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Escena de la china 'Return to Dust'.
Sección Oficial

China, Irán; rodar con el gobierno en contra

Ni la censura, ni los arrestos han podido con las ganas de contar de Li Ruijun y Jafar Panahi, que presentan 'Return to Dust' y 'No Bears'

Victoria M. Niño

Valladolid

Miércoles, 26 de octubre 2022, 21:55

Frente a las pataletas en las redes sociales, frente a la inmolación en un exilio en Occidente con los altavoces mediáticos y su pasividad institucional, hay directores como Li Ruijun y Jafar Panahi, de países con asiento en la ONU como China e Irán, que ... siguen contando en el cine lo que les preocupa pese a la censura y la privación de libertad. Por eso, al margen del resultado, sus películas compiten en otra liga.

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Li Ruijun presenta 'Return to Dust', 'Vuelta al polvo', en su sentido bíblico, aunque la película carezca de referencia cristiana alguna. Ruijun rueda en su región de origen, Gaotai, en una pequeña aldea donde se concierta un matrimonio entre dos marginados de la comunidad, Cao, una mujer con problemas físicos, y un hombre retraído, Ma. El silencio preside los primeros días de convivencia entre ambos, pero tímidamente van entendiéndose. Contra todo pronóstico, prosperan, construyen su casa de adobes, cultivan su tierra y él será reclamado por el cacique local del partido para que le done su sangre, pues es el único de su grupo en la comarca. La película es por momentos una clase de capacitación agraria, con parada en todas las etapas del cultivo de cereales y de manejo del mecal, y por otros, una sutil historia de amor entre dos almas que encuentran en la naturaleza –en la golondrinas, en los pollos de la incubadora, en el trato al burro– su expresión.

Ma es un hombre de ley, no acepta ningún regalo, todo lo que pide lo devuelve, por eso es tan suspicaz con el Gobierno que lleva a cabo dos procesos de demolición de casas y quiere reubicarles en un piso. La cámara de Ruijun es realista, lenta y descriptiva, llevando a la imagen todo las palabras que no rompen el silencio. Los débiles, los más pobres, aún en un régimen comunista, son los más vulnerables, aunque en este caso también los más dignos y autónomos. La película fue censurada y cuenta con casi una decena de entidades en su producción.

La teledirección

El confinamiento por el coronavirus nos enseñó a teletrabajar, el confinamiento por orden del Gobierno iraní le llevó a Jafar Panahi a rodar en su casa, en un taxi, y ahora a teledirigir. 'No Bears' era la gran esperada de esta Seminci y llegó su día. Tras 'Las ocho montañas' y sus 147 minutos de metraje, los 131 de la china o los 107 de la iraní les hacen parecer películas cortas.

Panahi da una vuelta de tuerca más al mecano del guion y abre dos acciones paralelas que van multiplicándose. Comienza en tono cómico y termina en tragedia. Parece una historia personal y resulta una elegía nacional. El propio director protagoniza la película que cuenta el rodaje de otra. Jafar viaja a la frontera con Turquía, se aloja en una casa en un aldea y desde allí, a través del ordenador, dirige a su equipo. Una pareja planea su salida de Irán y están a falta del pasaporte de él. Mientras, Panahi vive en su pequeño pueblo, hace fotos y grana a sus habitantes, terminando por enfadarles con una supuesta foto robada a una pareja.

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Las tradiciones locales ahogan a sus habitantes en constante desavenencia por los asuntos más fútiles. La hospitalidad pronto da paso a una violencia irracional, a una suspicacia animal.

Apenas le dejan libre para el telerodaje que empieza a complicarse. Los actores representan su vida, la fuga de ficción debiera ser real. Ambos van a escaparse, tras años de torturas y encarcelamientos. Una mentira piadosa de él, hace que todo salte por los aires. De nuevo la pregunta sobre la realidad y la ficción que planteaba la inaugural 'No mires a los ojos', aunque en este caso con consecuencias mortales.

Panahi hace emerger el lado cómico de la tradición popular, las mentiras que permiten otra manera de torear la vida. Le piden que tenga cuidado con los osos por la noche, quieren amedrentarle con un peligro irreal. No hay osos, pero hay alimañas mayores que acechan su existir y le encierran.

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Periódicamente otros directores recuerdan en festivales y encuentros que Panahi está bajo arresto domiciliario. El asistente de Kiarostami y el padre del también realizador Panah ('Hit the road') sigue viviendo en Irán y construyendo una filmografía a prueba de limitaciones, sin más efectos especiales que su ingenio.

Incubación pandémica

Desde Argentina llega 'Clementina', un largo perjeñado durante la pandemia con un único frente, el de su protagonista, una joven que coyunturalmente vive con su novio. Profesor que trabaja 'on-line', ella es la que carga con buena parte de las tareas domésticas. Su agenda relajada es el reclamo para que también su padre solicite sus servicios en una obra que ha de acometer en el apartamento que va a alquilar.

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Dividida en cinco capítulos, visto uno pudieran darse por vistos todos ya que varían más bien poco, tan solo el abundamiento en algunas bromas y en las manías profilácticas que provocó la pandemia. Lectora de libros sobre el medievo, la música antigua y renacentista conforma una peculiar banda sonora que no suple la ligereza del guion.

Problemas con el agua y con la luz además de las obras hacen que casa donde vive la pareja sea una sinfonía de ruidos. El novio es un 'diógenes' que vive entre miles de trastos que confunden aún más a la cándida Clementina. Cuando todo parece calmarse, tienen que dejar ese piso y mudarse a la casa de ella. Es momento de convencerle para que aligere, pero la joven sucumbirá a la flaqueza de su compañero. Las cosas de él inundan su casa, comienza a dudar de si ha sido buena idea, pero la suerte está echada. La gracia de la actriz Constanza Feldman hubiera quedado igual de patente con este planteamiento en metraje corto. Como demuestra Panahi, no hacen falta fuegos artificiales, basta con tener algo sólido que contar.

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