencia ficción. El tiempo juega en ellas un papel tan importante como en la vida. Pero dudo mucho que 'El hereje' sea una novela histórica. En todo instante he procurado que la historia no se coma a la fábula. De ahí que lo inventado por mí tenga mayor importancia que lo real. Los personajes inventados se imponen en todo momento a la Historia.
–¿Cómo ha afrontado el lenguaje de la época?
–No utilizo el lenguaje del siglo XVI fuera de algunos documentos o frases célebres. Simplemente escribo en una aproximación que no desentone.
–¿Cómo recuerda la escritura 'El hereje'?
–No tuve conciencia de estar iniciando algo nuevo. Se me representó la historia como una novela más. Y así la cogí y le di norma. Tenía, sí, una secreta fidelidad a la Historia grande, pero esta misma fidelidad ni me agarrotaba a mí ni se me imponía a la historia principal.
–¿Le ha supuesto esfuerzo especial?
–Un esfuerzo muy grande porque me pillaba un poco pasado de fecha. Ya a los 75, que fue cuando surgió la idea, era un poco tarde. Pero a cambio tenía la gran experiencia de 50 años de novelas. Por otro lado, conservaba todavía una cierta lucidez. Una lucidez, no seamos tacaños. De esta lucidez, de esta lectura de las fichas que saqué, aunque no sabía trabajar con fichas, surgió la novela. Pero claro, una novela como 'El camino' me llevó exactamente 21 días consecutivos y esta me ha llevado tres años. La diferencia es grande.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Escribía, como siempre, por la mañana, tres o cuatro horas. Por la tarde leía algún libro o revisaba las notas. Los dos empujones más serios se los di en Sedano, en los veranos del 96 y el 97. Allí, sin teléfono, las mañanas tienen más horas o por lo menos la novela cundía más. La escribí a mano, con rotulador azul de punta no demasiado gruesa, y en las cuartillas hechas con los recortes de El Norte de Castilla [empleó 516].
–¿Qué ha descubierto con este libro?
–Lo que ya descubrí en mi primera novela: que la infancia y la muerte, la naturaleza y el prójimo están muy próximos entre sí. Más de lo que la gente cree.
–¿Y qué quería contar?
–Mi novela pretende ser una cálida defensa de la libertad de conciencia. La intolerancia religiosa estalla en ese siglo que novelo, el XVI, pero sus consecuencias tremendas se hacen efectivas en el siglo XVII. Hablo de la organización y de las luchas religiosas. De la intolerancia. Forma parte del hombre. Sin embargo, la educación puede suavizarla. Hasta el siglo XX, España ha vivido en un terreno de intransigencia severísimo. Espero que el futuro, con la proclamación de los derechos humanos y con las asociaciones pacifistas que se van creando todos los días, sea mucho más llevadero en ese aspecto.
–¿Cómo ve el mundo actual en ese sentido?
–Observo que hay focos muy duros de integrismo, conatos de guerra santa, incomprensión en muchos países cristianos, pero quiero y necesito creer que a la larga toda esta tensión terminará llevándonos a la cooperación y el entendimiento. El caldo de cultivo del hombre inteligente es la libertad y no puedo concebir que otro hombre, en nombre de lo que sea, le prive de esta libertad.
–Porque, ¿ahora hay más herejes o más santos inocentes?
–En España hay menos santos inocentes y menos herejes. Lo que hay es personas completamente indiferentes. A nivel universal, diría que basta ver los países del Tercer Mundo para darse cuenta de que hay más santos inocentes. O tantos como los que ha habido siempre.
–La figura actual del hereje...
–El hereje aparece para decir no a alguien que ha dicho sí. La intolerancia de todo tipo la ha habido siempre en España. Pero ahora tenemos inquisidores sin herejes.
–¿Y quedan Ciprianos Salcedos dispuestos a morir por la defensa de unas creencias o unos ideales?
–Dar la vida por un ideal es cada vez más difícil. La religión, la patria y la familia han pasado a ser valores relativos. Se tiende a que todo se arregle en la mesa de negociaciones y eso es bueno y generoso. Pero, al mismo tiempo, se conserva la fe en menos cosas. En el aspecto religioso, es obvio que tenemos que apearnos de la intransigencia, el integrismo, el fundamentalismo. Creo, con Naguib Mahfouz, que la religión es un elemento esencial de la cultura. Pero hay que buscar una dimensión religiosa humana, que ayude al hombre, alejada de esa intransigencia y fundamentalismo. Una religión con un sólido fondo moral que nos anime a vivir, a establecer francas relaciones. El tema religioso vuelve una y otra vez al primer plano de la vida de los españoles. Unos denuncian que existe cierto clima de persecución religiosa, mientras otros acusan a los creyentes de querer invadir la vida pública.
