'La quimera', de Alice Rohrwacher.
Sección Oficial

Tesoros que todos ansían y pocos ven

Laura Ferrés busca rostros y sus historias en 'La imagen permanente'. Los buscavidas de 'La quimera' saquean el pasado mientras otros rapiñan su presente

Victoria M. Niño

Valladolid

Jueves, 26 de octubre 2023, 22:12

En el fresco que la 68 Seminci se ha propuesto hacer del actual cine español ayer fue el turno de su vertiente más etnográfica o antropológica, la que muestra Laura Ferrés con su ópera prima 'La imagen permanente'. Lo anuncia el cartel, lo subraya una ... primera parte que nos lleva a la Andalucía de posguerra. Y la poca música que emplea son canciones del tiempo de su abuela, en ese redescubrimiento personal y generacional del pasado.

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Sentar a los personajes para retratarlos, como si la cámara de cine fuera la del fotógrafo ambulante de antaño, es un recurso que apela raudo a esa intención testimonial. Más aún si se añaden composiciones pictóricas, –la madre en primer plano pelando la gallina, en el espejo, el reflejo enmarcado de la hija–. Ferrés sienta los precedentes de la emigración a Cataluña desde esa España pobre de una niña que apenas es adolescente cuando se queda embarazada. Ambientación en los espacios casi vacíos de una casa labriega con luz cuidada compone la ilusión de aquel tiempo casi completa, de no ser por un modismo anacrónico, un intempestivo «follar» pronunciado por la niña. De ahí salta a El Prat de hoy, al alfoz de Barcelona, donde trabaja Carmen para una agencia de publicidad buscando rostros «auténticos». Cada uno de ellos guarda una historia, por eso sigue a Antonia, la mujer andaluza de cuyo origen Ferrés ya nos dio cuenta.

Actores amateurs

Los actores no son profesionales y parece que tienen la orden de ser lo más neutros posibles. Eso, unido a los escuetos diálogos, a la simbólica banda sonora y a la regularidad del ritmo apenas rota por algún encuadre arquitectónico, provoca sopor en un guion que avanza lento.

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Ferrés refleja la soledad de sus personajes, la eventualidad de todo, la ausencia de pasiones o metas que actúen como palanca de cambio. Hay momentos de lirismo, gotas de humor y digresiones que apelan directamente al espectador, sin que todo ello sirva para elevar el vuelo de la propuesta.

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Saqueadores saqueados

Otra directora, Alice Rohrwacher, estrenó ayer 'La quimera', una pincelada de picaresca italiana con tintes esperpénticos. Una banda de buscavidas se dedican a saquear tumbas etruscas guiados por un inglés, Arthur (Josh O'Connor), que tiene el don de la rabdomancia. La quimera de casi todos es hacerse ricos, la del zahorí, encontrar a su amada, un fantasma que atraviesa su vida como un hada.

La madre de la desaparecida está encarnada por una anciana Isabella Rossellini en su palacio decadente, metáfora de la descomposición de la belleza en Italia, de la imposibilidad de mantenerla. Por eso operan los saqueadores, por eso se malvende el patrimonio en subastas clandestinas.

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Rohrwacher soslaya la dimensión moral del asunto para centrarse en la vertiente cómica, con guiño al cine mudo, de estos ladrones berlanguianos. Forman parte del hampa ilustrada, todos les conocen, todos saben a qué se dedican. Y probarán la misma medicina que ellos dan a los carabineros. Pero no son los únicos timadores, la alumna de canto de Rossellini se aprovecha de ella a la vez que la profesora hace lo propio. Lo que no le resta entusiasmo en su aspiración a cantar arias de Händel. A medida que avanza la cinta, el personaje de O'Connor ('Los Durrell', 'The Crown') va tornándose más melancólico, sus descubrimientos más singulares hasta la tumba que en realidad es un santuario.

En la belleza de la diosa hallada, él ve a su amada. Hay obras que no están hechas para los ojos de los hombres, se dice. Rohrwacher deja la cámara por un momento en el interior de una tumba para mostrara cómo las pinturas mudan su color al contacto con el oxígeno que entra.

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¿Para quién se concibieron esas maravillas, para acompañar a los muertos y perdurar o para la admiración de los vivos que acelerarán su destrucción? Aunque ningún ajuar del mundo hace revivir a Arthur como el hilo del vestido de su amada, el que encuentra en la última tumba.

144 tediosos minutos

Cerró ayer la competición en la Sección Oficial la película china 'The shadowless tower', de Zhang Lu (1962). Escritor y profesor, Lu se puso tras la cámara para demostrar que «cualquiera podía hacer una película», sin formación técnica. Lleva 22 años haciéndolas con el reconocimiento de festivales y premios. Puede que la que estrena en Seminci demuestra el primer aserto, cualquiera puede rodar una película pero no todas interesan al espectador.

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Un crítico gastronómico divorciado comienza una relación extraña con una joven fotógrafa a la vez que ve crecer a su pequeña e inteligente hija e intenta retomar la relación con su padre, perdida hace décadas. El Pekín contemporáneo, en el que conviven rascacielos con construcciones tradicionales de una planta, es el escenario de sus idas y venidas.

El viaje a la ciudad de su padre, a 300 km, podría hacerse en el tiempo que dura la película (144 minutos). Tampoco Lu es dado a los diálogos y tan solo la joven, entre la osadía y la impertinencia, rompe la monótona sucesión de encuentros entre los personajes. El protagonista achaca su divorcio a ser «demasiado considerados» y esa formalidad, esa preferencia por la inacción que esquiva el equívoco, mina el interés del público, que ayer también registró deserciones.

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No hay embeleso posible en sus imágenes, ni en su música, ni la cámara se enamora de ningún rostro. La Seminci tiene un largo idilio con el cine chino, pero esta no ha sido edición para confirmarlo.

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