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Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Pau, Francia, pero la vida caprichosa tenía reservado para Regina Villoria un puesto de panadera en el pueblo natal de sus padres, Fuenteguinaldo (Salamanca). «Hubiera deseado dar clases, nunca llegué a hacerlo, pero me gusta vivir en el ... pueblo y me encanta este trabajo», comenta Regina, que regenta junto a su marido, Jesús Andrés, la panadería-pastelería del mismo nombre.
«Al principio estábamos en Madrid pero decidimos coger el negocio de mi suegro hace 31 años porque si no, esto se cerraba», recuerda. «Desde entonces han cambiado muchas cosas y aunque la esencia de las perronillas o el pan es la misma, la maquinaria nos ha ido facilitando mucho las cosas».
Esas perronillas (o perrunillas, dependiendo de la zona) están reconocidas con premios de la Asociación de Artesanos Alimentarios de Castilla y León y son con las que tanto alardeó el ganadero de Castilla de Flores, José Pinto, en la televisión.
Mujeres en el medio rural
Silvia G. Rojo
La parte del pan recae más en su marido y dice que lo que más la gusta de la profesión es «cuando ves que haces unos pasteles, por ejemplo, lo vendes enseguida y la gente lo valora y se van contentos; me da la impresión de que he hecho algo útil».
A pesar de estar contenta con su trabajo, bromea cuando explica que le gustaría aun más «si en vez de tener que levantarme a las cuatro lo hiciera a las ocho; nunca me ha gustado madrugar».
La imagen de la mujer en las panaderías, al menos en los pueblos , «siempre ha estado ahí, las mujeres siempre han ayudado porque uno solo no podía».
A pesar de los madrugones, y las largas jornadas entre mantecados, bizcochos, magdalenas, hornazos o empanadas, Regina reserva parte de su tiempo para dirigir el grupo folklórico de su pueblo llamado Charaíz Redondo. Además, da clases a un grupo de ocho niños y colabora con el coro Oro y Plata de mayores. «Estoy organizando un intercambio folklórico con un grupo gallego porque pienso que en un pueblo puede haber de todo siempre que la gente colabore y valore las grandísimas ventajas de vivir en el medio rural».
Precisamente, hace un llamamiento para que el trabajo se siga manteniendo en los pueblos. «Esto seguirá adelante si la gente se conciencia y apuesta por comprar aquí; por vivir en una ciudad no vamos a comer mejor ni a tener mejor educación». Esa pérdida de población es uno de los temas recurrentes que aparecen en cualquier conversación con gente asentada en el medio rural y las cifras hablan por sí solas: «En el año 1989 hacíamos 200 barras diarias además de panes, colones; ahora se hacen 30 barras diarias pero mucha más variedad de productos de panadería y de pastelería».
Sus productos llegan, además de a pueblos de la zona, a muchos otros lugares de la geografía española donde las personas que emigraron esperan con ilusión la llegada de los pedidos que han solicitado. Esta misma semana sin ir más lejos, «hemos enviado un paquete con hornazos y perronillas que salió hacia Barcelona», afirma.
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