–¿Es la religión una cuestión estrictamente privada?
–Yo pienso que la religión debería pertenecer a la parte más profunda y privada del hombre, aquello a lo que los demás no tienen acceso. ¿Con qué derecho vamos a juzgar lo que otro hombre piensa a este respecto? Es muy fácil predicar a cosa pasada.
–¿Y en su caso concreto, como escritor?
–El tema religioso no lo he rehuido. Al rabino de 'Las ratas', por ejemplo, no le entra en la cabeza que un vecino con una cruz en el pecho haya asesinado a otro. En 'Madera de héroes' hay dos curas que se confiesan mutuamente cuando estalla la guerra civil. Hay en algunos de mis libros, elemental o profundamente, una idea religiosa. Me eduqué en un colegio de hermanos cristianos, hermanos del babero, como les llamábamos. Luego me aparté de la religión como más o menos nos apartamos todos, pero nunca del todo. Me reconozco cristiano y católico aunque, desgraciadamente, no libre de dudas que en ocasiones me torturan. Esta posición dubitativa que se me impone a veces hace más creíble el terrible final de Cipriano Salcedo en el auto de fe que cierra 'El hereje'.
–¿Se identifica con él?
–Admiro su lealtad y fidelidad a su propia conciencia. También su humanidad. Pero en esta novela no hay una postura personal. Las ideas, a veces encontradas de los personajes de 'El hereje' sobre la Reforma y la Contrarreforma son, naturalmente, opiniones, interpretaciones que se basan en testimonios de la época y en rigurosos estudios posteriores. Mis ideas sobre la tolerancia o la crueldad no varían porque novele una época u otra. Yo no escojo una postura intelectual en 'El hereje', sino simplemente razonable. No me considero intelectual, pero hay momentos en que las reflexiones del novelista deben ahondar más sobre temas fundamentales de la vida frente a otros menos trascendentes, y en 'El hereje' reflexiono sobre una libertad que debe ser respetada, que es la religiosa. Yo no arremeto contra nadie. No intento desacreditar a nadie, sino defender la libertad personal. La honradez está debajo de todas las banderas.
–Si hubiera triunfado Erasmo, ¿la historia de España habría cambiado?
–Erasmo fue una cabeza importante. Es fácil que yo hubiera sido erasmista, pero ignoro hasta dónde habría llegado. No tengo madera de héroe. De haber triunfado el erasmismo en España, nuestra historia hubiera podido ser diferente. Pero no solo la nuestra. La alemana, la francesa, la inglesa y la misma historia europea del XVII, con sus luchas de religión, hubiese tenido otro carácter distinto.
–Hay escenas del libro en las que Cipriano se encuentra solo consigo mismo.
–Hay momentos en los que el hombre necesita oír a Dios, requiere su compañía, pero nos acompaña su eterno silencio. Hay un momento en la novela en que Cipriano necesitaría una palabra para saber si está en la verdad o era antes cuando estaba en ella. La palabra no llega, la señal que esperaba tampoco acaba de llegar. La decisión de su fe llega a depender de la palabra 'romana', pero finamente no la pronuncia. Es, en efecto, la radical soledad humana.
–El amor acompaña al protagonista, ¿es un elemento redentor?
–No lo es. Podría ser redentor, pero Salcedo tampoco tiene suerte en esto. De Minervina le separan siendo muy joven. De Teo, la muerte. Y de Ana Enríquez, la situación final.
–¿Y qué representa Ana?
–Aunque a tientas, Cipriano busca a una madre. No la ha conocido y la busca. Sin embargo, Ana Enríquez es otra cosa. Yo creo que Ana Enríquez es la mujer de la que Cipriano se enamora. Pero todo llega mal y a destiempo. No hay nada que hacer.
–¿Y Minervina?
–Es una especie de ideal de mujer que siempre he llevado dentro de mí y que me venía muy bien para la novela. Tan bonita, tan dulce, tan cariñosa...
