Ken Loach, incansable francotirador moral

Medio siglo de cine militante le ha enseñado a este realista irredento que es más eficaz el enfoque del problema desde el caso concreto y la comunidad circundante que desde la política, aunque finalmente «la esperanza es política». Así el pub de un pueblo del norte de Inglaterra es el parlamento popular donde los lugareños chismorrean y discuten, donde beben y se desinhiben. Allí se vacían en un patrioterismo que carga sobre los emigrantes sirios recién llegados todas sus desgracias: el cierre de la mina, la decadencia de su economía, de devaluación de la vivienda y los nuevos vecinos atraídos por los bajos precios.

Parte de esa comunidad defiende a los refugiados y buscará la forma de tender puentes que, a pesar de las dificultades, conectarán ambos mundos con los niños como pieza fundamental para amalgamarlos. Loach se permite un momento de lirismo con la proyección de las fotos en blanco y negro de Yara, la joven siria, acompañada por la música de un laúd sirio.

El trabajo con los actores mantiene su afán naturalista, uniendo a profesionales con actores eventuales venidos de otros trabajos. Pasado el tiempo de las revoluciones transnacionales, Loach ha dedicado sus últimos guiones a pequeñas historias locales de vocación universal. Vetado en alguna cadena y algún festival, Loach ha dejado de enfadar al sector pero sigue poniendo el dedo en la llaga de la sociedad neoliberal y ultracapitalista en la que vive.

La historia del maestro Antonio Benaiges ha sido resucitada y contada desde la literatura y el teatro en varias entregas durante los últimos años. El productor de 'El maestro que prometió el mar', Francesc Escribano, escribió un libro sobre Benaiges en 2013 y José Antonio Abella, una novela en 2020 que lleva cinco ediciones ( 'Aquel mar que nunca vimos', Valnera). Abella además publicó los facsímiles de varios cuadernos del citado maestro. Todo ello sirve de material para el guion de la película de Patricia Font que se proyectó fuera de concurso y llegará a las salas comerciales el próximo 10 de noviembre.

Font parte de la excavación de la fosa de La Pedraja, en la comarca de la Bureba, a donde envía a Laia Costa (Arianna) para seguir el rastro de su bisabuelo. En esa búsqueda se topa con Antonio Benaiges, maestro republicano de novedoso método didáctico que se ganó a los niños de Bañuelos. La película, rodada en un pueblo de Cataluña y en Aragón, alterna los descubrimientos de Arianna, sus contactos con los alumnos que quedan vivos, con la vida de Benaiges en la escuela y la promesa que hace a sus discípulos al comprobar que ninguno conocía el mar.

Los artículos en prensa, el enfrentamiento con el cura y con el alcalde van granjeando la ojeriza de los falangistas contra el maestro. Font no abunda en la filiación izquierdista de Benaiges que termina detenido y apaleado sin una causa clara. Tras un breve paso por el calabozo, el 19 de julio es fusilado en una de esas escenas ya tipificadas en el cine nacional dentro del género 'guerra civil española': dos guardias civiles llevan al reo por una carretera a ninguna parte, le bajan, fuman y le disparan por la espalda. El silencio cubrió la historia. El escritor Abella la desenterró tras años de investigación. «Sus cuadernos se quemaron más tarde, en 1941», cuenta. «El viaje al mar estaba programado pasada la Virgen de agosto, para después de la cosecha en la que los niños ayudaban».

Con la escuela como principal escenario, Font arropa la vida rural entre dos estampas al borde del Mediterráneo. Al estreno de la tarde vinieron los habitantes de Bañuelos.