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En 1994, tras toda una vida vivida a través de sus personajes, no necesitaba Miguel Delibes escribir una sola página más para alcanzar todo el reconocimiento nacional e internacional al que puede aspirar un escritor y, desde luego, mucho más del que él nunca buscó.
A mediados de los noventa su trayectoria literaria ya estaba jalonada de los principales premios literarios y se habían publicado traducciones en veintiséis idiomas diferentes, desde el alemán hasta el kirguiz o el moldavo, lo cual es aún mucho más reseñable si atendemos a la gran diversidad de títulos que fueron objeto de traducción, algo nada frecuente.
En paralelo, ya se conocía un significativo número de publicaciones, monografías y tesis doctorales que hasta hace un cuarto de siglo se habían publicado en torno a la obra y la figura de Delibes en todo el mundo. Otros reconocimientos internacionales y las frecuentes invitaciones para realizar conferencias y estancias académicas en el extranjero evidenciaban por entonces que Delibes, siendo como era de Valladolid, en realidad ya era de todo el mundo, a todos pertenecía.
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Diego Fernández
Y sin embargo, cuatro años más tarde, en 1998, publicó 'El hereje', una obra de madurez, compleja, extensa, que requirió un profundo trabajo de documentación de un autor a quien, siendo más exigente consigo mismo que con nadie, aterraba que se le colara algún error, algún anacronismo.
El hereje fue un éxito editorial desde el primer momento. Acogido por los lectores con avidez, dos años más tarde ya había sido traducido al alemán, al francés y al portugués. Luego llegarían otras traducciones, reediciones incluidas, hasta los catorce idiomas actuales, muy especialmente en Europa aunque no solo, y con algunas particularidades como ser la primera de sus obras traducida al albanés y la segunda al Braille, al menos hasta la fecha.
¿Cómo no iba a calar en el resto del mundo, sobre todo en Europa, una obra que genera reflexiones tan profundas en un tiempo en que seguimos viendo como en todo el planeta siguen muriendo muchas personas por razón de su religión, origen, creencias, etc?
Creo sinceramente que aún no hemos terminado de ver todas las traducciones de obras de Delibes, actualmente alrededor de los cuarenta idiomas, ni menos aún todas las que se harán de esta novela. Me sorprende especialmente que todavía no haya 'caído', si me permiten la expresión, la traducción al checo, teniendo en cuenta que en ese país, la República Checa, consideran a un hereje, Jan Hus, casi como un héroe nacional. Tiempo al tiempo.
A ese éxito fuera de nuestras fronteras contribuyeron muchos factores. Sobre todo y en primer lugar, la trayectoria ya consolidada de nuestro autor y la tremenda expectativa que había en torno a un libro que, seguramente, algunos consideraron como un regalo ya inesperado, si se atendía al discurso que él mismo pronunció en la ceremonia de aceptación del Premio Cervantes en 1994, en el que parecía que don Miguel anunciaba el final de su producción literaria («El arco que se abrió para mí en 1948 al obtener el Premio Nadal se cierra ahora, en 1994…»). Creo que también contribuyeron y no poco la cascada de críticas literarias en los medios generalistas y en los especializados, además de la retahíla de grandes hispanistas que supieron apreciar desde el primer momento la dimensión de la obra que acababa de llegar a sus manos, tales como Hans-Jörg Neuschäfer, Ramón Buckley o Gonzalo Sobejano, entre otros.
Sin embargo, creo que, transcurrido el inicial empuje del lanzamiento, la continuidad de su éxito incluso hoy en día se debe fundamentalmente a la calidad y profundidad literaria intrínseca de un libro que apela a conceptos y circunstancias históricas que el tiempo ha demostrado fundamentales para conformar la Europa que hoy conocemos y, con ella, una parte significativa de la cultura occidental contemporánea. El hereje es un libro que nos habla de Erasmo y de Lutero; de las grandes corrientes de pensamiento, religiosas o no, que recorrían y renovaban Europa; de la resistencia por entonces de la Corona de España, de la mano de la Iglesia y su brazo inquisidor, a adoptar esas tendencias revolucionarias mientras los intereses geopolíticos de una y otra parte permeaban y contaminaban el tímido intento de debate religioso. Y, por supuesto, nos habla este maravilloso libro que hoy volvemos a celebrar de algo que para mí es importante señalar, que es la defensa de la libertad y la tolerancia. Libertad religiosa, sí, pero también libertad de pensamiento, de reunión, de expresión, de elección. Libertad, con mayúsculas.
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