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Olvídense. Lo han hecho. Son como Amavisca cuando se fue al Bernabéu o Raúl Moro al driblar a los tres primeros defensas con la sub-21. Ya no son nuestro pequeño secreto, han trascendido y forman parte del imaginario nacional de la disciplina correspondiente. La ... música, en este caso.
Siloé han abarrotado tres veces en un mes recintos de Madrid con capacidad para miles de personas. Están a un pasito de hacerse un Palacio de los Deportes (soy mayor, compréndanlo. Tengo querencia por los nombre pretéritos, como Atomium, Vistarama o La Peineta) como si fueran unos yanquis de periplo europeo o un grupete coreano de esos que arrasan entre las juventudes. Casi nada. Y este viernes, en la legendaria Riviera de la villa, remataron su trayectoria. Para qué decir más. Los conciertos eternos son los que quedan en la memoria del respetable. Y este no lo van a olvidar gran cantidad de jovenzuelos sudorosos y otro buen montón de ilusos que creen seguir siendo de mediana edad. No se líen: con 'Santa Trinidad', su último larga duración hasta la fecha, han recorrido un pedregal en forma de festivales, cobrando cuatro duros y tocando cuando el sol da de frente al escenario y media audiencia está durmiendo la fiesta desenfrenada de la noche anterior. Y Fito, Xavi y Jaco afrontaron sin ninguna garantía ese hacer las Américas patrio más cercano a la tournée de la Piquer, apretando las filas con cada canción hubiera veinticinco personas medio traspuestas, cuatrocientas despertando o, como el viernes en La Riviera, dos mil y pico saltando y coreando de carrerilla. Ahí están los frutos. Si esto no es triunfar, cedo los trastos de escribir y que defina otro.
Ahora viene lo que ese éxito, fugaz o duradero dependerá de ellos, lleva acarreado. Lo primero será la crítica, que llegará con un juicio sumarísimo sobre sus canciones, evolución o, incluso, la manera de vestirse. Lo segundo, y casi a la vez, será la envidia. Disfrazadas de pareceres particulares, llegarán opiniones afiladas que intentarán dinamitar su posición, imagen o confianza. Ya saben, que si son los niños mimados de alguien, que si papá puso dinero, que llevan cosas grabadas o cualquier andanada (anónima, por supuesto) que consiga generar una pequeña grieta en la banda. Lo cierto es que a los millares de personas que se reunieron en Madrid les importa bastante poco si 'Reza por mí' se la dedican a un confesor capillita de las Angustias o a un converso del Ateneo Republicano, o si 'La oposición' trata de una sindicalista de larga carrera en UGT o de una chavala de Pinoalbar con fotos en la carpeta.
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Víctor Vela
Sólo había que observar a una pareja de chicas que se agarraban de la mano junto a la palmera del mítico recinto anejo al Manzanares mientras una tarareaba lo de «cierra los ojos y ven conmigo», y la otra, con más chispas en la mirada que el soplete de un soldador, terminaba la frase: «al borde de este precipicio». O a otra dupla que, siendo de Guadalajara, se desgañitaba cuando Fito sacó la bandera de Castilla y León como si hubieran nacido en Peñafiel y comieran en Lera cada seis meses. La gloria es formar parte de la vida de la gente, y Siloé están ahí.
El show estuvo tejido por temas que ya son himnos, mucho confeti, un trío de cuerda y un sonido tremendo y puro. Y el público salió de la sala tan obnubilado que parecían querer vestirse de blanquivioleta, recitar a Zorrilla y venirse un par de días a la Seminci. Si en esa hora y media les hubiéramos pedido recuperar la capitalidad del Reino nos la hubieran dado gustosos. Pero no la queremos. Las conquistas se las dejamos al grupo. Ya lo advierten en sus letras: «vamos a subir más alto, vamos a llegar más lejos».
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