–Está también el personaje de Bernardo, el padre de Cipriano.
–Creo haber dejado claro en mi novela que, tras la decisión de Bernardo Salcedo de educar a su hijo en los Expósitos, hay una actitud perversa y de venganza injustificadas. Pero una vez fracasa la experiencia del preceptor, no era fácil encontrar un colegio adecuado para Cipriano. Nos estremecen los métodos del centro y los terribles quehaceres de sus alumnos, pero ese era el funcionamiento de los colegios de Doctrinos concebidos ejemplarmente en el siglo XVI con fines asistenciales. No parece necesario extenderse en la cruedad de la época.
–¿Le gustaría que se hiciera una película?
–No he pensado en una posible adaptación cinematográfica, pero tal vez resultase bien. Pero preferiría una serie de tres episodios mejor que una película de dimensiones normales.
–¿Qué supone esta novela entre todas las demás?
–Una más. Eso sí, la más ambiciosa, trabajada y densa de cuantas he escrito. Es verdad que la pienso mucho, quizá demasiado. No puedo negar que quedé satisfecho de este libro y hoy día sigo satisfecho. Para mí, la mejor de mis novelas cortas es 'Viejas historias de Castilla la Vieja' y, sin duda, mi mejor novela larga es 'El hereje'. Es la mejor, la más completa y la más difícil de todas mis novelas. Y creo que la he resuelto bien. Es una obra interesante para rematar una carrera literaria.
–¿No escribirá más?
–Los ánimos nunca faltan. Yo, como novelista, lo que necesito es la chispa. Una vez que ya tengo la chispa y he cogido el tono, puedo ir al fin del mundo. Es decir, el día que un persona me exija más vida, yo se la daré y escribré otra novela. Sin embargo, todavía queda por ver si hay un personaje que se avenga a la vida que yo le quiero daro. No me atrevo a decir que he dado por terminada mi carrera de escritor. Pero a partir de saber que sufría cáncer de colon, de lo único que me ocupo es de sobrevivir. Este es mi proyecto más sincero en el futuro.
–Ha vendido 90.000 ejemplares en tres días y 300.000 en un año.
–Eso me llena de satisfacción, porque en última instancia escribimos para que nos lean. Me siento compensado de más, debidamente valorado y reconocido por los lectores y los críticos desde que empecé a escribir.
–Se habla de su candidatura al premio Nobel de literatura.
–No voy por el Nobel porque cae donde quiere. Es un latazo. No quiero jaleo. El cáncer me apartó de todo esto, cuando vi que había perdido las facultades imprescindibles para un escritor, por lo menos para mí. Si yo no podía concentrarme en un tema, mal podía escribir una buena novela o un buen libro. Lo que sí me había propuesto antes de tener el cáncer era el día que yo me viese disminuido, dejarlo. Es decir, no estirar por oficio el número de mis novelas. El escritor murió antes que el hombre.
Esta entrevista ha sido elaborado con las declaraciones que Miguel Delibes hizo en El Norte de Castilla, 24 de septiembre de 1998. 'Efe', 24 de septiembre de 1998. 'La Vanguardia', 25 de septiembre de 1998. 'Avui', 25 de septiembre de 1998. 'El Correo', 25 de septiembre de 1998. 'El Diario Vasco', 25 de septiembre de 1998. 'La Voz de Galicia', 25 de septiembre de 1998. 'El País', 28 de septiembre de 1998. 'ABC', 28 de septiembre de 1998. 'Telediario' (TVE), septiembre de 1998. 'Buenos días' (RNE), 29 de septiembre de 1998. 'Informativos Telecinco', 1 de octubre de 1998. 'Colpisa', 3 de octubre de 1998. 'Informe Semanal' (TVE), 3 de octubre de 1998. 'El Mundo', 3 de octubre de 1998. 'Europa Press', 4 de octubre de 1998. 'La Gaceta de los Negocios', 10 de octubre de 1998. 'Tribuna de Actualidad', 12 de octubre de 1998. 'Mercurio', 16 de febrero de 1999. 'ABC', 20 de octubre de 1999. 'El Mundo', 20 de octubre de 1999. El Norte de Castilla, 20 de octubre de 1999. 'Revista Babab', julio de 2000. 'ABC', 1 de noviembre de 2008. 'El Periódico'. 2 de noviembre de 2008. 'La Voz de Galicia', 30 de octubre de 2009
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